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LA MALDICIÓN DEL
FURIA NOCTURNA

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    HICCUP Y MÉRIDA SE encargaron de pasar toda la tarde desapercibidos, queriendo aprovechar su reencuentro al máximo

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    HICCUP Y MÉRIDA SE encargaron de pasar toda la tarde desapercibidos, queriendo aprovechar su reencuentro al máximo. Así que se lo pasaron todo lo que quedaba de la tarde limpiando la casa. Cuando terminaron, ambos quedaron exhaustos y decidieron sentarse a descansar un rato en la mesa de madera ubicada en la cocina.

—¿Vendras a la fiesta de esta noche? —inquirió Hiccup mirando como la pelirroja se recargaba sobre sus brazos. Ella levantó una ceja.

—¿Qué fiesta?

—Esta noche, festejamos la llegada de nuestros seres queridos. Dicen que dejan el Valhalla solo para estar con nosotros una noche, ya sabes.

Sí, Mérida recordaba aquella fiesta que se hacía una vez al año, con la creencia de que los seres queridos que perdieron vuelven al mundo de los vivos para reencontrarse con los que dejaron atrás. Se hace una fiesta en el gran salón, comida, música y bailes tradicionales. Y a la media noche pequeños botes llenos de ofrendas y flores para los fallecidos zarpan al mar y desde allí directo al Valhalla. Luego la fiesta continúa.

—Sí, a Bocón ebrio no me lo pierdo por nada en el mundo —sentenció la pelirroja con una sonrisa divertida.

Ninguno dijo más nada, hasta que a Hiccup se le ocurrió preguntar: —¿Creés poder ver a alguien esta noche?

El rostro de le pelirroja se tornó serio de repente y se inclinó levemente en su asiento, para estar más cerca del castaño.

—No funciona así... Es más complicado —murmuró—. Yo veo espíritus que quedaron estancados en nuestro mundo por asuntos pendientes. Usualmente si los veo es porque ellos quieren que lo haga. Son como guías para mí.

Hiccup asintió, comprendiendo a medias.

—También veo las muertes de las personas... Solo si toco algún objeto que estuvo relacionado con ella —susurró cohibida, con un escalofrío al recordar todo lo que vio a lo largo de su vida lejos de Berk.

Hiccup también se inclinó sobre su asiento, prestando mucha más atención.

—¿Antes o luego de que suceda?

—Luego... Es como si los objetos me hablasen y me mostrasen —explicó—. Pero también puedo saber quién morirá antes de que ocurra, es una clase de premonición horrible.

—¿Cómo...? —No pudo formular la pregunta, porque Mérida se le adelantó.

—Puedo escucharlo—musitó con sus ojos azules perdidos en algún punto incierto, luciendo atormentada—... Puedo oír el grito del Furia Nocturna como si estuviese justo frente a mí.      

Hicup parpadeó y pasó saliva nerviosamente, sentiendo un escalofrío recorrerle de pies a cabeza. No tuvo que decir nada para hacer saber a Mérida que debía explicarle eso, él mejor que nadie sabía lo aterrador que el rugido de un dragón, en especial de un Furia Nocturna, podía llegar a ser. Lo había comprobado, cuando encontró a Chimuelo hace unos cuantos años atrás.

—Hay una leyenda que solo los trolls de Arendelle conocen —inspiró con fuerza antes de continuar—. El Dios Loki, aburrido, decidió crear una bestia. Hecha con un pedazo del cielo nocturno, un relámpago de su hermano Thor, y el deseo de sangre, nació el primer Furia Nocturna; una bestia creada con el fin de repartir la muerte sin piedad alguna. Dicen que si oyes su rugido, es porque esa misma noche, luego de que caiga el sol, se llevará a un ser querido.

—No comprendo a qué viene...

La pelirroja levantó la mirada y sus ojos se clavaron en el castaño, algo escéptico a su historia.

—Yo oí el rugido de la bestia esa noche. La noche que mi padre murió —eso fue suficiente para acabar con todo escepticismo del vikingo—.  Mis memorias de esa noche son algo difusas, pero sí recuerdo despertar en medio de la noche por un fuerte rugido, para pronto ver el techo colapsar en llamas. Mi padre llegó por mí e intentó sacarnos de aquí —señaló a su alrededor—. Estábamos a punto de lograrlo, pero entonces frente a nosotros se alzó una sombra negra, gruñendo. Mi padre empuñó su espada y me ordenó salir de la casa, pero me quedé paralizada en mi lugar.

Hiccup notó como aquellos orbes turquesas se llenaban de pavor. La voz a Mérida temblaba ligeramente y estaba más pálida, y el castaño comprendió que la pelirroja estaba reviviendo esa noche en su cabeza, detalle por detalle. Quiso decirle que no tenía que continuar, pero ella simplemente siguió contando.

—Se desataron en una lucha encarnizada, donde mi padre tenía las haz de perder. El humo me afectaba y lo único que sé con certeza es que pronto hubo un baño de sangre frente a mis ojos. La bestia volteó y me vio en el suelo. Se acercó lentamente, con sus ojos ámbar tan filosos y peligrosos como una espada envuelta en llamas. Me dio un zarpazo que me envió al otro lado de la habitación—ella levantó la manga de su vestido, enseñando las marcas casi inexistentes de cuatro garras—. Luego me acorraló, y rugió.

Mérida parpadeó espantando algunas lágrimas y miró al castaño, que tenía una expresión indescifrable. Ella sorbió su nariz.

—No recuerdo más, porque me desmayé. Los trolls de roca creen... ellos creen que esa es la razón por la cual veo y oigo cosas que no debería. El Furia Nocturna me cedió su maldición. Yo llevo muerte ahora, Hiccup.

El joven Haddock deslizó su mano sobre la mesa hasta tocar la de ella y darle un leve apretón de apoyo.

—Mérida, tú no eres muerte, eres todo lo contrario —susurró el castaño esbozando media sonrisa—. Eres vida, y no es tu culpa lo que pasó.

—No... —reconoció— pero es culpa de la bestia lo que ahora soy.

—¿Qué eres? —inquirió honestamente curioso.

—Me llaman la hija de la muerte —murmuró recordando uno de los tantos nombres que se había ganado en esos tres años de viaje.

—No. Yo sé lo que eres —aseguró Hiccup. La pelirroja levantó la mirada—. Simplemente eres la contraparte del Furia Nocturna.

—¿Qué...?

—Eres todo lo contrario a ella, Mérida.

No dijeron nada más por un largo rato, solo se miraron a los ojos. No eran necesarias las palabras. 

Más tarde Mérida se levantó con la excusa de que iría a cambiarse de ropa, ya que aún llevaba lo mismo con lo que la encontraron en la costa. E Hiccup aprovechó su soledad para procesar mejor todo lo que Mérida le había contado, dándose cuenta de que hay todo un mundo más allá de los límites de Berk. Un mundo muy extraño al que ahora Mérida parecía pertenecer. 





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