Cinco

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Cuando Lena llegó a casa del trabajo el lunes por la noche, la música retumbó en la sala de estar. Cerró la puerta, colgó las llaves en el gancho de la entrada y se quitó los tacones. −Lo siento, llego tarde, cariño.

Se interrumpió cuando entró en la sala de estar y vio a la persona descansando en el sofá.

No era Diana.

No, claro que no.

Diana nunca pondría música tan fuerte como esta. Y ella nunca pondría un vaso sobre la mesa de café sin usar un posavasos. Tampoco dejaría platos en el fregadero, como los que Lena había encontrado cuando entró a la cocina esta mañana.

Kara se sentó y le sonrió. −¿Practicando ya, cariño?

Lena suspiró. Cruzó la habitación y bajó el volumen y subió la temperatura. Dios, hacía mucho frío aquí. −Señorita Danvers...

−Kara. Si queremos que todos crean que estamos locamente enamoradas, será mejor que nos llamemos por nuestros nombres−. Ella inclinó la cabeza y un brillo travieso entró en sus ojos azules. −¿O prefieres los nombres de mascotas? ¿Conejita? ¿Pastelito? ¿Osita?

Lena hizo una mueca. −No gracias. Lena estará bien−. Bueno, al menos Kara no parecía guardar rencor por el sábado, cuando había implicado que ser barista no era un trabajo deseable. Se acomodó en el sillón reclinable y miró a Kara.

−Aburrida.

−¿Qué?− Preguntó Lena. −¿Crees que no tengo sentido del humor?

−Um, no, por supuesto que no.

Lena no necesitaba un doctorado en psicología para ver a través de la mentira. No debería importarle lo que Kara pensara de ella, pero por alguna razón lo hizo.

−Esto puede ser divertido y un juego para ti, solo otra aventura en la vida de una actriz, pero para mí, esto es serio. Quiero ese libro−. Necesitaba ese libro. Si quería hacerse cargo del centro algún día, necesitaba establecerse como la experta en relaciones de Los Ángeles antes de que Eve pudiera hacerlo.

−Lo entiendo−, dijo Kara. −Pero, ¿qué tiene de malo divertirse un poco mientras trabajamos para lograr ese objetivo?

−Nada me imagino. Mientras lo tomes en serio−. Ella miró el anillo de condensación en la mesa de café. −Y uses un posavasos.

Kara usó el borde de su camisa para limpiar la mesa, haciendo que Lena se estremeciera. −Lo intentaré−, dijo, sin aclarar a qué se refería.

Lena asintió y se levantó del sillón reclinable. Necesitaba una ducha, una ducha larga y caliente. Toda esta situación de la falsa prometida la había puesto tan tensa que le dolían todos los músculos. Cargar cajas de mudanzas pesadas todo el fin de semana no había ayudado.

−Hay un poco de lasaña sobrante en la cocina−, Kara la llamó.

Lena se detuvo en la puerta. −¿Tú cocinaste?

−Sí. Mi hermana se encargó de enseñarme y mi apartamento solo viene con una mini nevera y una placa eléctrica, así que aproveché de tener una cocina de verdad. Espero que haya estado bien.

Oh Dios. Lena no se atrevió a imaginar cómo se vería su pobre cocina. −Uh, no, está bien. Sería útil si conoces bien mi casa, en caso de que tenga invitados.

−Cierto. Entonces, sírvete lasaña si tienes hambre.

Su estómago gruñó al pensar en una lasaña casera, pero lo ignoró. −Gracias, pero trato de no comer carbohidratos después de las seis.

ᴊᴜsᴛ ғᴏʀ sʜᴏᴡ /SᴜᴘᴇʀCᴏʀᴘ / AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora