¿Quién se esconde tras la Máscara Que Llora? - Horrores en Jerusalén (I)

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6 de agosto del Santo Año de Nuestro Señor de 1194.

Esta es la crónica de mi viaje. Un viaje que aquel que atreva a posar sus ojos sobre él creerá estar viviendo una pesadilla, quizás la más cruel que se conoce.

Me llamo Ferdinald Von Ritz. Y esta... Es la crónica de mi descenso al Infierno en la Tierra.

Sin embargo, descenso de tal magnitud no empieza donde se cree, en Germania, mi casa. Lo empecé mucho antes, sin darme cuenta...

Corría el año 1191... Y allí estaba yo. Ante la ciudad frente a la que se supone que fue muerto por los antiguos romanos un carpintero. Un carpintero que era hijo de Dios. La ciudad de Jerusalén. Y nuestras tropas de mercenarios, dirigidas por el gran Corazón de León, estaban dispuestas a arrebatar a Saladino, sultán de Tierra Santa, la ciudad donde empezó la verdadera fe en Dios. Allí debí haberme dado cuenta. Allí debí haberme dado cuenta de que mi descenso empezaba.

El árabe dio un grito ahogado de mortal dolor cuando el joven caballero alemán Ferdinald Von Ritz le cortó de un sencillo tajo el cuello con su mandoble. El barullo de la brutal batalla ante las puertas de Jerusalén no daba lugar a dudas de que la contienda entre los caballeros cruzados y los árabes de Saladino era a muerte. Un trompeteo de elefante sorprendió al caballero por su izquierda, que se apartó con rapidez evitando una muerte segura bajo los pies de dicho mamífero, ataviado para la guerra y donde los arqueros musulmanes disparaban flechas.

La batalla estaba siendo demasiado encarnizada. Ferdinald se echó el escudo a la espalda, y se apartó un poco de la batalla, desenvainando su otra espada para intercambiar golpes con un árabe, pero el intercambio de impresiones fue corto. Al segundo de empezar, una espada atravesó al árabe, y un rostro joven, de facetas inglesas, se descubrió tras el muerto.

-¡Charles Schmidt! Santo cielo, ¡avisa antes de atacar a mis contrincantes!

El joven inglés, que era hijo bastardo de la fortuna germánica de los Schmidt, amigos íntimos de los Von Ritz; rió con fuerza.

-¡¿Crees, joven amigo, que esto es momento para cortesías?! ¡Esto es Tierra Santa, Ferdinald! ¡No hay lugar para las cortesías!

Un musulmán, a grito de "Alá es grande", se acercaba por la espalda del caballero inglés alzando su cimitarra en plena carrera.

-¡Charles, cuidado!

Ferdinald fue a apartar a Charles, pero el osado bastardo sólo alzó el brazo del escudo con rapidez y violencia a la cara del árabe, que cayó al suelo de bruces por el golpe.

-Y otro más derribado.-dijo con sencillez el chico, pateando con suavidad el costado del soldado.

-Maldita sea, Schmidt, ¿cómo lo haces?-dijo el alemán, antes de bloquear con ambas espadas a otro árabe que se le había lanzado a muerte.

-Sencillo. Tengo osadía.-y con un grito de "Por el Rey Ricardo", Charles se lanzó a por una escuadrilla de lanceros con el escudo listo.

-¡Von Gitz! ¡Schmidt!-el acento francés de aquel cruzado era más que evidente.-¡El duque de Berbignon solicita vuestga ayuda!

-¡François, decidle a monsieur D'Urbille que iremos enseguida!-dijo Von Ritz, bloqueando de nuevo a un par de guerreros.-¡Decidle que tenemos contratiempos!

De repente, los árabes se apartaron ante el sonido intenso de unos cascos y el relincho de un caballo. Ferdinald, tras la celada de su yelmo de combate, reconoció al jinete.

-¡Franceso Di Erazzia! ¡Qué alegría veros, amigo florentino!

-¡Von Ritz, lo mismo digo!-dijo, desenvainando para evitar que le hiriera otro árabe.-¡Tengo noticias de nuestro rey!

La DistorsiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora