XI. Yo que luché por la libertad

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Demoliendo hoteles - Charly García

La música de Charly García envuelve el pequeño baño donde el vapor humedece las paredes y cubre los vidrios de la bañera. El agua de la ducha se cierra y Lali asoma medio cuerpo para agarrar la toalla con la que se envuelve el pelo y el toallón con el que se cubre el cuerpo. Corre la mampara mientras Charly le promete que los dinosaurios van a desaparecer. Mueve las manos para correr el humo que la atosiga y se sube al bidet para abrir la ventanita que está allá a lo alto y no fue bien diseñada para su escaza estatura. Se seca dándose golpecitos, se calza las ojotas y, cuando corre la puerta del baño, se sobresalta al reencontrarse con Gastón parado del otro lado. Es tal el susto que grita y se tambalea cayendo sentada sobre el inodoro.

−Es hoy -dice él que no está tomando dimensión alguna que ella todavía no pudo levantarse porque tiene los ojos cerrados y una mano en el pecho con la que intenta serenar las palpitaciones.

−Gastón, la puta madre -se sostiene la frente y lo mira casi al punto de llorar.

−¿Qué?

−¿En serio? -él asiente y ella contiene mucho aire para largarlo y volver a levantarse- ¿Podés avisar cada vez que entrás a mi casa, por favor? -y casi que lo empuja para correrlo de su camino.

−Tenés siempre la puerta sin llave.

−Es suficiente como para que te des cuenta que no podés pasar -busca la bombacha que dejó en la cima de la pila de ropa que está en la cama y se la pone por debajo del toallón.

−Es que es hoy, Lali.

−¿Qué cosa es hoy?

−El gran día.

−¿Qué pasa? ¿Hay eclipse? -Gastón la mira de reojo y Lali ríe al cruzar a la cocina- ya sé que hoy es el día.

−Me caso -suelta con el poco aire que le queda- hoy me caso -repite y se deja caer desplomado en una banqueta.

−Ya lo sabemos, Gastón -enciende una hornalla y llena con agua de la canilla una pava de metal- creo que ya lo sabe toda la isla, y no te digo que todo Brasil porque ya sería un montón.

−No estoy preparado -dice al rato con los ojos muy abiertos y mirando un punto fijo.

−Ay, no empieces.

−No sé si voy a poder aceptar. Ni siquiera sé lo que vamos a hacer o como ir hasta ese coso.

−¿Qué coso?

−Ese atril o escritorio -gesticula.

−El altar, Gastón -aclara y se da vuelta para mirarlo- y vas con los pies -a lo que él revolea los ojos- empezás a caminar, bajas el morro como lo hacés todos los días, le das derecho hasta el altar y el cura alias Agustín, te vas a encontrar con Lautaro y ahí es cuando le agarras las manos y le decís que lo aceptas el resto de tu vid-

−El resto de tu vida -interrumpe para repetir casi ofuscado- ¿Qué es el resto de la vida? ¿Cuánto es? ¿Diez años? ¿Cien? ¿Tres? ¿Cuatro horas? -Lali pone los ojos en blanco y vuelve a darle la espalda para sacar un paquete de galletas de la alacena- ¿Por qué tenemos que prometer eso? ¿Por qué nos lo imponen? Todos acá sabemos que de cien casamientos, noventa y ocho terminan en divorcio. ¿Por qué? Porque obligan a prometer cosas que nadie sabe si va a poder cumplir.

−¿No crees que estás hablando demasiado como para ser recién las ocho de la mañana? -cuestiona y arrastra por encima de la mesa el recipiente con galletitas- Gas, si vos no te querías casar, se lo planteabas a Lautaro de buena manera y él lo iba a entender...

MI ÚLTIMA CANCIÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora