[Capítulo 10]

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"Lo que los niños necesitan más son los elementos que los abuelos proveen en abundancia. Dan amor incondicional, amabilidad, paciencia, humor, comodidad, lecciones de vida. Y lo más importante, galletas".
-Rudy Giuliani.

Me están jodiendo.

Mi corazón se ha acelerado. ¿Está aquí? ¡¿En serio?! Mi cuerpo se niega a moverse, tanto tiempo sin verlo, me cuesta creer que de verdad está aquí.

-¿Qué esperas? Se que quieres abrazarme. -Ese acento italiano bastante marcado que tanto lo caracteriza. Me dio esa sonrisa dulce que usa conmigo, sólo conmigo.

Corrí hacia él. Lo abracé con todas mis fuerzas.

Fabrizzio Galeazzi ha llegado para quedarse.

-Te extrañé, te extrañé, te extrañé demasiado. -Dije aferrada a él.

-Yo más, mi pequeña biscotto.

Me había empezado a decir galleta en italiano desde los siete. Recuerdo que un día estábamos en Italia...

Todos en la casa estaban dormidos. Yo, en cambio, no podía conciliar el sueño, tenía demasiada hambre.

Más temprano en la tarde, había probado las galletas más deliciosas del mundo, el abuelo las había traído de alguna tienda de la que pocas personas sabian su existencia en el centro de Venecia, queda como a unas cuatro cuadras de la casa.

Se podía decir que tenía un amor frustrado por esas galletas.

La pequeña Sky de cabello negro hasta los hombros salió de la habitación sin hacer mucho ruido para no despertar a su hermano Luca, quien dormía muy profundo en la cama abrazado de su osito de peluche.

Bajó los escalones con mucho cuidado hasta llegar a la cocina.

Y ahí estaban.

En un recipiente de plástico que dejaba ver su interior. Los grandes pero tiernos ojos azul grisáceo de Skyller brillaron cuando tomó el recipiente con sus manos y se sentó en el suelo.

Lo abrió rápidamente para agarrar una de las galletas y llevársela a la boca. El sabor dulce de las mismas la podía volver loca en cualquier momento. El crujir de las galletas contra sus dientes de leche sonaba por toda la cocina, mezclándose con el silencio de la casa.

Sky se deleitaba cada vez que ponía una de esas galletas en su boca.

Hasta que de repente la luz de la cocina fue encendida por alguien. Ella levantó la vista, la vergüenza rápidamente fue haciendo efecto porque sintió como sus mejillas se calentaban mientras el abuelo Fabrizzio la miraba.

-Lo siento, abuelo, yo... sólo tenía hambre y... -Explicaba la pequeña con mucha pena.

-No lo sientas, pequeña. -Se acercó a ella y se agachó hasta que quedaron frente a frente-. Puedes comer lo que quieras cuando quieras. -Él le regaló una sonrisa tan dulce como las galletas, ella adoraba cuando el nonno le sonreía así-. ¿Te digo un secreto? -Susurró él.

La pequeña asintió.

-Yo también me levanto todas las noches a comer sin que tu abuela se entere. Quei biscotti sono deliziosi! -Exclamo en voz baja.

A la pequeña le dio gracia y rió. Fabrizzio se sentó a su lado estirando sus largas pero musculosas piernas escondidas bajo un pantalón para dormir. Él la miró con esos ojos avellana que se asemejaban tanto al bosque y la abrazó de lado.

-Eres lo más preciado que tengo, biscotto. -Murmuró él.

-¿"Biscotto"? -La niña rió por lo bajo ante aquél apodo, que significa galleta en italiano.

Faces © [Falsa identidad I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora