XXVI. Hasta el mismo Manzanero se hubiese impresionado

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Pasado un mes, un sacerdote sonríe con paciencia, mientras Manrique está parado en el altar mirando a cada momento su reloj. Rafael, elegante y sonriente como siempre, está sentado en la primera fila con Leonor. Jaime y Julieta están atrás de él. Al lado de Rafael hay dos lugares vacíos. Julieta está muy bonita con un vestido rosa claro, unos zapatos del mismo color, y una pequeña florcita en el cabello, sin embargo tiene la sensación de estar fuera de lugar, porque la sensualidad de su escote contrasta con los cuellos altos y las mangas largas de las señoras invitadas. Jaime está ansioso a la par de Manrique, cada vez que Manrique mira su reloj esperando a la novia, Jaime también lo hace y se pregunta por qué se retrasará tanto. Leonor admira la belleza de las flores naturales de varios colores que han puesto cerca del altar. Los demás invitados, que no son muchos, todos amigos de Jorge, Manrique y Rosario, están ya sentados esperando hace unos veinte minutos la llegada de la novia. Han preparado un pequeño cobertizo en el gran patio de la casa de Jorge para que el sol de la media mañana no le llegue directamente. El matrimonio se celebra en esa casa grande y bonita con un gran patio, donde se habían vuelto a mudar hacía pocos días Rosario y Jorge, gracias a la gestión de Jaimito que consiguió que quedara totalmente exenta de todo problema legal. En el medio del patio, entre los camineros y las plantas bien podadas, se había armado un bonito altar, con un gran arco de flores por donde deberá pasar la novia para llegar hasta él, sobre una alfombra roja de muchos metros que sale desde la puerta trasera de la casa. Los asientos tienen cada uno un ramillete pequeño de florcillas de adorno en el respaldo. Un cuarteto de músicos con un teclado, un violín, un clarinete y una soprano afinan sus instrumentos y la voz desde un lado del altar. Del otro lado del altar un fotógrafo prepara su máquina. La mayoría de los caballeros invitados están muy elegantes con vestido y galera, mientras Manrique espera con un frac. Las damas tienen todas trajecitos de distintos colores claros bordados con puntillas y encajes, de mangas largas y con el cuello tapado; dos de ellas usan un velo que les tapa el cabello y el rostro. Todos sufren el calor, pero el respeto al altar que les enseñaran los antecesores es más importante.
De pronto llega Alejandra caminando velozmente. Los invitados la ven salir de la puerta trasera, y presienten que pronto llegará la novia. Rafael la mira, una vez más sorprendido por la belleza de su eterna novia. Luce un vestido color marfil, sencillo, holgado, largo hasta las rodillas, como es de esperar con un escote que resalta sus dotes naturales, y calza unas sandalias del mismo color del vestido con unos cordones de cuero se entrecruzan pantorrillas arriba hasta terminar en un moñito bien prolijo unos quince centímetros por debajo del ruedo del vestido. Trae el pelo lacio, suelto sobre los hombros adornado a un costado con unas florcillas iguales a las de Julieta, y un maquillaje suave que le destaca esa sonrisa hermosa y radiante de sus días felices. Llega dando los buenos días a los pocos invitados y se coloca al lado de Rafael en uno de los asientos que quedaran libres. Rafael no puede evitarlo. Tiene que besar a esa mujer preciosa que está constantemente conquistándolo. Ella, por supuesto, corresponde con cariño, y le arregla la corbata. Se miran y se sonríen. Es bonito para él verla así a Alejandra, tan contenta, con esa luz en la mirada que no permite a la oscuridad ensombrecer ni un solo día el corazón. Los esposos hablan en voz baja.
Rafael: Estás hermosa.
Alejandra: Gracias. ¿Nos tardamos mucho?
Rafael: Unos treinta minutos, creo. ¿Ya vienen?
Alejandra: Sí. Les dije que esperaran un instante hasta que yo pudiera llegar hasta aquí para luego salir ellos.
Manrique se acerca a Alejandra: Ella vendrá, ¿no?
Alejandra, que le sonríe tratando de trasmitirle tranquilidad, contesta: Sí, Manrique. Ella vendrá.
Todos callan al oír al cuarteto empezar la música. Después de una corta introducción instrumental, la soprano empieza las estrofas del Avemaría que provocan profunda emoción en los invitados. Todos se ponen de pie y miran hacia atrás. Rosario empieza a caminar lentamente con una sonrisa nunca antes vista por toda esa gente, del brazo de Jorge, que viene serio acompañando con su formalidad la solemnidad de la ceremonia. Manrique mira a su novia y la ve radiante, como una rosa florecida en todo su esplendor, y se alegra. Ella está con el bonito vestido que fueran a elegir con Alejandra, y con su sombrerito sin alas del mismo color que el traje, adornado con florcillas de colores, colocado un poco de costado sobre la cabeza, y del cual un velo de tul blanco, pequeño, sale para cubrirle el rostro hasta el mentón. En sus manos con guantes de tul tiene un ramillete de flores pequeñas de varios colores. Está realmente bonita la tía Rosario, con la felicidad que le emana por los poros y se hace sentir en el aire, en la brisa tibia de esa mañana. Una vez que llegan hasta el altar, termina el Avemaría, y Jorge pasa la mano a Manrique.
Jorge se dirige a Manrique: Es un honor para mí entregar a mi preciosa Rosario a un amigo. Cuídala, Alberto, hazla feliz y no la deshonres. (Luego se dirige a Rosario) Rosario, hermana, que tu vida a partir de hoy sea para siempre un poema compuesto por las coplas de la felicidad.
Jorge se emociona, y va a sentarse al lado de su hija, quien lo abraza con calidez. Pero como ya es costumbre de Jorge, busca también el abrazo de su yerno hecho casi un ídolo. Y empieza la ceremonia. Los novios se miran y se sonríen mientras el sacerdote da la bienvenida, lee las lecturas bíblicas y predica el sermón que corresponde antes de los votos. Luego los novios se dan los votos. Cuando llega el momento del beso, Manrique se acerca lentamente al rostro de Rosario, toma el velo pequeño, y lo levanta con suavidad dejando el tul sobre el sombrerito. Acerca despacio sus labios a los de la novia y le da un pequeño besito, tierno y enamorado, y luego queda mirándola seriamente a los ojos, para luego ir dibujando lentamente una sonrisa feliz al descubrir las pestañas húmedas de ella y las mejillas sonrojadas por el beso dado en público. Luego los novios van por la alfombra roja hasta pasar bajo el arco de flores, donde vuelven a darse un besito, y donde luego reciben las felicitaciones de todos. Después pasan a uno de los grandes salones de la casa, donde están preparadas dos mesas largas dispuestas en un ángulo recto, y hay otra pequeña orquesta con una linda señorita y un caballero que cantan a dúo, pero mientras pasan los invitados tocan música sólo instrumental folclórica de fondo. Primero entran los invitados y se ubican donde ellos mismos eligen sentarse, disfrutando de los bocaditos fríos y calientes que el servicio pone como menú de aperitivo, y luego, después de tomarse varias fotos en el patio, entran los novios donde les reciben con el vals. Los novios bailan jovialmente el vals, con pasos bien ubicados en el ritmo, como en las fiestas de cuando eran jóvenes. Se balancean dando vueltas por toda la pequeña pista de baile que queda entre las dos mesas largas. Después de que hubieran bailado por un momento los novios, entra a la pista Jorge con Alejandra de su brazo, Jorge pide a Manrique bailar ese vals con su hermanita, y Alejandra queda con Manrique. Luego entran Leonor con Rafael, y mientras Leonor baila con Manrique, Rafael acompaña a la novia. Rafael se acerca al oído de Rosario como para que ella pudiera escuchar bien, porque el volumen de la música estaba bastante alto: Ya ve cómo son las cosas, doña Rosario, que hace unas semanas yo casi estaba dispuesto a invitarla a salir y ahora usted ya se me casa.
Rosario ríe divertida. Ya conoce las bromas de Rafael, los prejuicios sobre él los había dejado atrás. Siente como que, sin haber ella hecho nada, su corazón se reconcilió con la vida, porque Méndez, que ya no era ese delincuente la hacía sentir aceptada.
La novia se acerca como para dar una respuesta a Rafael: Debo reconocerlo Méndez, gracias por todo esto. Yo sé que usted colaboró mucho con Alejita para que esto saliera.
Rafael mira sonriente a Rosario. Sigue balanceándose con ella al ritmo del Danubio Azul, aunque se da cuenta de que la tía domina la danza mucho mejor que él, y disfruta de ver la alegría en los gestos de ella. Luego se van acercando todos los demás amigos de los novios para acompañarlos en el vals que se hace largo.
De pronto Leonor y Jorge quedan bailando juntos, como que Alejandra y Rafael se enlazaron en el vals.
Leonor: Debo felicitarlo, don Jorge. Finalmente casó bien a sus dos niñas.
Jorge: Fíjese doña Leonor, lo que son las cosas. Por un lado siento la dicha de que las dos doncellas que estaban a mi cargo se hayan casado bien, y por otro, la falta que me hace mi María Consuelo, pues, porque me he quedado solo.
Leonor: Así es la vida, don Jorge. Así mismo quedaré yo el día que mi Julietica se me vaya casada con el Jaime. ¡Pero no diga que se queda sólo! ¡Estaremos todos siempre a su alrededor!
Al mismo tiempo, Alejandra y Rafael quedan dando vueltas en la pista. Alejandra, por supuesto, se balancea como una bailarina clásica, mientras Rafael admira sus movimientos.
Alejandra: Estoy tan contenta, Rafael. Mira a mi tía se le cumplió el sueño que tenía desde los quince años.
Rafael: ¡¿Quince años?!
Alejandra: Según ella desde los quince sueña casarse.
Rafael: Pues, sí. Mi madre se casó más o menos a esa edad. Qué bueno que no haya dejado de soñar la tía.
Alejandra: Rafael, estás muy elegante. Te queda bien el vestido cuando lo usas ocasionalmente.
Rafael: ¡¿Cómo?! ¡¿Cómo dice mi doctora?! ¿Quiere decir que cuando lo usaba todos los días no me quedaba bien?
Alejandra da unas carcajadas, y luego responde cerca del oído de Rafael: La verdad, Méndez, en esos días me hubiese gustado verlo más sin nada puesto.
Rafael se sorprende mirando a ambos lados, como preocupado porque alguien haya escuchado. Y abriendo grande los ojos para decir algo, es interrumpido por un beso de ella.
Cuando hubo terminado el vals, los invitados y la familia se sientan a las mesas, ambas bien arregladas con un mantel blanco, y con tres arreglos de flores de colores sobre cada una de ellas. Todos los cubiertos están bien puestos, y mientras esperan que se sirva el almuerzo, beben algunos vinos mientras oyen valses de fondo.
Después de un momento, el servicio se acerca con el plato de entrada. Como a Leonor, aunque ya deduce que es la entrada por la experiencia anterior en la casa de los Maldonado, le resulta desconocida la presentación en ese platito pequeño, pregunta qué es, a lo que el servicio responde: Vou al Vent relleno con Ragout de Pollo. Leonor se conforma con la respuesta, aunque no haya entendido, pero se decide a probar.
Sin embargo, antes de que el servicio se retire, Leonor pregunta con timidez: Qué pena, señor, pero, ¿qué más hay?
A lo que el muchacho del servicio le responde: El plato principal es Lomito a la Maitre dHotel con papas Duquesas y souflé Bicolor, el postre es la torta de bodas, y las bebidas son vinos, cervezas y gaseosas. ¿Desea la señora obviar la entrada?
Leonor: No, no, no, así está bien. Gracias, señor.
El muchacho sigue sirviendo y Leonor se queda probando la comida, que después de todo le sabe muy bien. Los demás invitados también reciben su plato y lo disfrutan.
Los boleros de fondo interpretados por la pequeña orquesta le dan un contexto romántico al almuerzo de bodas. Los amigos de los novios se estremecen con las canciones, sin embargo, a Alejandra y a Rafael tampoco le son indiferentes esos clásicos, que siempre les dan ganas de tomarse, abrazarse, y besarse. No pueden dejar un momento de demostrar tanto amor el uno por el otro, inspirados por la poesía que contienen esos compases.
Eres mi bien lo que me tiene extasiado,
por qué negar que estoy de ti enamorado,
de tu dulce alma, es toda sentimiento
Rafael toma la mano de Alejandra dándole a entender que exactamente eso es lo que siente.
Mientras se sirve el almuerzo y los invitados comen, los nuevos esposos MM también se dedican las canciones. Manrique, con voz muy bien afinada, se acerca al rostro de Rosario para decir de muy de cerca con las letras de la canción:
Voy a apagar la luz para pensar en ti
y así podrá volar mi imaginación,
va a ir donde todo lo bueno, donde no hay imposibles,
qué importa vivir de ilusiones si así soy feliz
Mientras al mismo tiempo Rafael canta en el oído de Alejandra la misma canción:
Cómo te abrazaré, cuánto te besaré,
mis más ardientes anhelos en ti realizaré,
te morderé los labios, me llenaré de ti,
y por eso voy a apagar la luz para pensar en ti
Hasta a Jaime y a Julieta les inspiran esas canciones, y Jaime, que conoce las letras y se las quiere exponer a Julieta, le indica con un ademán que oiga la canción, y acercándose al oído y susurrando le dice: Mire Julieta, yo no sé cantar, pero esta canción le puede decir lo que me está pasando con usted, No pretendo ser tu dueño,
no soy nada, yo no tengo vanidad,
de mi vida vuelo, vuelo,
soy tan pobre, qué otra cosa puedo dar.
Pasarán más de mil años, muchos más,
yo no sé si tenga amor la eternidad,
pero allá tal como aquí
en la boca llevarás
sabor a mi
Alejandra, al reconocer tan linda canción que ahora empieza a sonar, primero besa a Rafael en una mejilla y le rodea un brazo al cuello y le dice tiernamente que lo ama, lo mira fijo a Rafael y, no afinando bien pero poniendo todos sus sentimientos en la letra, se la repite, sin poder continuar su comida de la emoción:
Contigo aprendí
que existen nuevas y mejores emociones,
contigo aprendí
a conocer un mundo nuevo de ilusiones,
aprendí
que la semana tiene más de siete días,
a hacer mayores mis contadas alegrías,
a ser dichosa yo contigo aprendí,
contigo aprendí
a ver la luz del otro lado de la luna,
contigo aprendí
que tu presencia no la cambio por ninguna,
aprendí
que puede un beso ser más dulce y más profundo,
que puedo irme mañana de este mundo,
las cosas buenas ya contigo las viví,
y contigo aprendí
que yo nací el día en que te conocí
Mientras tanto, Manrique y Rosario celebran toda su alegría mirándose mientras Manrique acaricia la mano de Rosario con el anillo que estrena. Los demás pueden ver cómo los novios, como si hubieran vuelto unos sesenta años atrás, se ríen de todo lo que se dicen. Manrique también festeja a su nueva esposa con las canciones. De pronto, al oír la introducción de la canción que seguirá, pide el micrófono al cantante y en vez de cantarla este, lo hace Manrique, primero mirando a Jorge y a los demás invitados, luego mirando a los ojos a Rosarito y tomándola de mano:
Todos dicen que es mentira que te quiero
porque nunca me habían visto enamorado,
yo te juro que yo mismo no comprendo
de por qué tu mirada me ha cautivo,
cuando estoy cerca de ti ya estoy contento
y quisiera que de nadie te acordaras,
tengo celos hasta del pensamiento
que pueda recordarte de otra persona amada
Rosario, enternecida con la canción, no se contiene y llora como una niña, o mejor, como lo que es, una sensible persona mayor, llegando a conmover todos los corazones que los acompañan en esa fiesta.
Finalmente, ya cuando se sirve el postre, Rafael se anima a hacer lo que Manrique al reconocer las primeras notas de la canción que dice exactamente lo que él siente. Rafael toma el micrófono, y mientras la orquesta lo acompaña con unos acordes él se dirige a los invitados y dice: Ofrezco mis disculpas, pero no puedo dejar pasar esta canción sin dedicársela a mi linda esposa. Alejandra, mi doctora, a veces las palabras se terminan y es bueno que alguien haya compuesto las líneas de una canción para que yo pueda decir lo que siento por medio de ellas. En este caso, voy a dejar que estas estrofas hablen por mi para decirle lo feliz que soy al tener su amor cada día. Comparto esta dicha con don Alberto y doña Rosario, que entienden exactamente lo que se siente. Y va con amor para usted, con todo mi gran amor de siempre, Alejandra (Rafael indica con un gesto a los músicos que ya pueden dejar la introducción, que se había alargado para dar lugar a las palabras de Rafael, y empezarla, y con toda emoción la mira a los ojos a su esposa mientras, sonriente y afinando como puede, canta el bolero)
Amanecer y ver tu rostro sonreír
es un placer, un privilegio para mi,
buscar la luz en el fulgor de tu mirar
es despertar con el amor,
mirar que el sol en tu cabello se anidó
y la alborada en tu sonrisa se escondió,
ver que mi verso tiene un ritmo y un color
es un placer.
Amanecer con la importancia de saber
que soy de ti, te pertenezco sólo a ti,
que nunca más mis sueños frío sentirán,
desean tener un porvenir.
Amanecer y ver que tengo junto a mi
lo que hace tanto, tanto tiempo pretendí
es un placer, un privilegio
para mi.
Alejandra también se conmueve al escuchar y al ver a su esposo así. Se percibe la emoción en su voz y el amor en sus gestos. Alejandra se pone de pie, y mientras él baja del escenario ella va a su encuentro, y a mitad de camino se encuentran los dos y se disuelven en un tierno abrazo. Alejandra prensa sus labios contra la boca Rafael, pero el beso, más que a la boca, acaricia al corazón.
De pronto, la mayoría de los invitados se convierte en cantante. En realidad, todas esas personas de edad que piden el micrófono para interpretar uno de los tantos boleros, tienen una voz muy bonita, muy cultivada, y recuerdan las letras a la perfección. Cada bolero tiene ahora un intérprete diferente que armoniza con tanta efusión que hasta el mismo Manzanero se hubiese impresionado.
Cuando se da por terminado el almuerzo, la orquesta empieza a cantar chachachás, cumbias y merengues para que todos bailen, tratando de acomodarse lo más posible a los gustos que probablemente tienen esos invitados tan especiales.
Después de bailar algunas músicas, Rafael llama a Jaime.
Rafael: Hermano, mire. Le entrego las llaves del carro. Cuando mi madre y mi hermana se quieran ir, usted se las lleva para la casa. Más tarde me devuelve el carro, yo le llamo para decirle cuándo. Si preguntan por mi, dígale que tuve que ir a atender algo que surgió en medio de la fiesta.
Jaime: Pero ¡Rafael, por Dios! ¿Usted qué piensa hacer? ¡La fiesta recién empieza!
Rafael: Nada, Jaime. Sólo me voy a descansar un momento. Ustedes sigan.
Rafael se da la vuelta, toma a Alejandra de la cintura, y la pareja desaparece, desplomada en risas, escaleras arriba. Pero sólo Jaime se da cuenta, a lo que esboza una sonrisilla apenas visible que matiza su seriedad. Los demás siguen en lo suyo, en festejar. Algunos de los invitados levantan los brazos, otros tratan de agacharse, otros se toman de las manos para bailar, otros se ponen en posición de bailar el vals aunque lo que suene sea un merengue, algunas damas levantan los bordes de las polleras, algunos caballeros dibujan ondas con sus índices en el aire, otros baten las palmas de las manos acompañando el ritmo, de vez en cuando algunos empiezan un humorístico trencito que recorre la pista, y otros se quedan sentados compartiendo el vino, que, según ellos, bebido en ciertas ocasiones, mejora la circulación sanguínea y la frecuencia del corazón y regula la presión arterial.
Cuando los esposos llegan a la puerta del cuarto de Alejandra, no el mismo de la casa más pequeña, sino el de antes, ese que guarda los secretos de la niñez y la adolescencia de Alejandra, Rafael la toma con las dos manos de la cintura y empieza a hacerla bailar. La música alegre se oye escaleras abajo. Cuando Alejandra abre la puerta de la habitación, Rafael la carga. Alejandra, explotando por cualquier nimiedad en risotadas, lo besa en toda la cara mientras él camina con ella en brazos. Luego él la acuesta en la cama, y vuelve para cerrar la puerta con llave.
Rafael nota que esa cama sí es más grande que la de la otra casa. Hay espacio suficiente para las piruetas. Rafael se saca la corbata, el saco, el cinto y se desprende la camisa. Luego se acerca a Alejandra para desatarle los cordones de las sandalias. Lo hace lentamente y viéndola a los ojos con una mirada seductora. Ella sonríe. Él, a medida que deslía en las piernas los cordones de una sandalia, la besa suavemente pantorrillas abajo, hasta llegar al dorso del pie. Luego lo hace con la otra sandalia, y cuando se la hubo sacado toda, en un descuido empieza a hacerle cosquillas con los dedos en la planta del pie. Ella trata de retirar el pie que él aprisiona, pero él no la suelta. Ella se contorsiona de la risa. Pero luego se asoma a él para darle pelea, y colgándose del cuello de él lo tira a la cama al lado de ella. Por un momento se quedan mirándose. Luego Rafael saca el pequeñísimo ramillete de florcillas del cabello de Alejandra, y lo pasa suavemente por los hombros de ella, mientras le habla.
Rafael: Estás maravillosa hoy.
Alejandra: Estoy feliz. ¿Has visto la cara de mi tía? ¿Y la de mi papá?
Rafael: Sí. Pero me he detenido más a ver la tuya. Esa sonrisa tan contenta me tiene preso. Recuerdo aquella tarde con los mariachis, en la fiesta de bodas, cuando bailabas y cantabas entre toda esa gente. Ese día te veías feliz también.
Alejandra: Ese día mi alma festejaba el nacimiento de un gran amor.
Rafael: Ese día te habría besado hasta el amanecer, como lo voy a hacer ahora, no me importa cuántas horas dure esto. (Rafael empieza a besar las mejillas de Alejandra)
Alejandra: Mi amor, estoy agradecida con Dios porque todo salga tan bien. Y contigo, por supuesto. Y con Jaime, por habernos devuelto la casa.
Rafael: Jaime es un hermano, mi doctora.
Alejandra: Lo he notado. Es un caballero. Y ama a tu hermana. Espero que hoy disfruten de ese carro
Rafael: ¡Dios mío, es cierto! ¡Mi doctora, debo detener a Jaime! ¡Quién sabe dónde se llevará a la niña! ¡Quién sabe
Alejandra: ¡Méndez! ¡Méndez, déjelos! ¡Ya no sea tan anticuado con su hermana! ¿No se da cuenta que ya es toda una mujer?
Rafael: ¿Mujer? ¿Cuál mujer? ¡Es una niña! ¡Y Jaime parece un santo, pero
Alejandra: Relájate, mi amor. Ellos irán con tu mamá. No te desesperes. (Ahora es Alejandra quien empieza a besar las mejillas de Rafael) Tú ponte a pensar sólo en cuánto te amo, en cuánto te deseo, en lo feliz que me haces.
Rafael empieza a besar los hombros de Alejandra. Le baja con los dedos una de las tiritas que le estorba interrumpiendo los besos que él quiere hacer llegar a las clavículas.
Alejandra: Nunca te lo he dicho, pero me encantan tus besos. Los adoro desde la primera noche, esa del negocio en Cucunubá. (Rafael sigue concentrado en los besitos que recorren ahora el cuello de su esposa.) Recuerdo también la noche en aquel hotel con la cama llena de flores, cuando me recorriste con esos besos la espalda, la cintura, la barriguita... Y cómo olvidar la primera noche en el patio trasero de la hacienda Nunca te lo he dicho pero eres un artista haciendo el amor.
A la pequeña orquesta le cuesta encontrar lo exacto para ese grupo de personas tan singular. Sin embargo, el trabajo se les hace difícil, pero no se les alarga, porque después de un rato los viejitos se van cansando y se van retirando. Manrique y Rosario salen pronto, antes que la mayoría de los invitados, agradeciendo por la asistencia, y llevados por el carro de bodas se van a su luna de miel. Julieta se queda con el ramo. Después de todo es la única soltera de la fiesta. Jorge agradece a cada uno de los invitados que se va retirando, preguntándose dónde estará Alejandra para ayudarle con la cortesía. Hasta que los últimos en retirarse son Leonor y la pareja más joven de la fiesta.
Jorge: Muchas gracias, una vez más, por venir doña Leonor. Usted es toda una dama. (Jorge besa la mano de su consuegra)
Leonor: Hermosa fiesta, don Jorge. Pero insisto, ¿no quiere que le ayude a retirar todas esas copas y esos vasos? Mire que mi niña y yo podemos ayudar a lavar un poco
Jorge: No, no, no, de verdad doña Leonor. De eso se encarga el servicio.
Leonor: Bueno, pues será hasta la próxima. Espero que en mi casa y con una comida hecha especialmente para usted.
Jorge: Bueno pero ¿no vieron a mi hija? Está desaparecida con su hijo.
En ese momento interviene Jaime, respondiendo precisamente como se lo había indicado Rafael: Rafael tuvo que ir a atender algo que surgió en medio de la fiesta.
Jorge: Bueno pues me toca ir a descansar también después de que los músicos se retiren.
Alejandra y Rafael, exhaustos en la cama, después de unas horas en ese cuarto, oyen que la música se acabó.
Alejandra: ¡Rafael! ¡Debo ir a ayudar a mi papá!
Rafael: Espera que yo te ayudo, mi amor.
Alejandra trata de incorporarse retirando de su cuerpo las sábanas que la envuelven y su ropa desparramada confundida con el color de las almohadas, pero al intentar sentarse en la cama se siente extenuada y vuelve a caer para atrás en los brazos de Rafael. Rafael, que tiene ánimos para mucho más con la hermosa mujer que ve moverse perezosamente, la abraza y se da la vuelta acercándose a la extraordinaria anatomía de ella, y empieza a besarla otra vez, lentamente, con ternura, con pasión, con amor. Entonces Alejandra, totalmente entregada, cierra los ojos y, olvidando lo que había que hacer, vuelve a complacerse en la maestría de los labios de su esposo transitándola en la piel.

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora