XIV. Bellísima Alejandra también

782 17 0
                                    

Pasó una semana de la estancia de Alejandra y Rafael en su nueva casa. Es miércoles. Los esposos ya conocen toda la hacienda, los registros están al día, los trabajos van por buen camino. Alejandra se pasa las mañanas leyendo, calculando, escribiendo, cargando datos en su computadora portátil. Rafael aprovechó los días para ir a ver el trabajo, controlar, colocar en el mercado, primero con Joaquín, luego ya él solo. La mayoría de los empleados ya son sus amigos, y el olor a campo ya le es familiar. Augusto, el encargado de la parte de ordeñe, le regaló un lindo sombrero de cuero. Se llenó de buenas ideas, que sueña con convertirlas en excelentes proyectos y después, lo más pronto posible, en una exitosa realidad. Aprendió todo a la perfección, y ya empezó a hacerse cargo de la gestión sin que se le escapasen detalles. Está listo para salir al campo con su sombrero nuevo, su camiseta, sus jeans y sus zapatillas deportivas.
Alejandra está sentada en su escritorio con el cabello suelto sobre los hombros, tiene puesta una blusa rosa sin mangas, con tiritas, y escotada, y jeans con botas. Rafael se acerca a Alejandra con un jugo de frutas para servirle. La ve más hermosa cada día.
Rafael: Amor, te traje este juguito que acaba de exprimir Ana para que hagas una pausa. De paso, si tienes tiempo, me das un beso.
Alejandra: ¿No ha llegado el veterinario?
Rafael: Estoy esperando, de un momento a otro, llega. Aunque también podría ser que postergue su visita, porque, mira el cielo, está gris. Va a llover. ¿Cómo vas con eso?
Alejandra: Pues, faltando una semana para el balance de fin de mes, adelantamos mucho. Sólo espero que volvamos a producir como hace unos años. Imagínate que las ganancias de este mes aumentaron en un 19% sobre las del mes pasado.
Rafael: ¿Y eso equivale a?
Alejandra: A doscientos catorce millones doscientos mil pesos. Es bastante sobre los ciento ochenta millones que produjo el mes pasado, de los que no vimos ningún peso.
Rafael: ¡Significa que tuvimos una magnífica gestión en pocos días!
Alejandra: ¡Exactamente! ¡Gracias a que tú trabajaste duro allá afuera!
Rafael: ¿Vio, doctora, que yo tenía razón cuando le decía en CA que nosotros somos una llave perfecta? (Rafael junta sus manos cruzando sus dedos) ¿Que debíamos hacer un pareja siempre?
Alejandra: Sí, mi amor. Es bastante en pocos días.
Rafael: ¿Eso significa que podríamos cancelar una de nuestras deudas del banco en su totalidad de una sola vez este mes?
Alejandra: No. Ambas. La tuya y la mía de una sola vez. ¡Imagínate!
Rafael: Pero, ¿eso nos conviene? ¿No sería mejor guardar una parte para invertir acá y cancelar ahora una de las deudas y la otra el mes que viene?
Alejandra: Si el mes pasado no vimos ningún peso de la ganancia y produjimos igual, este mes podemos dejar en caja sólo un pequeño porcentaje y alcanzaría para todas las necesidades básicas. (Alejandra se saca los lentes y mira a Rafael fijo) Mira, amor. Yo me quiero deshacer cuanto antes de ese peso.
Rafael: Alejandra, esto significa que el mes que viene podríamos poner una meta de aumentar las ganancias un 25% de lo de este mes.
Alejandra: O más. Usted siga incentivando a los empleados como sabe hacerlo, Sr. Méndez. Si ganamos todo eso, podríamos aumentarles el sueldo a todas las familias en un 10% el mes que viene, y luego un 10% cada mes por unos tres meses más, hasta que vuelvan a ganar lo justo. Este mes no nos sobrará mucho. El mes que viene nos sobrará mucha más plata, teniendo en cuenta que ya no habrá deuda. Me gustaría regalarle una linda fiesta de matrimonio a mi tía Rosario, y mi padre estaría muy orgulloso de que la familia de la novia así lo cumpla. Y mientras ellos van de luna de miel, nosotros podríamos cumplirle una promesa que usted hiciera a su mamá y a su hermana.
Rafael: ¿Una promesa?
Alejandra: Sí. Yo no la olvidé. Usted dijo que trabajaría duro para cumplirla.
Rafael: Yo me conformo con que la niña tenga su año en la universidad asegurado. ¿Pero, cuál promesa?
Alejandra: Pues, el mes que viene podríamos llevarlas a conocer el mar, con los pececitos de colores y las olas y el ruido, y todo lo que ellas oyeron por teléfono cuando usted conoció el mar.
Rafael se queda en silencio. Le cautivó que ella no haya olvidado ese día. Alejandra recuerda cómo su Méndez, con toda ternura, acercaba el celular al agua y le decía a su hermanita que estudie mucho en la universidad para que no sea como él, que se porte bien y la llevaría a conocer el mar. Ella recordaba el llanto de emoción de Rafael en Cartagena cuando hablaba con su mamá. Recuerda hasta la camiseta amarilla, recuerda la cara y el cuerpo de Rafael llenos de arena blanca, recuerda las maripositas en el estómago que sintió cuando él le cogió la mano mirándola fijo a los ojos para agradecerle esa simple visita al mar. Rafael no sabe qué decir. Se acerca a ella, la toma de la mano estirándola para que ella se levantase de esa silla giratoria, la trae muy cerca y la abraza con fuerza. Cierra sus ojos emocionado.
Rafael: ¡Gracias, mi doctora! ¡Gracias por acordarse, por querer cumplir ese sueño! ¡Gracias!
Alejandra: Gracias a ti, mi amor, por hacerme tan feliz. Y gracias por trabajar tan duro para sacar esto adelante.
De pronto suena el teléfono. Los esposos abrazados hacen caso omiso a las primeras timbradas, luego Alejandra se decide y contesta.
Alejandra: Debe ser Joaquín para avisar que llega el veterinario.
Rafael: Le toca cobrar sus honorarios.
Alejandra se vuelve a sentar al escritorio: Sí, mi amor. Están en el primer cajón. (Acerca el teléfono a su oreja) ¡Aló! (Escucha) Sí Joaquín, guíalo hasta acá por favor. (Cuelga el teléfono) Es el veterinario. En unos minutos llegan acá. Debo mostrarle algunos papeles, luego debe ir contigo a ver el ganado. ¿Estás listo para recorrer?
Rafael: ¡Listo!
Pasan unos minutos, y llega Joaquín montado en Azabache, y el veterinario con una camioneta lujosa, enorme, negra, casi nueva, llena del polvo del camino. Alejandra y Rafael salen a recibirles. Se baja de la camioneta un hombre muy alto, elegante, de hombros y brazos voluminosos que se dejan ver debajo de una camisa remangada, de piel bronceada y cabellos marrones, vestido con jeans, sombrero y botas. Al ver a la pareja se saca las gafas oscuras y llaman la atención unos ojos grandes, verdes en combinación con una sonrisa blanca perfecta entre dos atractivos hoyuelos en las mejillas.
Rafael: ¡Buenos días, doctor!
Alejandra: ¡Adelante!
Manuel: Dr. Manuel Rivas, para servirles. Para ustedes, Manuel.
Rafael estrecha su mano derecha: Rafael Méndez, para servirle. Mi esposa, la dra. Alejandra Maldonado.
Alejandra también estrecha su mano: Tanto gusto, Manuel.
Manuel: Bellísima hacienda La Alejandra y bellísima doctora Alejandra, también.
Manuel mira fijo a los ojos de Alejandra, tanto que ella esquiva la mirada. A Rafael le inquieta tanto el comentario como la mirada.
Alejandra: Pasemos a la oficina, Manuel. Tengo algunos papeles que mostrarle.
Manuel: Con mucho gusto.
Los cuatro pasan a la oficina. Joaquín siempre al servicio de sus patrones va con ellos esperando recibir órdenes. Manuel camina al lado de Alejandra.
Manuel: Me enteré por medio del abogado que el mes anterior estuvo a cargo de esta hacienda que usted estudió en la Universidad de Boston, Alejandra.
El comentario que trajo recuerdos del cachetón fue inquietante.
Alejandra: Sí. Fueron tiempos de bastante sacrificio, pero aquí estamos.
Manuel: Pues, nos habremos cruzado en alguna calle, o en el Boston Common, porque yo terminé mis estudios en la Universidad del Noreste.
A Rafael empieza a parecerle presumido el veterinario. A Alejandra no le llama la atención. Es completamente normal para ella conocer a alguien así, y es un gusto encontrar algo el común con alguien.
Alejandra: ¿Significa que éramos casi vecinos?
Manuel: Así es. Es hermosa la Bahía de Massachusetts, ¿no?
Alejandra: En especial por las noches.
Rafael sólo sabe que están hablando de un lugar del mapa de USA. ¿Cuál?, lo ignora. Pero lo que sí sabe es que le fastidia esa conversación. Por un instante se siente como David caminando amigablemente al lado de Goliat.
Manuel: ¿Y usted tiene familiares allá, Alejandra?
Alejandra: Solamente he ido a formarme. Mi familia está toda aquí. ¿Usted sí tiene familiares allá?
Manuel: No. Casi tuve una familia, pero no se dio.
Alejandra: ¿Cómo es eso?
Manuel: Tenía una novia, muy hermosa, muy inteligente, por cierto muy parecida a usted, aunque no sé si alcanzaba su belleza. (Rafael abre grande los ojos al escuchar el comentario) Casi nos casamos, pero aquello terminó cuando me recibí y vine a Colombia. Cuando volví por ella, ella ya no estaba disponible.
Alejandra: Eso habrá sido muy difícil.
Manuel: La verdad, Alejandra, no tanto, porque aunque no volví a formalizar una relación, las mujeres más encantadoras están acá. Sino, no estaría usted en Colombia.
Alejandra sólo sonríe con la galantería. Rafael está cada vez más incómodo. ¿Podía un tipo supuestamente tan cultivado y tan titulado ser a la vez tan desubicado? ¿O era Rafael quien entendía mal los cumplidos de la alcurnia? Como no puede ser descortés, y además como el doctor no había faltado el respeto a Alejandra, o como tal vez todo sea idea suya por el simple hecho de que el tipo es apuesto y tiene cosas en común con Alejandra, no reprocha verbalmente la actitud de Manuel, pero sí trata de marcar territorio. Toma a Alejandra de la cintura y la besa con ira disfrazada de pasión, sin dejar de mirar fijo al doctor. Ella abre grande los ojos, extrañada por la muestra inoportuna de cariño, dándose cuenta de que el beso no era tanto para ella como para Manuel. El veterinario los mira con una sonrisa sarcástica que Rafael percibe a la perfección, y lo toma, aunque haya sido diplomáticamente, como una provocación. Entonces Rafael, como ensañándose, le da un mordisco al labio inferior de Alejandra, haciendo que se quede rojo. A Alejandra le toca reprimir un grito de dolor.
Rafael, con cólera mal disimulada detrás una sonrisa falsa, agrega: Es totalmente verdad, Manuel. La mujer más encantadora del mundo está en Colombia, y está aquí, a mi lado.
Manuel percibe los celos. A Alejandra le halagan pero a la vez siente vergüenza. Rafael sigue caminando con su esposa de la cintura como si todo fuera totalmente natural. Y en nombre de la diplomacia todos toman esa cínica actitud natural. Rafael se dice a si mismo que una provocación más hará que el dr. Manuel Rivas se arrepienta de haber conocido a la bellísima Alejandra.
Llegan al escritorio. Alejandra y Manuel se sientan frente a frente y empiezan a hablar de las vacas cuya preñez hay que diagnosticar, de la época en que las vacas ya preñadas darán a luz, de la alimentación óptima de los animales, de las vacunas y los medicamentos y, por último, de los honorarios. Rafael se pone detrás de Alejandra escuchando los detalles, con sus manos en los hombros de ella, y sin sacar la vista de encima del doctor. Joaquín se queda un poco más alejado para servir cuando se lo pidan. Manuel firma un recibo, percibe sus honorarios, y se deciden a salir al campo. En principio, sólo irían los tres varones. Pero Alejandra a última hora piensa que su presencia sería necesaria quizá si se da alguna reacción de Rafael como la que tuviera en Cucunubá contra Guillermo. Después de todo el veterinario no parecía muy prudente, y Rafael no era de dar muchas vueltas.
Rafael invita con cordialidad fingida: ¿Vamos, dr. Manuel Rivas?
Manuel responde con amabilidad aún más actuada que la de Rafael: Cuando usted diga, Rafael.
Alejandra: ¡Esperen! Voy con ustedes.
Manuel: No se moleste, Alejandra. Voy con Rafael.
A Rafael le molesta hasta que el doctor le dirija la palabra a su esposa.
Alejandra habla, evidentemente, inventando su excusa: No es que quiero salir un momento de aquí a recrearme. Los acompaño.
Manuel: Pues, vamos en mi camioneta hasta la caballeriza.
Rafael: ¡No! no gracias, doctor. Nos vamos en el carro.
Manuel se pone el sombrero, las gafas negras, se sube a su elegante camioneta y arranca para la caballeriza.
Rafael también se pone el sombrero, abre la puerta del acompañante y se dirige a Alejandra: ¡Suba, yo manejo!
Alejandra: ¡Rafael! ¡Amor, qué te ocurre!
Rafael: ¡Que, con todo respeto, doctora, yo la llevo!
Alejandra: Está bien.
Alejandra se sube. Luego Rafael del lado del conductor.
Alejandra sigue: Está bien, pero ¿por qué esa actitud?
Rafael: ¡¿Cuál actitud?! ¡¿Cuál actitud?! ¡¿Cree que no me di cuenta de cómo la miraba ese tipo?! ¡Claro, y usted embelesada con el Boston Cámion, con la masa de la bahía, con la universidad de su casi vecino, ¿no?!
Alejandra: ¡Rafael, por Dios! ¡Sólo trataba de ser cortés!
Rafael: ¡Claro! ¡Esa mirada matadora, esa bellísima Alejandra, esa novia parecida a usted pero no tan bella!
Alejandra: ¡Mi amor, eran sólo cumplidos!
Rafael: ¡Claro, cumplidos, cumplidos! ¡Y usted tan comprensiva, ¿no?! ¡Ay, debió ser muy difícil! ¡Pero qué importa, si las mujeres más encantadoras están en Colombia, y los más cumplidos también, ¿no?! ¡Y los más apuestos, y los más musculosos, y los más tostados de ojos verdes también ¿no?!
Alejandra: Rafael, ¿estás celoso?
Rafael traga saliva y enciende por fin el coche, pero sin ir a ningún lado, y mira fijo hacia delante. No contesta.
Alejandra insiste: ¿Mi amor, estás celoso? (Alejandra empieza a reír, y eso lo hace sentir un poco avergonzado) ¿Mi héroe, celoso? (Alejandra se acerca a él y empieza a besarle la mejilla) Amor, no seas tonto
Rafael: ¡Claro, tonto, porque yo no estuve en Boston, ni en la masa de la bahía, ni en la universidad de la esquina, ¿no?!
Alejandra: Mi amor, jamás he dicho eso. (Alejandra le llena la cara de besitos mientras le habla) Yo estoy segura de que tú eres mucho más inteligente que él, y también estoy segura de que eres el amor de mi vida, de que te amo, de que para mi eres el mejor hombre del mundo, el único, y el más lindo, y el más dulce, y el más simpático. Eres mi ángel
Rafael gira la vista y mira a su esposa a los ojos con una expresión llena de ternura, que refleja una mezcla de miedo con tristeza y con sentimiento de menoscabo. A ella no le nace otra cosa más que abrazarlo y llenarlo de besos.
Alejandra: Nadie podría ser más lindo, ni más inteligente, ni más apuesto a mis ojos que tú. Sólo contigo quiero pasar la vida entera, mi amor. (Alejandra sigue besándolo en toda la cara, en el cuello, en los ojos, en la boca, y le habla al oído) Te ves más hermoso cuando estás celoso.
Rafael vuelve a girar la vista al frente: No estoy celoso.
Alejandra: Y te ves aún más hermoso cuando mientes
Rafael entonces recuerda que esas fueron las mismas frases que el usó en Cartagena cuando estaban bailando Bendita Duda en la playa, cuando él intentó besarla y ella esquivó el beso, pero lo abrazó y se aferró a él para seguir bailando. Entonces él apaga el motor y vuelve a girar la vista, la mira fijo, sin cambiar la expresión que tiene en la carita, que es para comérselo a besos. Ella toma con sus manos sus mejillas y empieza a besarlo con mucha dulzura en la boca, tratando de decirle sin palabras que él era lo mejor que ella tenía en la vida, que por nada del mundo quiere perderlo. Él le corresponde ese beso como degustando lentamente el dulce sabor a amor sincero, a cariño eterno, a pasión devota, como habiendo encontrado en ese bendito beso un amparo para el miedo del alma. Ella le va devolviendo la seguridad con cada vaivén de los labios. Él se dedica a disfrutar, con los ojos cerrados y el corazón abrigadito en el amor de esa gran mujer. De pronto interrumpe el momento un ¡Ay! de Rafael.
Rafael reclama: ¡Yo no te mordí con tanta fuerza!
Alejandra se ríe con actitud triunfante, como habiendo saciado una venganza. Rafael toma la mano de su esposa, la besa, arranca el coche y van a la caballeriza.

En la paradoja de CA, los vendedores ya se están acostumbrando a que Papeto y Rosaura salgan a almorzar juntos. Llueven las rosas todos los días, con notas sin firma, sobre el escritorio de la bella señora separada. Las miradas hablan por ellos. Los vendedores siguen cazando chismes. Solamente Isabel sabe con certeza que el corazón burgués de Rosaura está encantado por ese muchacho del proletario. De pronto también había nacido un cariño especial entre esas dos mujeres tan diferentes, y la aceptación se había instalado en el departamento que compartían, una con todo el sentimentalismo de su imaginaria alcurnia, la otra con toda la fortaleza y estoicismo de la condición luchadora, tanto que hasta fueron capaces de llamarse en poco tiempo mejores amigas. Esa mañana, mientras la vida continuaba su curso, Isabel recibe una llamada desconcertante, pero grata.
Isabel: ¡Y qué ha sido de su vida compañero!... (Pone una cara de sorpresa) ¡¿Que se ha separado?!... (Rompe en carcajadas, con su risa característica) ¡No me diga que finalmente logró deshacerse de esa dominadora!... (Cambia su expresión a una de admiración) ¡Pues, me alegro por usted, compañero, ¿y se puede saber en qué consiguió ese trabajo?!... (Se admira aún más) ¡Pero eso está muy bueno, compañero, por qué dice que no es gran cosa! ¡No cualquiera monta un restaurante en estos días!... (Pone una expresión de asombro y de júbilo a la vez) ¡¿A mi?! ¡¿Y por qué a mi?!... (Mira a su alrededor y se sonroja, pero esboza una sonrisa entre sus lindas mejillas, matizándose de ilusión, y habla suavizando el tono) ¿Que no ha podido olvidar lo que pasó en el aniversario de CA? ¡No sea mentiroso, compañero!... (No pudiendo borrar la sonrisa de su semblante ilusionado) ¡¿Olvidarlo a usted, compañero?! ¡Cómo se le ocurre! ¡Mire, está bien, voy a ir a la inauguración de su restaurante mañana de noche! ¡Gracias por invitarme, compañero!... (Isabel cuelga el teléfono y se queda mirando a la nada sorprendida, y con la ilusión imborrable en ese rostro tan bonito, hace un ademán de No, no, no y al mismo tiempo balbucea Jiménez)

Es de mediodía en La Alejandra. Manuel Rivas no termina cayéndole bien del todo a Rafael, pero durante el recorrido se apaciguan los ánimos entre ellos. Rafael no suelta la mano a Alejandra, y si ella quisiera ir a algún lado, él va detrás. Rafael se queda sorprendido por el modo en que el veterinario diagnostica la preñez de las vacas. Las compadece. Una vez terminado el recorrido, Joaquín, Manuel y los esposos MM vuelven a la caballeriza. Ahí se despiden del apuestísimo doctor, y él les señala que no duden en llamarlo cuando llegue el día del parto de cualquiera de las siete vacas que necesitan la conducción estricta del trabajo de parto. Joaquín regresa a su casa, y los esposos a la suya. Ana había cocinado en ambos hogares, primero en el de los patrones dejando la mesa puesta y la comida en la olla como para calentarla y servirla, y luego en la de ella, porque Joaquín era lo más importante para ella, y la comida para él debía estar recién preparada a su regreso.
Después del almuerzo los esposos suben a su habitación. Como es su costumbre tiran toda la ropa que se sacan al piso y van juntos a la ducha. Después de pelear un rato por quién la usa primero y quién espera, por si está muy caliente para uno y muy frío para la otra, se meten juntos bajo el chorro de agua y se abrazan.
Alejandra: Estoy tan feliz de que todo esté saliendo bien. Mi papá estará tan feliz cuando le lleve el balance del mes, mi tía enloquecerá cuando le proponga lo de su fiesta de matrimonio. Pienso decírselo cuando vayamos a Bogotá, el lunes.
Alejandra: ¿Y tú crees que tu mamá y Julietica aceptarán dentro de un mes o un poquito más ir al mar?
Rafael: Sí, aceptarán felices. Se emocionarán como yo, y yo me volveré a emocionar, volveré a meterme a ese mar y a revolcarme en la arena y a liberar langostas si es necesario Nosotros también iremos, ¿no?
Alejandra: Por supuesto. Y volveremos a bailar con los vallenatos. Y si me prometes que no me dejarás pensar, hasta haremos el amor allá.
Rafael: Tú lo recuerdas todo. Y yo que pensaba que te habías emborrachado tanto que no recordabas que no querías que te dejara pensar. Mi amor, ¿y en el mar?
Alejandra: ¿Cómo?
Rafael: ¿Tú crees que se pueda hacer el amor en el mar?

Hasta que la plata nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora