VIII. Te miré sin querer

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Te miré - Rocío Igarzabal

Gastón espera a que el agua termine de calentar en la pava silbadora mientras tira la yerba húmeda que quedó en el mate de una cebada anterior. Lava la bombilla y mira en su reloj de pared que son las ocho y media de la mañana. Demasiado temprano como para arrancar el fin de semana, pero también demasiado acostumbrado a amanecer apenas sale el sol. Busca un paquete de tostadas en la alacena que está arriba de la heladera y siente cuando la mano de Lautaro le acaricia la espalda al pasar por detrás. Él toma un jugo rápido, roba una galletita dulce de la lata y sale de la casa previo a saludarlo desde lejos porque está apurado. O porque en el fondo sigue enojado y sabe disimularlo bastante bien. El silbido de la pava trae a Gastón nuevamente a la realidad y tiene que sacarla antes que el agua empiece a erupcionar. En la mesa al aire libre ya lo está esperando Lali, sentada de piernas cruzadas en la silla plástica, con un rodete poco prolijo y terminando un crucigrama. 

−¿Lo viste? ¿Lo viste? –Gastón llega con pava en mano derecha, mate y azucarera en mano izquierda, paquete de tostadas y pote de queso crema bajo el brazo– decime que lo viste. 

−¿A Lautaro? –levanta apenas la cabeza, sin soltar la lapicera azul con la que escribe las palabras que deduce. Él asiente y cae sentado en la silla de enfrente– sí, pasó recién y me saludó. 

−¿No lo notaste raro? 

−Lo vi como siempre –sube los hombros y roba una tostada– se acercó, me dio un beso, deseó buenos días y se fue rápido porque tiene que ir a la agencia. 

−Vos también tenés que ir a la agencia y no te veo tan apurada. 

−Porque hoy no me toca hacer excursión y él es el único que maneja los barcos –responde. Gastón asiente un montón de veces concentrado en no volcar el agua– ¿Tiene que pasarle algo? 

−No. O sí... no sé. Hasta ayer estuvimos discutiendo, estaba tan enojado que no me habló en todo el día, pero después a la noche llegó y actuó normal. 

−¿Y cuál sería el problema? 

−Que no sé si sigue enojado o lo está ocultando para no seguir discutiendo. 

−¿Vos querés seguir discutiendo? –unta una tostada. 

−No. 

−Entonces él tampoco –sentencia– ¿Te puedo decir algo? –le consulta y él asiente sosteniendo la bombilla con los labios– siento que necesitas que alguno de los dos esté enojado para que el casamiento no se haga. 

−No es eso −contesta rápido, pero después hace una pausa de tres segundos– bah, creo que no es eso. Me tomó por sorpresa, La. De un momento al otro, me pide casamiento y ayer me entero que ya tiene todo organizado. O sea, hola, soy tu pareja y quién va a estar en el mismo evento, no me molestaría que me preguntes si prefiero tulipanes o jazmines –y ella esboza una risa limpiándose la comisura del labio que se manchó con queso– eso es lo que más me abruma, que ya tenía todo ideado y de mí solo quería saber si aceptaba. ¿Y si le decía que no porque no me interesa casarme? ¿Me iba a dejar? Eso es lo que le cuestiono. 

−Quizás él tuvo su momento para pensarlo, se dio cuenta que tiene que involucrarte porque el casamiento es de ambos y ya se le pasó el enojo –deduce– pero no seas tan melodramático porque no es para tanto. 

−Ya lo sé –suspira– pero que la próxima vez me lo anticipe porque todavía no sé muy bien lo que está sucediendo −le extiende el mate– ¿Cómo va hoy tu día? ¿Haces algo? 

−Lo mismo de siempre. 

−¿Qué onda ayer éste pibe que se sumó al fogón? ¿Vos lo invitaste? 

MI ÚLTIMA CANCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora