XXV. ¿A qué hospital llamar para saber si la recibieron?

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Alejandra sigue manejando. Llora perturbada, y se ve en la necesidad de detener el coche porque de tantas lágrimas ya no ve el camino. Se sabe culpable, pero otra vez tarde. Se siente tonta, inmadura. Pero se queda ahí, llorando de rabia, ahora más sintiendo dolor por su propia actitud que por el enojo por lo de Claudia. Ella sabe bien cómo es Claudia, que por más que Alejandra zapatee o la coja del pelo, Claudia tiene remotas posibilidades, por lo menos ese día, de enmendarse, y además Alejandra confía en Rafael. Rafael no tiene culpa que pagar por lo ocurrido, sino que fue cosa de Claudia. Y Rafael se había quedado herido sin razón.
Rafael escucha los temas vallenatos y, entre recuerdos y ganas, se pregunta por qué no insistió un poco más. Ella ya estaba por quedarse. Se dejó llevar por la ira, y así sólo consiguió que ella se fuera más rápido. Nelson y Susana no saben qué hacer. Sólo miran su reloj para ver cuántos minutos han pasado para llamar a la casa, y nada. Las manecillas giran muy lentamente. Alejandra no debe estar ni a mitad de camino. Rafael está por decidirse a tomar un taxi y buscarla. Seguirla hasta su casa, y si no fue hasta allá, buscarla en toda la ciudad si es necesario. ¿Debería llamar a algún hospital para saber si llegó accidentada? ¿A qué hospital llamar para saber si la recibieron? ¿Y si le da otra sumergión por los celos? ¿Si se tira al abismo? ¡Dios mío, qué pensar, qué hacer! Pero se queda unos minutos más ahí sentado tratando de pensar mejor las cosas. Rafael pone su cabeza entre sus brazos recostado en la mesa.
De pronto Susanita sonríe. Nelson no entiende por qué. Susana le señala la puerta del salón. Es Alejandra que ha vuelto, y está ahí, parada, descalza, con los ojos llorosos, atajándose del marco de la puerta con una mano para equilibrarse. Susana le guiña el ojo a la amiga, le hace un gesto con la cabeza para que se acercara, y toma del brazo a Nelson, que también sonríe, y se lo lleva. ¡Gracias a Dios no le había pasado nada! ¡Alejandra es un peligro cuando se pone a beber! Alejandra camina lentamente. Le duele ver a Rafael en esa posición, demostrando con tanta vehemencia su dolor. Se siente tan culpable. Se pregunta a sí misma cuándo aprenderá. Otra vez es ella quien arruina los lindos momentos.
Cuando está parada justo al lado de Rafael, le acaricia el cabello. Rafael levanta la cabeza y la ve. Siente un profundo alivio. Se levanta y la abraza.
Alejandra: Mi amor pensarás que otra vez lo mismo Rafael, perdóname. Yo te prometí No sé qué decirte.
Rafael: Tú sabes que te entiendo. Me pediste tiempo y lo tienes. Pero siéntate, ¿estás bien, mi amor? ¡No debí dejarte ir!
Los esposos se miran profundamente. Alejandra todavía tiene mojadas las mejillas. Rafael se las seca con los pulgares.
Rafael: ¿Ya confías un poco más en mi?
Alejandra asiente con la cabeza y lo abraza.
Rafael sabe que no es momento de decir nada, no tendría sentido discutir con ella en su estado. Sólo se alegra del alivio que siente porque ella esté de nuevo con él, salva y enamorada: Escucha. Vallenatos. ¿Bailamos?
Rafael deja los zapatos de taco fino en la mesa, acoda su brazo para llevarla a la pista. Alejandra toma una copa llena de vino en la mano, y se prende del brazo de él, y van.
Susana sonríe feliz al verlos bailar. Nelson levanta las cejas haciendo un gesto de admiración hacia Rafael. ¡Tiene que tener una templanza!
Alejandra recuesta su mentón en el hombro de Rafael y lo abraza con la copa en la mano mientras giran enredados con los movimientos lentos que la música les inspira. Surgen tantos recuerdos. Recuerdan la última noche de luna de miel, cuando Rafael todavía estaba con muletas y collar, y bailaban vallenatos. Recuerdan lo que vivieron en Cartagena. Se miran cautivados y giran lentamente. De pronto Rafael le habla al oído.
Rafael: ¿Recuerda lo celosa que estaba?
Alejandra: ¿Cómo dice?
Rafael: Cuando la niña bailaba conmigo. Allá en Cartagena. ¿Recuerda?
Alejandra: ¿Celosa, yo?
Rafael: ¿Recuerda que tuvimos que besarnos?
Alejandra ríe.
Rafael: ¿Y recuerda que después usted ya no dejó de besarme?
Alejandra empieza a llenarle la cara de besos como en ese sillón de playa de Cartagena y le dice mientras bailan: Por favor, no me deje pensar, Méndez.
Rafael: ¡Dios mío, cómo me miraba, doctora, con esos ojos verdes!
Alejandra sonríe transportada a aquel tiempo.
Rafael: ¡Y yo, con cada mirada suya, sentía que moría por usted!
Alejandra, ahora, no dice nada, sólo se mueve lentamente al son de la música.
Rafael: ¡Dios mío, doctora! ¡Y yo, tratando de entenderla cada vez que me celaba!
Alejandra le da un besito a Rafael en la comisura de los labios.
Rafael: Yo de verdad llegué a confundirme, a pensar que algo usted sentía por mí.
Alejandra: ¿Sabe por qué?
Rafael: Porque yo soñaba con usted; porque usted se ponía celosa y me buscaba y me ilusionaba; porque el primer beso fue por obligación, pero a usted le gustó porque se había emborrachado, y luego ya no dejó de besarme.
Alejandra: Porque usted no estaba confundido. Porque yo lo amaba, Méndez. Yo lo amaba y no me permitía amarlo, porque usted era un amor prohibido.
Rafael: Cuando usted me celaba, me tenía en sus manos, y luego me despreciaba, de verdad yo quería entenderla, mi doctora.
Alejandra: Yo me moría por usted, Méndez. ¡¿Qué no entendía de eso?! ¿Que me dolía verlo con esa niña? ¿Que me mataba ver en usted esa emoción que sentía usted frente al mar?
Rafael es ahora quien no puede decir nada, sólo baila y sonríe mirándola.
Alejandra continúa: ¿Que casi muero de ternura cuando soltamos a esas langostas? ¿Que me encantó ese primer beso que fue el que me embriagó y ya no me permitió separar mi boca de la suya? ¿Que me moriría de la angustia de pensar que al día siguiente ya no lo tendría conmigo y que por eso no quería que me dejara pensar?
Rafael le acaricia una mejilla con los dedos.
Alejandra: ¡¿Qué es lo que no podía entender?! ¿Las ganas que tenía de que me hiciera el amor? ¿La culpa que sentía después de enamorarme de usted porque al día siguiente me casaría?
De pronto, como si ellos la estuviesen pidiendo, empezó a sonar la canción que multiplicó todas esas emociones que volvían a sentir al recordar.
Esos ojos hablan cuando miran
Dicen, algo dicen, de tu vida
Confidentes que saben a amor
Pero lástima que yo no pueda
Descifrarles el idioma, reina,
Y saber entonces tu intención.
Rafael y Alejandra ya no pueden seguir hablando. Rafael abraza con fuerza contra su pecho a Alejandra, que también lo abraza sonriendo. Cierran los ojos y pareciera que viven ese baile que recuerdan.
Más comprendo que también mil penas
Originan las miradas, nena,
Con un dejo de intriga y pasión
Y yo que he soñado con tenerte
No he podido todavía entenderte
Pero es tiempo de una explicación.
Rafael toma los cabellos de Alejandra. Recuerda que había sentido por primera vez entre sus dedos esos rizos mientras se balanceaba con ella en la arena. Recuerda que tenía ganas de deslizar su mano en esa linda espalda descubierta y no se atrevía.
Fíjate qué relación más rara
Que no somos amigos ni novios
Cuenta con confianza por qué calla
La dueña de los ojos que adoro.
Traductores que saben mi lengua
Díganme lo que dicen sus ojos
Comprendan que me muero por ella
Pero no puedo querer yo solo.
Alejandra recuerda que se sentía tan rico entre los brazos de Rafael moviéndose lentamente de un lado a otro. Recuerda su perfume, recuerda las manos de él en su cintura, recuerda que fue la primera vez que sintió entre sus manos la espalda de él que le provocaba acariciarlo, aprisionarlo, y no se animaba.
Duda, bendita duda
Vas a acabar conmigo
Mi bendita duda, ¿por qué camino sigo?
Rafael recuerda que ella no quería pensar. Recuerda que se sentía feliz cuando ella lo besaba en la cara. Recuerda que él se moría por besarla con una gran cantidad de pasión que él ni se había dado cuenta que había acumulado, y se deleitaba con cada beso que ella impregnaba en su rostro.
Tú me buscas insistentemente
Sin prejuicios delantee la gente
Y quizás eso me ilusionó
Tus detalles dicen que me quieres
Y si digo nadie quiere creerme
Todos creen que tu novio soy yo.
Alejandra recuerda que alrededor de ellos empezaron a gritarle ¡Beso, beso, beso! y ella estaba sorprendida, pero aunque trataba de negárselo a sí misma, hacía muchas horas tenía ganas de que se de la oportunidad para ese beso, y esta era perfecta. También recuerda que trataba de contenerse, que sus sentimientos se disociaban con su razón. Entonces trataba ahogar esa razón con más besos y más besos, aunque ella fingiera que lo hacía con el alcohol.
Si me quieres, di por qué no accedes
Qué razón es la que te detiene
No me obligues, negra, por favor,
A llenarme de resentimiento
A pensar que he sido un instrumento
Que nomás de olvido te sirvió.
Rafael recuerda cuando Alejandra despertó supuestamente sin recordar nada, la tristeza que le invadió. Recuerda ese dolor que no pudo comparar con ningún otro que haya sentido antes. En ese momento sintió que la amaba ya demasiado, que no había vuelta atrás. Mientras siguen dando vueltas lentamente entrelazando sus brazos en esa fiesta de bodas, Alejandra también recuerda el dolor que sentía cuando le decía que lo había olvidado. Tendría que casarse, que continuar su vida sin él, y se daba cuenta, aunque quisiera negarlo, que se había enamorado, que ya lo quería demasiado como para que fuese tan fácil alejarlo de ella, que ya no había reversa para ella tampoco.
San Antonio, Patrón de mi tierra
Dime qué puedo hacer, te lo ruego,
Dime si es por amor que me cela
O es que a caso le traigo recuerdos.
Traductores que saben mi lengua
Díganme lo que dicen sus ojos
Comprendan que me muero por ella
Pero no puedo querer yo solo.
Después de recordar ese dolor, Alejandra y Rafael se miran como no pudiendo creer que finalmente estaban ahí, abrazados, sin miedos a besarse, a acariciarse, Rafael tenía en sus manos los rizos y la espalda de ella, y Alejandra podía recorrer la espalda de él sin límites. Rafael podía besarla sin temor a que se termine el beso, porque siempre vendrán nuevos, y Alejandra puede pensar y sentir en libertad, sin divorciar su mente de su alma.
Duda, bendita duda
Vas a acabar conmigo
Mi bendita duda, ¿por qué camino sigo?
Ya no hay tal duda. Ya el camino está elegido, y ese camino es él para ella y ella para él, aunque a veces tenga sus dificultades, sus obstáculos, hasta sus accidentes. Y ambos saben que recién empiezan a andar ese camino, porque son adultos y saben se será largo, y a veces difícil, que no es todo rosa, pero desean con todas sus fuerzas seguir ese camino de la mano, y que tendrá fin solamente el día que la muerte los separe, y nada más.

Mientras Alejandra tiene su mentón en el hombro de Rafael, él gira su cabeza retirando con una mano unos pocos rizos de la oreja de Alejandra, y le da allí un beso muy delicado. Alejandra cierra los ojos inclinando su cabeza, demostrando que le gusta. Rafal besa su mejilla. Ella deja su rostro ahí para seguir sintiendo los labios tersos de él, mientras dibuja una sonrisa leve en sus labios despintados. Alejandra va ubicándole la cara para que él siga. Rafael le da otro besito en la mejilla, mientras se acerca dulcemente a la boca, hasta que alcanza la esquina de la sonrisa de Alejandra, donde puntea su último besito. Cuando llega a la boca de ella, apoya su frente en la de su esposa mientras sigue el vaivén de la danza, y deja sus labios quietos delante de los de ella. Pero ella no se resiste a esa cercanía, e inclina su cara apoyando su boca sobre la de Rafael. Entonces Rafael comienza un beso. Alejandra aprisiona el labio inferior de Rafael entre sus labios, mientras pone la copa de vino vacía que tiene en la mano en el bolsillo de Rafael, para poder ubicar mejor sus brazos rodeando el cuello de Rafael, para acercarse aún más a él. Él siente más anhelo por ese beso y continúa tratando de beber más profundamente de él, mientras sus manos se deslizan por la espalda de ella hasta alcanzar a envolverla y presionar su cuerpo contra el suyo, mientras se balancean lentamente al romántico son de los vallenatos. Alejandra siente cómo el cuerpo masculino de Rafael empieza a reducir cada milímetro de espacio que va sobrando, y eso la estremece, y siente la necesidad de sentirlo más, y comienza a incrementar la sensualidad de sus movimientos, sin despegarse del cuerpo de él. Rafael siente la estrechez de su esposa presionada contra él entre sus brazos, cimbrando su cintura más primorosamente que hace unos instantes, y la avidez por ceñirla con más fuerza y acariciarla aumenta. Entonces se dan cuenta de que ya están demasiado cerca uno del otro para estar entre tanta gente.
Alejandra, sin Alejar su boca de la de Rafael, que sigue impaciente y sedienta de amor, le habla despacio: Vayámonos de aquí.
Rafael, que sigue tratando de besarla intensamente, repite entre los labios de ella: Vayámonos de aquí.
Los esposos se separan lentamente. Como Alejandra tambalea, Rafael saca la copa vacía del bolsillo, se la entrega, sin mirarlo, al Dandy que baila a su lado, luego la carga a Alejandra, así, delante de todo el mundo, sin reparo, con alegría, y Alejandra, mientras va plácida en los brazos de Rafael, empieza a besarlo otra vez, y continúa el frenesí de ese beso que empezó bailando, mientras Rafael adivina el camino. Se olvidan de despedirse. Susana, que se da cuenta, quiere seguirla a su amiga, pero Nelson, que nota la pasión en que van embriagados, la detiene, e inspirado por ese romanticismo empieza a besarla a su Yuyubita también.
Rafael la sienta en el coche a Alejandra, que no lo suelta del cuello queriendo seguir el beso. Él quiere seguir besándola urgentemente, pero le abrocha el cinturón y se sienta del lado del conductor. Salen del club y se van. Rafael maneja sin rumbo. Alejandra trata de recostarse en el hombro de él, pero él no permite que ella se desabroche el cinturón.
Alejandra: ¿A dónde vamos?
Rafael: Adonde tú quieras.
Alejandra: Pues, entra en esta calle.
Rafael: ¿En esta calle? ¡Pero aquí no hay nada! ¡Recuerda que estamos en las afueras de Bogotá!
Alejandra: Yo sé lo que te digo. Entra aquí.
Rafael se deja llevar, sabiendo que, aunque no tengan afán, ya no pueden dilatar la espera, hasta que llegan a un lugar completamente desierto y oscuro, donde sólo unos árboles acompañan al camino. Rafael se sale de ese camino y pretende esconder el auto entre esos árboles. Entonces se detiene y la mira. Ella se desabrocha el cinturón y también lo mira preguntándose cómo seguirá lo que quiere seguir.
Rafael: ¿Sabes qué creo?
Alejandra: ¡Me descubriste! ¡Está bien, lo admito! ¡Te amo!
Rafael: Lo que creo es que estamos locos.
Alejandra: ¡Otra vez me descubriste! ¡Sí estoy loca, pero por ti!
Rafael: No conocemos este lugar.
Alejandra: Pues, explorémoslo.
Alejandra se recuesta sobre el pecho de Rafael y siguen trenzando las apasionadas briznas del férvido beso que empezaran bailando.

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora