XXIX. ¡Doctora!

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Alejandra: ¡Despacio, papá! ¡No vayas a resbalar con esas chanclas!
Rafael: ¡Tranquila, mi amor! ¡Yo te lo cuido bien!
Jorge: ¡Ay, Méndez, la nena me trata como si yo fuera un viejo!
Alejandra: Déme, doña Leonor, ese bolso, le ayudo con él.
Leonor: No se preocupe, mijita, va bien aquí Usted ya lleva suficiente.
Julieta: ¡Ay! ¡Dése prisa, Jaime! ¡No se quede tan atrás que hay demasiada gente allá! ¡Espéreme, mamita!
Jaime: ¡Es que estas sombrillas están muy pesadas! ¡Y también todos estos bolsos suyos, Julieta!
Rosario: ¡Ay, Manrique! ¡Me da pena usar este traje de baño!
Manrique: ¡Rosarito, pero si te quedó divino!
Toda la familia va caminando a la playa. Jorge, del brazo de su yerno, con una camisa floreada, unos pantalones cortos, unas gafas negras enormes y un sombrerito, va explicando una y otra vez, como desde el día que empezaron a planear el viaje, el porqué de que Cartagena de Indias sea un patrimonio universal. Rafael se lleva unos cuantos bultos, entre bolsones con protectores solares de distintos números de filtro para los distintos tonos de piel de él y de su esposa, toallas y mudas de ropa. Un poco más atrás va Alejandra con una canasta llena de comida para el almuerzo, y al lado de ella Leonor, también con dos bolsones enormes de cosas que podrían ser útiles a parte de las propias que se llevan a la playa, con un vestido todo dibujado con frutas tropicales que termina en los tobillos en unos flecos. Algo apartados van Rosario y Manrique de la mano conversando como dos jovencitos recién enamorados, ella con un sombrero enorme que tiene atada una cinta, en cuyo moño gigante van unas flores artificiales del mismo color fucsia que su traje de baño ceñido al cuerpo que usa debajo del pareo que ata en su cintura. Un poco más alejada de ellos viene Julieta con otro bolso, exhibiendo una espalda hermosa bajo ese vestidito blanco, que deja ver adelante las tiritas del bikini que se enlazan en la nuca. Atrás de todos viene Jaime, mirándola, caminando por la arena con mucha dificultad, con su camisa a cuadritos, sus pantalones de tres cuartos floreados, sus gafas negras, pequeñas y redonditas, y su sombrerito gris. Lleva, a parte de su mochilla, dos enormes sombrillas playeras de varios colores y los bolsos de Julieta con enormes toallones para acostarse en la arena a tomar sol. Julieta está muy ansiosa. Le faltan pocos metros de caminar sobre esa alba arena para conocer por fin ese enorme mar lleno de los pececitos de colores que hacía varios meses le habría descrito su hermano por teléfono, emocionado, con el corazón galopando como el de ella ahora. Leonor también está ansiosa, pero le preocupan dos cosas; una, que los niños se vayan a perder entre la cantidad de gente que ella ve unos metros más adelante, y también le preocupa la profundidad del mar, no sea que los niños no puedan hacer pie metidos allá.
A medida que se van acercando al mar se inmiscuyen entre la muchedumbre y encuentran un lugarcito donde colocan las toallas en la arena debajo de las sombrillas. Las canastas y los bolsos caen al suelo cuando de pronto Julieta divisa un verde agua paradisíaco tan cerca de sí, y se larga a correr, alucinada por su grandeza. Leonor, preocupada por su niña, al darse cuenta, con la rapidez con que puede, la sigue. Y allá va Rafael detrás de ambas sintiendo una mezcla de sensaciones, susto por las mujeres que fácilmente se perderían, realización por haber cumplido su promesa, expectativas por la reacción que tendrán al estar tan cerca del mar, y gratitud, mucha gratitud como es propio de él, a Dios por darle a estas alturas esta satisfacción. Y detrás de los tres corre Alejandra, que va afanada pensando cómo hará para salvar de un ahogamiento a tres personas de una vez, no sin antes encargar mientras corre a Manrique y a Jaime que no se pierda Jorge, porque ya jamás lo encontrarían de extraviarse allá.
Rosario, al escuchar el pedido desesperado de Alejandra, susurra a Manrique: Cuántos años de paciencia tendrá que tener Aleja con esta gente.
Manrique levanta los ojos al cielo con expresión de ayúdeme Dios. Sabe que los años de paciencia le tocarán a él.
Julieta llega hasta la costa, y se queda obnubilada. Leonor llega tras de ella, y se coloca a su lado. Ninguna dice nada. Se quedan ambas mirando a la eternidad. Las cejas se distancian de los párpados, las pupilas se contraen y se fijan en un punto lejano, en un todo y a la vez en nada, los labios se entreabren levemente sonrientes, el corazón bombea con celeridad, el torrente sanguíneo aviva hasta la punta de los dedos, la razón se transfigura en algo ininteligible mientras el proceso del pensamiento se detiene ofuscado por la gloriosa sensación de quedar sin palabras. Rafael detiene la carrera unos metros antes y camina lentamente. Comprende subconscientemente lo que están sintiendo las dos damas que él adora, las ve enajenarse y se permite disfrutarlo. Una vez que llega a ellas y, abriendo sus brazos como alas en vuelo, pone sus manos en el hombro izquierdo de una y en el derecho de otra, y se queda observando las miradas de ellas, aún más profundas que lo que tienen en frente. Alejandra se detiene a lo lejos. No obstante la cantidad de gente, ella se siente aislada. En ese momento le viene a la mente el rostro de Rafael lleno de arena dándole gracias por llevarlo al mar en Barú. En un momento de iluminación mental se pregunta cómo es que se complicó la vida tanto por tiempo y nunca supo ser feliz, extremadamente feliz como lo era aquella familia, con algo tan sencillo. El silencio de los tres le grita a vivas voces un aprenda, Alejandra Maldonado. Entonces decide, también ella disfrutar, no la belleza del mar, sino la belleza de algo que a diferencia de él, no tenía superficie. No se atreve a dar un paso más. No quiere interrumpir la íntima contemplación de la familia. Se queda a lo lejos mirando y usando, como pocas veces, su sexto sentido para percibir lo que trae en el aire la solemnidad del momento.
Rafael se pone en el medio tomando a ambas de las manos y rompe el silencio: Venga mamita. Venga Julietica. Metan sus pies. Acerquen sus manos. Mire niña, mire esos pececitos. No tenga miedo mamita. Mire qué bonito.
Alejandra, que ve que los tres entran de la mano al agua, se vuelve a alertar y entonces se acerca. De todos modos, aunque más cerca de ellos, toma distancia.
Leonor: Mijito, gracias. Gracias por esto, porque me tiene tan orgullosa y me regala en mi vejez estas cosas.
Julieta sigue sin articular palabra. Se suelta de la mano de Rafael y se agacha a tocar. Se sienta sobre sus pantorrillas en la costa. Las olas se rompen en sus rodillas y mojan su vientre. Ella las recibe con las palmas de las manos abiertas, sintiendo con el tacto como para que ninguno de sus sentidos se pierda del espectáculo. Se moja el rostro. Repasa sus labios y percibe la sal en la punta de su lengua.
Alejandra, que sigue mirando, siente que una mano se apoya en su hombro. Gira y encuentra a Jaime mirándola con una cámara fotográfica en la mano.
Jaime: ¿Me tomaría una foto con ellos?
Alejandra: ¿Cómo nos encontró entre tanta gente?
Jaime: Vine derecho. ¿Me toma la foto?
Alejandra: Claro, Jaime. Vaya y colóquese.
Jaime se acerca. Cuando Julieta lo ve, lo toma de una mano, lo estira. Cierra sus ojos y acerca su rostro al de él.
Julieta: ¡Béseme!
Jaime, que mira a Rafael y también a Leonor esperando una reprobación, se escandaliza por el pedido de su novia: ¡¿Aquí?!
Julieta: ¡Claro, Jaime! ¡Aquí, ahora! ¡Béseme ya!
Jaime mira a Rafael. Rafael frunce el seño. Jaime se imagina el puñetazo que obtendrá de su cuñado de besarla en frente suyo. Rafael le habla con gestos, sin emitir sonido: ¡Bésela ya, hermano!
Entonces Jaime se desinhibe y se acerca a Julieta. Julieta lo amarra y lo besa totalmente apasionada. Jaime por un momento, al sentir los labios suaves de su novia y al percibir el sabor a mar en ellos, se deja envolver por el romanticismo y se relaja en el beso. La abraza y permite que su corazón palpite al ritmo de ella. En medio del beso le dice que la ama. Rafael trata de estar licencioso, pero la templanza le dura poco.
Rafael: Bueno, ya, ya. ¡Tampoco abuse, hermano!
Julieta: Jaime, cásese conmigo.
Jaime queda sin palabras. Está serio. Al rato sonríe. Al rato vuelve a estar serio. Ve el rostro de su Julietica una mirada con tanta hondura, con tanta ilusión. Contrastó esa propuesta totalmente con su ley y su orden de vida. Él, caballero y noble, estaba recibiendo de una dama propuesta de casamiento. ¿Sería eso correcto? Entonces decide olvidarse de todo prejuicio y, en nombre del amor, le da un sí. Tímido, casi mudo, pero un sí al fin.
Alejandra, desde su lugar, toma fotos una detrás de otra. Le encantó tomar el beso de los jóvenes, pero aún más le gustó documentar el rostro de Rafael mientras duraba ese beso.

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora