XIV. De la mano me voy con vos

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Con vos - Rocío Igarzabal

Cuando Peter llega al hostel, la recepción está vacía porque a las cinco de la madrugada todavía no sonó el despertador de ninguno. Hay un silencio que quiere respetar y se saca las ojotas para que el plástico no haga sopapa con las baldosas. Hay dos chicas acostadas en unos silloncitos coloridos tomando mate porque quieren ver el amanecer y él las saluda con una mano. Sube al primer piso y camina en puntas de pie, aunque no haya nadie deambulando, pero puede escuchar algunos ronquidos que traspasan las paredes. Abre la puerta de su habitación con tal delicadeza que le lleva varios segundos entrar porque no quiere ejercer ningún movimiento brusco que pueda despertar a sus compañeros, pero está abandonando las ojotas en un rincón y sacándose la remera para escabullirse en la cama, cuando la luz de un velador se enciende al punto de que todo su cuerpo sufre un espasmo al reencontrarsd con Agustín sentado de piernas cruzadas sobre su cama, Federico semi-acostado en la altura de la suya y Diego en su cucheta de abajo mirándolo con un codo clavado en el colchón.

−Así te queríamos agarrar –Agustín lo señala y entrecierra los ojos.

−Qué susto, boludos –los acusa y termina de sacarse la remera.

−¿Dónde estabas?

−Salí un segundo.

−¿A dónde? –Federico necesita que sea más específico.

−Salí a caminar porque no me podía dormir –y trepa a su cama usando un hombro de Agustín como apoyo para uno de sus pies.

−¿A las cuatro de la mañana? –Diego consulta incrédulo– ¿Quién sale a caminar a las cuatro de la mañana?

−Alguien que tiene amigos que se duermen a las diez de la noche –responde rápido metiéndose por debajo de las sabanas.

−Ya es la cuarta noche que no dormís acá –Federico lo sorprende– ¿En qué andas?

−En nada.

−¡Ahá! –Agustín grita y con un puño golpea la cama de arriba– ¡Te estás viendo con alguien!

−¡Eso! –Federico avala y lo señala con una sonrisa que abarca un montón de clandestinidad– ¿Con quién estás saliendo?

−Con nadie, dejen de decir boludeces –Peter  gira sobre el colchón y les da la espalda.

−¡Sí! ¡Está viendo a alguien en secreto! –Diego grita como un adolescente– ¿A quién te estás curtiendo, Pedro? –y si no va a trepar a su cama es porque no quiero. Antes de que Peter diga algo, recibe un almohadonazo que proviene de Federico y también siente las patadas de la cama inferior porque Agustín le canta que cuente la verdad.

Peter no duerme lo que tenía pensado descansar –aunque ya había dormido lo suficiente en el morro– así que para la siete está bajando otra vez al comedor y prepara su desayuno de frutas y cereales, mientras soporta los cánticos de Agustín, las preguntas indebidas de Diego y las felicitaciones constantes de Federico que ni siquiera entiende el por qué lo hace. A esa misma hora, Lali está despertando en su pequeño departamento. Estira los brazos y las piernas por debajo de la sábana, y gira un poco el cuerpo hasta quedar boca abajo con la cara pegada al colchón. Abre los ojos cuando le impregna el olor de ese perfume de hombre que absorbió la cama y un poco sonríe. Después se palmea la cara para despertar y también para abandonar ese papel lamentable que siempre odió. Luego de cambiarse, higienizarse y desayunar ligero, busca a Gastón que sale antes de que le toque la puerta, y juntos van hasta la casa de Eugenia en la cual los atiende Nicolás. Eugenia sale después de quince minutos con el pelo sujeto a una vincha negra, los ojos cansados, sosteniendo una torta y una sonrisa en la que muestra todos los dientes porque las sorpresas son su acto favorito. Se saludan con besos y después cruzan al otro sector para trepar las rocas hasta llegar a la casa de Rocío. Lali va adelante y les remarca que hagan silencio. Pega la oreja a la puerta y cuando no oye nada, sostiene el picaporte y espera a que Gastón cuente mímicamente hasta tres.

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