VIII. ¡Es un traidor, un indecente!

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Amanece el miércoles. Alejandra, todavía dormida, se da vueltas en la cama. Con los ojos cerrados revolviendo sus brazos busca a Rafael a su lado para abrazarlo, pero no lo encuentra. Despierta escuchando la ducha del baño. Deduce que su esposo se despertó antes y está duchándose pero ni siquiera percibió que se había levantado sin ayuda, ni tampoco se preocupa por la hora. Mira hacia la cabecera de la cama de Rafael, se estira y toma al pato Donald. Lo abraza al pato como si fuera una niña pequeña a su muñeca preferida, se acomoda en la cama, se tapa con la sábana, vuelve a acomodar al pato entre sus brazos (porque después de todo no es tan blando como una muñequita para dormir), se halla cómoda y vuelve a quedarse dormida.
Pasa un rato y Rafael sale del baño con la toalla blanca liada a la cintura. No percibe la ausencia del pato en la cabecera. Tiene el pelo mojado y gotas de agua que corren en su tórax. Él saca un conjunto de ropa de su ropero y trata de ponérselo embrollándose un poco. Está volviendo a recobrar su agilidad. La pierna derecha está más liviana y los dolores se disiparon más. Sólo queda ese irritante collar que él siente que ya le es innecesario y de vez en cuando algunas posiciones que limitan sus movimientos, pero ya todo está mejor. Ya vestido baja las escaleras y encuentra a su mamá.
Leonor: Buenos días mijito. ¿Descansaron bien?
Rafael: Sí mamita. Felices.
Leonor: ¿Y su doctora mijito?
Rafael: Pues, sigue dormida. Está descansando tan linda que no quise despertarla. (Rafael se acerca a la cartera de Alejandra que había quedado en la mesa y toma las llaves del coche)
Leonor. ¿A dónde va con el carro mijito?
Rafael: A ningún lado, mamita. Voy a bajar algunas cosas de mi doctora, pues porque anoche se le olvidaron las llaves en el carro y tuvimos que ir a buscarlas en la lluvia, y la ropa de mi doctora se empapó y va a necesitar algunas cositas. (Rafael sigue su camino, y de pronto se acuerda de algo más.) ¡Ah!, mamita, y si no le molesta quiero dejarle esa ropita hasta cuando volvamos.
Leonor sonríe, asiente y señala que eso ni hace falta preguntar.
Rafael va hasta el coche y, como no sabe cuál de las valijas sacar, toma la más grande. Hace un esfuerzo para bajarla hasta el piso, luego se le hace más fácil porque la apoya sobre las rueditas, y la lleva para adentro. Se le vuelve a dificultar el trabajo en las escaleras, pero él puede, y la lleva.
Una vez en el cuarto deja la valija en un rincón y se acerca a su esposa. La ve con el pato Donald entre sus brazos, y mira hacia la cómoda como queriendo verificar que sea ése pato. Evidentemente el pato no está. Entonces él sonríe. Le parece tan tierna, tan dulce, tan inocente, tan delicada. Rafael abre un poquito las cortinas teniendo cuidado que la luz del sol no vaya directo sobre los ojos de Alejandra, y se sienta al borde de la cama al lado de ella y le acaricia los hombros. Ella lo siente. Se sonríe sin abrir los ojos.
Rafael: Mi amor. Buenos días mi amor. Es un día hermoso, hoy ya ha salido el sol y es media mañana. Para cuando lleguemos a la hacienda ese camino de tierra seguro estará transitable otra vez
Alejandra se mueve remolona como una nena. Todavía no abre los ojos.
Rafael: Voy regañar a este pato atrevido. ¿Cómo se le ocurre acostarse al lado de mi novia?
Alejandra toma al pato y lo abraza con más fuerza y se acomoda con él, aún sin abrir los ojos. Sigue moviéndose perezosa en la cama como una niña chiquita que no quiere levantarse. Entonces Rafael nota que ella quiere jugar.
Rafael: Entonces ¡voy a tener que acabarlo a golpes! ¡Yo que pensé que era mi amigo de toda la vida! ¡Es un traidor!
Rafael toma al pato como queriendo sacárselo a Alejandra de los brazos, entonces ella gira acostándose sobre él como protegiéndolo, pero queda con el rostro hacia Rafael, con su hermosa sonrisa pícara. Rafael pone una expresión brava.
Alejandra: ¡¿Están confabulados?! ¡No, no, no, eso no lo esperaba de ustedes!
Rafael empieza a hacerle cosquillas a Alejandra. Ella trata de contenerse, pero rompe en carcajadas. Trata de defenderse. Rafael sigue con los dedos en las costillas de ella, provocando que ella se mueva tratando de salirse. Ella se incorpora con el pato en los brazos y no puede parar de reír. Entonces él se levanta lentamente, y se pone a caminar tras de ella. Ella corretea.
Rafael: ¡Cobardes! ¡No se me van a escapar!
Alejandra da gritos como de terror entre sus carcajadas y corretea hasta entrar al baño protegiendo con sus brazos al inocente Donald. Frena el paso porque siente el piso mojado y resbaloso bajo sus pies descalzos. Rafael la sigue, tratando él de acelerar sus pasos, pero siempre caminando, como los villanos de las películas de terror de Haloween, que siempre alcanzan a sus víctimas caminando cojos. De pronto ella se mete bajo la ducha y él la intimida. Ella se pone de espaldas a él como para resguardar al pato, y sigue gritando y riendo. Él vuelve a poner sus dedos en las costillas de ella y ella no para de moverse hasta quedar frente a frente con él. Él toma al pato de la cabeza con la mano derecha y lo larga al suelo tras de si, y con la mano izquierda abraza a Alejandra. Ella tiene sus manos en el pecho de él, a la defensiva, entonces él la aprieta con los dos brazos y se acerca a su cara. Se miran fijamente a los ojos y empiezan a disolver su sonrisa en el romanticismo a medida que se acercan más y más, hasta que empiezan un beso. Alejandra entonces saca sus manos del pecho de Rafael y le rodea con un brazo el cuello. La otra mano la pone tras de sí, y repentinamente abre la llave de la ducha. De pronto sale el chorro frío sobre los dos y empiezan a gritar y a reír. Rafael trata de salirse tratando de que no se moje su ropa, pero ella lo aprisiona y lo estira para que no pudiera escaparse. Entonces él se queda abrazándola y riendo mientras se mojaban. Pronto la temperatura de su cuerpo se acostumbra al agua fría y se quedan muy juntos bajo el chorro.

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora