X. No tengas tanto temor de cambiar

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Vas a bailar - Ciro y los persas

En el reloj de la mesa de luz marcan las ocho menos veinte de la mañana y Lali gira sobre el colchón manteniendo los ojos cerrados y esbozando una sonrisa que seguramente tiene que ver con lo que está soñando. Arrastra la frazada finita con la que se cubre y las piernas le tiritan un poco por el ventilador que gira al pie de la cama. Pero todo lo que está dibujándose en su inconsciente, viaja a su pre-consciente cuando es interrumpido por un grito. De esos afinados que no sabes reconocer si se tratan de alegría o pánico. Entonces se despierta sin comprender mucho si lo soñó o forma parte de su realidad, pero vuelve a escucharlo y ésta vez se levanta arrastrando los pies descalzos, quitándose las lagañas y acomodándose el pelo.

−¿Fuiste vos? –al asomarse al balcón, ve que Rocío también está en su casa luciendo un camisón de seda color rosa y refregándose los ojos– ¿Ya pariste?

−No. Pensé que habías sido vos.

−Y yo pensé que había sido un sueño –abre los ojos porque le entra mucha luz del día y la retina no se adapta– ¿Qué hora es?

−¿Le habrá pasado algo a Euge? –y empieza a bajar por las rocas.

−No sé –bosteza. Busca las ojotas y se palpa la cara con las manos para despertar. Sale del departamento y Rocío la espera en la parte trasera de la casa de Eugenia, debajo de las sogas atadas de árbol a árbol que usa para colgar la ropa. Se dan un beso de buenosdías, Rocío golpea la puerta y esperan extensos segundos hasta que Maicon abre con el torso desnudo, las bermudas que siempre usa para dormir y lo suficientemente despeinado como para percibir que lo despertaron sin su consentimiento– bom día –hablan a coro y le sonríen con la poca fuerza que queda.

−Bom día –Maicon bosteza al mismo tiempo que habla– é muito cedo... −y les deja la puerta abierta para que entren.

−Lo sabemos –Rocío confirma y cierra la puerta tras de sí– ¿Vos gritaste recién? –Maicon avanza de regreso a su cuarto y, con el mismo dedo que niega, les señala la cocina. Él desaparece detrás de una puerta y ellas caminan hacia el punto marcado para encontrarse con Eugenia sentada en la mesada con las piernas envolviéndole la cintura a un muchacho que les da la espalda y que solo pueden notar su pelo castaño y que mide unos centímetros menos que ella– hola, perdón...

−¡Ay, hola! –Eugenia las encuentra y, cuando cruzan miradas, ellas notan que tiene los ojos húmedos por la emoción. Da un salto al bajar de la mesada y tironea del brazo del susodicho para que puedan conocerle la cara– ¿Me escucharon?

−Sabemos que odias las mañanas, pero no tanto como para despertarte a los gritos –comenta Lali– ¿Vos sos Nicolás?

−Sí. ¿Cómo están? –y se acerca amable a saludarlas.

−Todo bien. Veo que le diste una sorpresa.

−Algo así, sí −habla con timidez y baja un poco la vista.

−Me mintió diciéndome que ésta verano no iba a venir –Eugenia lo mira mordiéndose el labio y actuando seriedad– no sé qué le pareció de divertido presentarse en mi cuarto a ésta hora. Lindo pijama, Ro –agrega; ella revolea los ojos y Lali ríe en mitad de un bostezo.

−¿Llegaste recién? –le consulta Rocío a Nicolás.

−Sí. Bajé del avión en Río y coordiné con un auto para que me acerque a tomar la lancha –cuenta brevemente– pensé que iba a tardar más y quería apurarme porque sé que se levantan temprano.

−Llegan turistas todo el tiempo y vivimos de eso –Lali se sienta frente a la mesa y sacude un termo que quedó de la noche anterior, pero que está vacío.

MI ÚLTIMA CANCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora