Joaquín terminó de cenar en aquel salón de casa de su abuelo, Carlos. Lo tenía todo preparado y establecido por su abuelo.
Una semana antes había descubierto que todo aquello que siempre había tomado por producto de la imaginación humana era todo real: monstruos, demonios, príncipes y princesas de cuento, brujas y hechiceros... Y que todo llevaba encerrado en un libro del siglo XIX, llamado "Distorsión".
-Empezamos está noche, ¿no, abuelo?
-Sí, y menos mal que convencí a tu tía abuela de que se fuese de viaje a Ávila para ver a su amiga Marina. No la soporto más de tres meses en régimen de convivencia bajo el mismo techo, y menos con un libro como La Distorsión de por medio.-dijo el anciano con una media sonrisa al final.
Sin nieto rió suavemente en respuesta.
-Te recuerdo, Joaquín, que no es necesario leer la historia entera. También hay que dormir, lo sabes. Para eso está el marcapáginas.
-Lo recuerdo bien, abuelo. Me has enseñado bien durante la última semana.
-Y sé que has aprendido. ¿Al final tu madre te ha dejado quedarte?
-Sí, se van a Marrakech en coche, vendrán el martes. O sea, tenemos cuatro días.
-Genial.
-Oye, abuelo, quisiera hacerte una pregunta.
-¿Sí?
-Las Crónicas del Tiempo, El Viaje Jamás Deseado, El Mundo no es para los Pegasos... Tus obras, vamos.
-Sí, ¿qué?
-¿Las basaste en "La Distorsión"?
Carlos miró a su nieto con una chispa de sorpresa curiosa. Sólo una persona hace mucho tiempo le hizo esa pregunta, y aquella persona fue la que le permitió tener años después dos hijos.
-Verás...-dijo el anciano, apartando la mesita de plástico, esas blancas de la teletienda que hicieron furor a principios de siglo, y donde había puesto la cena.-Depende. Hay cosas que sí están basadas, y otras las creé yo de mi cosecha. Te recuerdo que héroes como Karonn no son pertenecientes a los cuentos clásicos, por ponerte un ejemplo. Pero Karonn sí existe, como un ideal: el joven en cierto modo inexperto, que está predestinado a un gran futuro, un futuro que recordarán muchos. Y eso persiste en los ideales de la fantasía.
Joaquín miró a su abuelo, lleno de admiración. Era un hombre verdaderamente increíble. Cuando él acabó su aserto, el chico asintió comprendiendo.
-¿Quieres hacer algo más ante de empezar?
-No. Me siento preparado.
El anciano miró a Joaquín con un aire misterioso pero lleno de orgullo. Había salido a él en ese sentido.
-Bien. Ve a por el libro, y no lo abras. Yo prepararé el salón.
-Ok.
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Unos diez minutos después, el salón ya estaba listo para empezar a leer aquel libro. Los sillones del habitáculo, grises, estaban colocados en L alrededor de la mesa. El abuelo estaba en el más pequeño, sentado, con una botella de agua y dos vasos encima de la mesa.
El chico llegó con el libro bajo el brazo, lleno de valor y determinación, como si fuera a librar una cruel batalla.
-Estás tan regio que sólo te hace falta una espada al cinto y ya serías un príncipe en tiempo de guerra, nieto.
-Exceptuando que los príncipes vestían armaduras para esos momentos, no pijamas.
El chico se sentó en el sillón más largo, dejando colgada una pierna del borde y en la otra apoyaba el libro.
-Joaquín.
-¿Sí?-dijo, levantando la cabeza, atento a cualquier última nota que su abuelo quisiera darle.
-No tienes por qué hacerlo. Ya sabes lo que puede hacerte esa asquerosa chuparepisas que tienes sobre la pierna. No es tu guerra.
Joaquín se quedó casi de piedra. Aquellas palabras le llenaron aún más de valor. Sabía que su adorado abuelo estaba allí... Para ayudarlo hasta el final.
-G-Gracias, abuelo. Pero... Yo me siento dispuesto. ¿Sabes lo... Emocionante que es esto?-dijo, casi ladeando una sonrisa, de forma refleja.-Un día tan pancho te encuentras un libro y de una semana pa' otra...-abrió las manos, señalando el libro con ellas para después extender los brazos hacia los lados y dejarse caer en el mullido respaldo.-Te enteras de algo extraordinario. Y te arrastra tanto que quieres vivirlo.
Una chispa de emoción se entrevió en los ojos del anciano. Era increíble. Esas mismas palabras las dijo él a la edad de Joaquín en una situación no muy distinta de la actual, pero en aquel momento, el confidente de aquella noche era muy distinto. Era una joven chica morena, de ojos oscuros. Un torbellino que le había robado el corazón a Carlos. Y más de sesenta años después... Las mismas palabras que le dijo al amor de su vida salieron de la boca de su nieto. Cómo se notaba que era de su sangre. Al anciano casi se le escapó una lagrimilla de la emoción.
-¿Abuelo...?-dijo el joven, confuso.
-Eh... ¿Sí, qué,...?
El chico cogió el libro con ambas manos, y lo elevó un poco con una sonrisa de esas tipo "Tenemos esto pendiente" y lo dejó otra vez sobre sus piernas.
-O-oh... OH, SÍ. Vaaaaale, valevalevale...-dijo el anciano, asintiendo para después negar.-Perdona, se me ha ido la pinza.
-No pasa nada.
El chico volvió a mirar aquella atrayente y misteriosa portada, y suspiró para poner los dedos sobre la carátula y levantarla.
-Joaquín.
El chico volvió a mirar a su abuelo.
-Suerte.
Joaquín sonrió agradecido y con la mirada le dijo "Gracias de corazón, abuelo".
Abrió el libro. Las tenues bombillas, pues la luz del salón era ajustable, tintinearon oscureciendo aún más el salón para después volver a la normalidad. Nieto y abuelo ignoraron este hecho, y Joaquín se abalanzó hacia la lámina que le produjo la primera pesadilla, la que introducía la historia "¿Quién se esconde tras la Máscara Que Llora?" o la versión de Blancanieves.
Joaquín, esta vez, notó que aquellas cuencas negras del dibujo tenían ya expresión. Una expresión malévola, fría... Y traicionera.
Y pasó la página de la lámina para empezar a leer. Tal era el silencio de la estancia que el eco de la hoja podría haberse oído por toda ella.
Y al fin, empezó a leer aquel texto. Un texto de inicio curioso...
"6 de agosto del Santo Año de Nuestro Señor de 1194.
Esta es la crónica de mi viaje. Un viaje que aquel que atreva a posar sus ojos sobre él creerá estar viviendo una pesadilla, quizás la más cruel que se conoce.
Me llamo Ferdinald Von Ritz. Y esta... Es la crónica de mi descenso al Infierno en la Tierra..."
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La Distorsión
FantasyLos cuentos que conocemos no son siempre como los creemos. ¿Por qué siempre ganan los mismos afrontando retos aparentemente imposibles SIN cargo aparente de conciencia de si hacían justicia realmente? ¿Por qué las princesas están condenadas etername...