Nuevas Experiencias

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Entrenado para superar toda clase de pruebas y peligros sin temor. Sin dudar. Sin amedrentarse ante los riesgos. Hasta que llegó él y volvió todo su mundo patas arribas. Hasta que se percató que si los riesgos y peligros le implicaban a él no había forma de evitar que el terror le atenazara la garganta e hiciera latir su corazón como un caballo desbocado.

Eso sí, que le matasen si dejaba que nadie lo notase. Pero claro, el otro no era sólo detective de nombre. Sus ocheintaitantos casos resueltos antes de llegar a las islas le señalaban como un buen policía. Y cada día mejoraba un poco más. Era agudo, perspicaz e inteligente. Sabía observar y ver cosas donde ni siquiera él, un Navy preparado para ver más allá, era capaz de verlas.

Esas habilidades eran sumamente valiosas dentro del Cinco Cero, pero no desaparecían del rubio cuando pasaban a estar fuera de servicio. No, Steve Mcgarretth era conocedor de que hacía tiempo su compañero había captado ese miedo atroz que le invadía cuando le veía en peligro. Había visto que, por fin, entendía porqué le gritaba cuando se lanzaba a un tiroteo o persecución sin medir los riesgos. Sentía lo mismo que él. Pero lo sentía casi desde el día que se conocieron.

El rubio porque, en principio, tenía una hija a la que no se podía permitir abandonar muriendo. Y luego un hijo. Y, poco después, o mucho antes, no lo tenía claro, un jefe de unidad del que estaba empedernidamente enamorado. Aunque eso si fuera algo que su gruñón compañero se hubiera estado negando así mismo desde siempre.

En eso también habían coincidido.

En sentir pavor a reconocer que ese miedo atroz era sinónimo de que no se podían imaginar vivir una vida sin estar el uno junto al otro. Y, no sólo como amigos o compañeros de trabajo. Sino como muchísimo más.

Hasta que hacía casi tres semanas el miedo salió despedido por la ventana. Y todo cambió.

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- ¿Te parecería de cobardes que te dijera que tengo mucho respeto a un aspecto de lo que estamos comenzando, Steve? - el Seal miró al otro frunciendo el ceño pero al ver el ligero rubor de sus mejillas tragó el mismo saliva comprendiendo.

- Entiendo que eres tan novato como yo entonces...Recién salido del cascarón.Aprenderemos juntos, Danny. E iremos avanzando a nuestro ritmo. Sin presión. Y diciéndonos cuando parar si en algo no nos sentimos cómodos o seguros.

- ¿Prometido?

- Prometido. - el detective sonrió suavemente.

- Te quiero, Steve. - y ahora se rió por lo bajo al ver lo rojo que hacían ponerse esas palabras a su estoico líder. 

- Quién me lo iba a decir... el bajito de Jersey conquistado a todo un Navy Seal.

- No eres bajito, Danny.

- Vamos, Steve, 1.65 me hace ser de lejos el más bajito de la unidad.

- Naaa... esa es Tani. - el rubio sonrió ampliamente.

- Me gana.. por poco pero me gana.

- Bueno, repito, no eres bajito. Lo tienes todo del tamaño adecuado.

- ¿Ah, si? ¿Todo? - se lamió los labios sugerentemente. - Steve, ¿tú alguna vez has tenido sexo anal? ¿Con Catherine o... - su pareja asintió. - Yo también pero un par de veces. Y he de reconocer que siempre he sentido curiosidad por saber qué se sentirá.

- ¿Tienes curiosidad ahora? - Steve fue ahora el que sonrió al ver como el otro se sonrojaba azorado. - Ya te he dicho que iremos a nuestro ritmo, cariño. Además... - se inclinó sobre el de Jersey para acercarse a su oído. - Hace semanas que compré un gel dilatador con anestésico.... Una vez me dijiste que no comprase por internet pero hay ocasiones en el que el anonimato es lo ideal. - Se levantó y le tendió la mano al su ahora mudo compañero. - ¿Vienes?

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