X. Atardecer en La Alejandra

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Alejandra y Rafael despiertan de la siesta casi al mismo tiempo. Cuando Rafael empieza a despertar y a moverse en la cama, Alejandra abre los ojos. Rafael está de espaldas a Alejandra, entonces ella se acerca y lo abraza de atrás.
Rafael: ¿Descansaste un poco?
Alejandra: Sí. Me siento renovada. ¿Y tú? ¿Quieres dormir un poco más?
Rafael: No. De pronto siento un vacío en mi estómago
Alejandra: ¡¿Otra vez?! ¡El ganado no nos alcanzará para alimentarte!
Rafael: ¡Han pasado como cinco horas del almuerzo! ¡Además, un llanero debe alimentarse muy bien!
Alejandra se ríe a carcajadas: También debemos desempacar.
Rafael: Y recorrer toda la hacienda.
Alejandra: Nunca podríamos recorrer en un día toda la hacienda.
Rafael: Pues yo te puedo mostrar hoy cómo puedo recorrer toda la Alejandra en una sola noche, y yo solito.
Rafael se voltea y empieza a besarla. Alejandra corresponde a sus besos. Pero repentinamente recuerda algo importante: ¡Debemos llamar a nuestras familias para avisarles que llegamos bien! ¡Mi pobre papá debe estar desesperado!
Rafael: ¡Es cierto, mi mamá también!
Cada uno toma su celular y llama.
Jorge: Ya sabía que estaban bien. Hablé con Joaquín y me contó que fueron directo a dormir la siesta y no quise molestarlos ¿Pero cómo encontraste la hacienda, hija?
Al mismo tiempo Leonor: Lo suponía mijito. Estaba un poco preocupada, pero como las malas noticias llegan volando, me quedé tranquila
Una vez que se reportaron, los esposos MM se levantan y se dan una ducha. Se visten cómodos y bajan al vestíbulo. Hay una brisa que refresca la piel. Está por atardecer. Como el frente de la casa da al sureste, ellos toman los sillones de mimbre con sus almohadones, cada uno el suyo, cruzan toda la casa y se los llevan al balconcillo del patio trasero, para así poder ver el atardecer en ese horizonte lejano. Antes de sentarse van hasta la cocina. Rafael se prepara pan con manteca, Alejandra sirve dos vasos de jugo, y vuelven al patio trasero.
Alejandra: No hemos ido a agradecer a Ana que nos haya dejado la casa brillando.
Rafael: Mañana temprano nos levantaremos y haremos todo eso.
Alejandra: También tenemos que revisar con Joaquín todo el tema de la administración. Me aflige pensar cuánto nos robó ese Chavo en complicidad con
Rafael: Olvidemos eso ahora, mi amor. Disfrutemos esta tarde, esta brisa, este paisaje.
Alejandra: Tienes razón. Mañana habrá tiempo de pensar en todo.
Rafael: ¿Sabes? Me encanta verte tan relajada. Te queda muy bien ese vestido blanco con esas sandalias y tu cabello volando con la brisa. Me recuerda a cómo te veías aquella tardecita en Cartagena antes de regresar a Bogotá.
Alejandra: Recuerdo ese día. Fue el día que hicimos de todo, ganamos un partido, liberamos langostas, bailamos, nos besamos, casi hicimos el amor (Alejandra hace una pausa mirando lejos, perdida en sus recuerdos, hacia el horizonte, luego vuelve al presente y mira a Rafael) ¡Méndez! ¿Usted por qué no me hizo el amor aquella noche?
Rafael: ¡¿Cómo?! ¡Amor, por Dios, qué pregunta es esa! (¡Otra vez el usted!)
Alejandra: Es decir ¿Por qué no insistió? ¿Fue sólo porque me quedé dormida, o porque estaba borracha, o porque me iba a casar, o porque usted no quiso?
Rafael: No, no, no. Cómo se le ocurre decir a mi doctora que no quise. Mire, yo siempre la respeté, a mi de chiquito me enseñaron a respetar, a no aprovechar una situación así, y aunque me moría de ganas por seguir besándola y seguir dando vueltas y vueltas con usted, cuando se quedó dormida yo la besé y la dejé descansar, pensando en lo que usted misma me confirmó más adelante, aquélla primera vez que hicimos el amor cerca de Tunja, que usted no estaba segura en Cartagena y que se arrepentiría. Pero yo igual me dormí feliz, porque me dormí pegadito a usted, a su lado.
Alejandra: Cómo es que nunca me di cuenta que en esos días, a medida que me enamoraba más y más de usted, me estaba salvando de una eterna desdicha Al final de cuentas, Dios estuvo de mi lado, por eso no lo perdí Es decir, Dios me lo mandó.
Rafael: Y a mi me mandó tu amor también. Recuerdo los besos que me diste aquella noche, nunca pude borrar esa sensación. Me besaste con tanta ternura, con desesperación, con tanta pasión, que no me entraba en la cabeza que eso no pudiera ser amor. Me abrazabas como atajándote, aferrada a mi cuello, como sosteniéndote de mi para que no te alejaran de mi lado.
Alejandra: Entonces me atajé tan bien, que aquí estoy.
Rafael ríe: Y recuerdo aquélla noche, cuando conocimos a Marian Sajir en el cocktail, tú habías salido molesta de ahí, y me tocó seguirte. (Rafael no mencionó celosa por prudencia, pensando que se prestaría a discutir) Yo te había confesado todo ese recuerdo que tenía atravesado como un hueso en la garganta, y te pregunté si tú habías sentido lo mismo que yo, si me habías pensado como yo a ti me respondiste ni un segundo. Yo sentí que me partía en pedazos, y decidí irme.
Alejandra: Entonces yo te dije que sí te había pensado
Rafael: Pero yo te pregunté cuándo, y me dijiste que a fin de mes, cuando llegaba la fecha de pagarte y me volví a desmoronar, y por segunda vez intenté irme. Luego tú me dijiste
Alejandra: Y te pienso cuando hace frío
Rafael: Y en ese momento te descubrí. Me acerqué a ti y vi en tus ojos la desesperación que sentías por reprimir ese amor. Aún quisiste decirme que pensabas en mi cuando te molestaba la pierna, pero ya no te creí
Alejandra: Aproximaste tu cara muy, muy cerca de la mía y me dijiste tantas cosas dulces, que me quedé indefensa, desarmada, y cerré mis ojos con toda emoción para recibir un beso tuyo. Un beso que jamás se dio.
Rafael: Mi palabra hacia tu padre me impidió dártelo.
Alejandra: Un beso que aún me debes
Rafael: Pues déjame decirte que tú me debes muchos, muchos besos
Alejandra: ¡¿Ah, sí?! ¿Y cuándo te dejé yo a ti con los ojos cerrados y los labios estirados esperando un beso como me dejaste tú esa noche?
Rafael: Pues con los labios estirados, nunca. (Rafael pone ímpetu a sus palabras) Pero con las ganas de amarrarte por la cintura y comerte la boca, (y vuelve a amansarse) desde que te conocí.
Alejandra: Entonces me sigues debiendo ese beso.
Rafael se acerca despacio a Alejandra: Pues, le repito doctora, que no he podido olvidar esos días, porque fueron los días más felices de mi vida
Rafael se acerca lentamente a Alejandra, que cierra los ojos esperando el beso de su esposo, preparada a recibir el pago de lo que reclama. Rafael la ve así, con los ojos cerrados, y sonríe picaresco, y de la misma forma que la noche después del cocktail, vuelve a esquivar el beso colocando su mentón en el hombro de ella. Ella abre grande los ojos, se queda boquiabierta, y le da un empujón en el pecho. Él ríe a carcajadas.

De pronto un espectáculo maravilloso de la naturaleza empieza a engalanar el paisaje. La tarde se pone áurea. Grandes bandadas de aves cruzan el cielo; se ven negras por ponerse frente a la luz del horizonte. Alejandra y Rafael dejan sus vasos en el piso, se levantan y se acercan a la escalinata para ver mejor, pero pronto regresaron por los almohadones, se bajan hasta el pasto atraídos por tanta belleza y se sientan allá. El sol se convierte en un perfecto círculo anaranjado que quiere penetrar a la oscura arboleda. Nubes celestes se disuelven como una acuarela entre el cielo rosa. Una pálida estrellita se había osado a salir antes de que la noche cayera casi exactamente arriba de ellos, donde el cielo ya está violeta. El sol se pone cada vez más rojo y más pequeño. El paisaje pasa de distintos tonos de verde a un solo tono oscuro. Las bandadas siguen cruzando el cielo. Las hojas de los árboles se dejan besar por la brisa fresca y danzan discretamente con una melodía murmurante. La piel de los esposos también se deja rozar por el fresco de la brisa. Alejandra se acurruca arrimándose a Rafael. Rafael envuelve con sus brazos la espalda delicada de Alejandra. De pronto se miran frente a frente sin sonreír. Una sacudida repentina de descontrol pasa vibrando por su torrente sanguíneo, y se sienten obligados a besarse con frenesí, como queriendo arrebatarse desesperadamente el uno al otro la boca. Rafael pone una mano en la cintura de Alejandra y la otra la usa de apoyo para su espalda y lentamente va bajándola hasta acostarla en el suelo, y él la acompaña hasta reposar su cuerpo sobre el de ella. Se siguen besando con ímpetu. Alejandra acaricia la espalda de Rafael con desesperación, y siguen ese beso prolongado y apasionado, hasta que ya no tienen aliento, y se detienen lentamente. Rafael se recuesta a un lado de Alejandra. Del sol ya sólo queda el tercio superior mirando por detrás del horizonte. El cielo y la arboleda se oscurecen simultáneamente. Ya no hay bandadas que cruzan el cielo. Ya hay más de una estrella. Un esbozo de la luna pretende expulsar con afán la excelsitud del sol, quien con sólo una pincelada de rosa aún entinta de glauco la vista hasta que se rinde y se disimula detrás de la redondez del mundo. Entonces aparecen una tras otra las estrellas cintilando en lo oscuro, dibujando la noche, delineando constelaciones, diseñando destinos. Rafael y Alejandra se quedan observando todo sin prender en su casa ninguna sola luz. Nada interfiere entre ellos y la creación. Están acostados de espaldas, tomados de la mano, mirando hacia el infinito.
Rafael: Nunca había visto algo así. (Las luces envidiosas de la ciudad jamás permitirían ese espectáculo de estrellas)
Alejandra: Yo tampoco. Es maravilloso.
Rafael: ¡Mira! ¡Es una estrella fugaz!
Alejandra: ¡Pidamos un deseo!
Rafael: Quiero vida y salud para ella y para mi, para estar al lado de esta mujer por lo menos hasta los cien años
Alejandra: Quiero felicidad y amor eternos para dar a este hombre y recibirlos de él hasta los cien años que él pide
Rafael y Alejandra se miran entre la sombra de la noche recién caída y se sonríen.
Alejandra vuelve a mirar al firmamento: Te amo, Rafael Méndez.
Rafael: Y yo te amo a ti, Alejandra Maldonado.
De pronto recordaron el beso ardiente que dejaron inconcluso, y se acercan nuevamente boca a boca, pecho a pecho, vientre a vientre a continuarlo.
Rafael pregunta a Alejandra sin alejar su boca de la de ella: ¿No irá a venir Joaquín o alguien, no?
Alejandra: No creo. Ellos son como los pollitos, que duermen al entrar el sol.
Alejandra desea intensamente continuar ese beso de inmediato. Rafael vuelve a fundir sus labios en los de su esposa, y poco a poco van quedándose sin ropa. No hay espacio en esas pieles para el fresco del viento, sólo hay lugar para el amor y los besos. No hay tiempo para el pensamiento, sólo para calmar la sed de unión que sentían cuando aparecían los recuerdos. Y terminan, bajo el cielo infinito y rodeados de la creación, a los besos y a las caricias, y Rafael termina recorriendo toda la Alejandra en una sola noche, y él solito.

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora