VI.

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Chloe caminaba por los pasillos con ese paso típico de ella: con orgullo, la cabeza bien alta, el pecho fuera y las piernas las movía como si fuera una modelo: paso delante de otro. Chloe se sabía lo que era, o sea, la hija de una persona sumamente influyente. Se sabía poderosa, lo había demostrado varias veces y no le costaba nada seguirlo haciendo. Caminaba con ese orgullo tan fuerte en ella hacia el salón de clases. Sabrina se había quedado en el baño, aparentemente haciendo una llamada. A Chloe no le gustaba estar sola, pero no tenía muchas opciones. Tampoco iba a esperar a Sabrina.

Por su lado, Nathaniel no dejaba de pensar en lo que le habían dicho Nino y Alya después de descubrir que Nathaniel había dormido con la chica más envidiada de Paris; quizás no por ellos, pero era conocido el hecho de que mucha gente no soportaban saber que ellos no habían nacido bajo el apellido Bourgeois, razón por la que Chloe seguía cada vez más con ese gusto de presumir sus orígenes, además de, según ella, aseguraba ser descendiente de Luis Felipe de Francia, último rey de los franceses. Muchos le creían, otros lo dejaban pasar.

El pelirrojo  escuchó con atención el plan de Alya: enamorar a Chloe para después destruirle el corazón. Nathaniel no aceptó, él sabía perfectamente lo que era lidiar con un corazón roto y no se prestaría para contribuir a que Chloe sufriera lo mismo, más sabiendo que ella estaba ilusionada con Adrien Agreste, un joven rico, de buena familia, super modelo. Nathaniel no se sentía capaz si quiera de intentarlo, pero al final aceptó. ¿La razón? Sabía que había hecho sufrir varias veces a Marinette Dupain-Cheng, la chica de sus sueños.

Era por eso que la estaba buscando, hasta que la vio caminar con ese caminado tan ridículo, a su gusto, claro. Apresuró el paso para ir tras de ella, poniéndose a su lado al alcanzarla.

—Hola, Chloe— El chico, a su lado, acomodó su largo cabello rojo para verla bien. Ella, en cambio, lo miró de reojo, sonriendo en una mueca, sintiendo que iba ganando terreno en demostrarle a Alya que iba a obtener todo lo que ella dijera.

—Hola, Nath— se detuvo un momento, cruzando los brazos y mirándolo, con los tobillos juntos y la espalda recta. Inmediatamente, el pelirrojo sintió la imponencia de la fémina, quien no solo estaba de su altura, sino que su fina y delgada figura le hacía sentir que iba a destruírla en cualquier momento apenas la tocara, aunque sabía que su sola presencia podría aplastarlo.

Y eso, extrañamente, le gustaba.

—¿Cómo... estás?—

Chloe alzó una ceja ante la estúpida pregunta de Kurtzberg.

—Estoy de maravilla.

—Ah...

Alya y Nino, quienes observaban la escena desde atrás, se golpearon las frentes. Quizás iba a ser más difícil de lo que pensaban. Entonces, algo sucedió.

Chloe puso la mano en el hombro del chico, quien asombrado, no se esperó que después, Bourgeois le depositara un beso en la mejilla. Fue la sorpresa, posiblemente, que al recibir el dulce y corto beso, su rostro se coloreó casi del tono de su cabello, para después ser Chloe quien abandonaba el lugar e ingresaba al salón de clases.

Chloe sabía bien que Alya estaba mirando. Era odiosa, pero era inteligente.

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La campana sonó, a lo que todos se levantaron y fueron a sus casilleros. Otros fueron a sus clases extras, y Chloe Bourgeois se quedó observando como todos salían, intentando meterle pie a Marinette Dupain-Cheng, quien solo desbalanceó un momento, pero no cayó.

Finalmente, en solo quedaban dos personas: Nathaniel y Chloe.

Parecía como si ambos hubieran leído sus propios pensamientos. Chloe apresuró el paso, y Nathaniel bajó tan rápido a como pudo, reuniéndose en un abrazo, tan, pero tan falso, que ambos sintieron que era real.

Deshicieron el abrazo, aún sin haber dicho ni una sola palabra. Él pensaba en vengar a la chica que le gustaba y ella callarle la boca a la mejor amiga de su némesis.

—Nathaniel, ¿alguna vez te he dicho que eres lindo?— sonreía la chica. Su plan salía a la perfección.

—No creo... pero... si me permites, déjame decirte que, bueno, ya lo sabes. Pero estoy seguro de que eres la chica más hermosa de la ciudad.

Bueno, ella no se esperaba eso.

Chloe dio un pequeño y corto brinco, mirándolo inquieta con sus ojos azul profundo, antes de darse cuenta que los ojos aguamarina del chico estaban mirando fíjamente sus labios. Se acercaba, y ella, incapaz de hacer algo, lo permitió.

Chloe Bourgeois recibía su primer beso; sin saber que también era el primer beso de él. Cerró los ojos, respondiendo de manera tierna. Al final de todas las trampas, Chloe Bourgeois había caído en la de Nathaniel, aunque finalizada la unión de labios, él ya no estaba tan seguro de romperle el corazón.

Después de unos segundos que parecían horas, la rubia salió corriendo del lugar, dejando a Nathaniel solo

—¿Qué me pasa?—

Se suponía que solo la iba a acorrarlar para después ponerla nerviosa. No recordaba que besarla fuera parte del plan, y si lo había planeado, lo había olvidado por completo. Ya no se veía tan odiosa como siempre, menos cuando se quedó empalmada delante de él. Vio sus ojos, brillantes como las joyas que ella juraba tener en casa y que no usaba más que en su reloj.

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Chloe tenía horas que no salía de su habitación, preocupando a su mayordomo personal. Generalmente cuando se encerraba era porque no solo estaba mal, sino porque no quería saber nada del mundo exterior. Volvió a tocar la puerta, y otra vez no respondió.

Tocó una segunda, y tampoco, pero la tercera fue la vencida: Chloe abrió la puerta, con el cabello suelto y la pijama puesta a plenas siete de la noche. El mayordomo quiso hablar para sugerirle el osito de peluche que tanto adoraba su mayor, pero ella cerró antes la puerta. Volvió a su cama, donde se metió entre las sabanas, girándose de lado, solo para ver un cabello rojo en la almohada vecina en la que recargaba su cabeza. Tomó el cabello, apreciando el color. ¿Cómo alguien podía tener el cabello tan hermoso?

Se asustó al pensar eso, levantándose de golpe, yendo al baño para echarse agua en la cara. Se miró en el espejo, sonriéndose a sí misma. Ella no dejaría que un simple y tonto beso le arruinara la vida.

—Esto no se quedará así, Nathaniel Kurtzberg— decía y con más animos, corriendo hacia la cama, donde había dejado el teléfono, lista para buscar entre sus contactos el de ese estúpido pelirrojo. Había dado su primer beso, y ella iba a destrozarle el corazón tanto como él la había confundido.

O eso pensaba.



Non, excuse toi ; {NathLoe}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora