Platos rotos

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Desperté al sonido de Ian roncando a un lado de mi, sus ojos completamente cerrados y su respiración pesada me decían que estaba soñando. Me pregunto si sus sueños serán agradables... Los días pasaban de una manera muy extraña, cuando pensaba en Tomas se volvían lentos y difíciles, cuando pensaba en mi madre y sus problemas se pasaban corriendo como si nunca tuvieran fin. Ian dijo que buscaríamos a Tomas, pero aunque lo encontráramos no sé si esa sea la mejor opción.

El sonido de platos cayendo se escuchó desde la cocina, corrí apurada esperando que no fuera un tipo raro de los que llegan a casa con mamá, pero era solo ella mirando al vacío en dirección a los platos rotos, estos momentos eran en los que me daba cuenta lo sumergida que estaba en sus pensamientos. Me acerqué con cuidado de no tocarla para levantar los trozos que quedaron esparcidos por todo el piso de la cocina, comencé a echar los pedazos en una de las cajas de cerveza, uno tras otro y mi madre no movía ni un dedo. Al recoger el último pedazo se rompió en dos cayendo en mi mano, sangre comenzó a salir y yo solo me quedé ahí viendo como caían gotas en el piso. Mi madre se movió sorprendida, accidentalmente la saque de sus pensamientos, me miró con lastima y desprecio al mismo tiempo.

-¿Ya no has buscado a Tomas? Preguntó mi madre.

-¿Tengo que seguir buscándolo? Pregunté levantándome del piso y caminando hacia el fregador para enjuagar la herida.

-Claro, es tu culpa que desapareciera. Dijo mientras preparaba su café.

-¿Por qué se supone que es mi culpa? Pregunté molesta.

- Tu fuiste la que le rompió el corazón con ese amor tuyo que ya ni te habla. Deberías tomar responsabilidad por tus acciones. Dijo mi madre caminando hacia la puerta de la entrada.

Mi corazón comenzó a pesar, lagrimas comenzaron a brotar y el silencio que antes me rodeaba se convirtió en sollozos que rebotaban por las paredes. No era verdad, yo nunca quise lastimar a Tomas, el sabia que no era correspondido pero aún así... era verdad. Siempre me ayudo a que nadie se diera cuenta de mi relación con el orientador de la preparatoria, acababa de salir de su carrera y consiguió que lo aceptaran. Era lindo y amable, me escuchaba aunque en parte fuera su trabajo, parecía que realmente tenía interés por mi y mi bienestar. No me molestaba que solo me utilizara con la fantasía de un romance prohibido con una menor, si al final del día tenía tiempo de escuchar mis tonterías, entonces eso era suficiente para mi. No es que no intentara abrirme de la misma manera con Tomas, pero un hombre mayor que tiene la capacidad de entender por qué te sientes mal en ciertas situaciones sin criticarte como un niño chiquito es impresionante. Además... las hormonas.

-¿Y por qué terminaron? Me preguntó Ian sentado en la cómoda de la cocina.

-Pues realmente no se puede terminar lo que nunca comenzó. Si, hicimos cosas pero yo nunca me sentí en una relación con el, solo estábamos ahí de vez en cuando. Respondí.

-¿Y que pensaba Tomas? Preguntó Ian.

-No lo sé. Nunca hablamos de eso, solo me ayudaba con los apuntes que perdía, y se aseguraba de que llegara a casa. Respondí.

-Quizás deberíamos empezar a buscarlo por ahí, ¿ese orientador nunca tuvo sesiones con el? Me preguntó Ian.

En ese momento llego un recuerdo que nunca había analizado de esa manera, eran Tomas y el orientador discutiendo afuera del laboratorio de química. El orientador empujó a Tomas contra la pared molesto y camino lejos, cuando me acerqué a preguntar que había pasado Tomas dijo que lo había confundido con otro estudiante, como era muy raro que Tomas me mintiera tan solo le creí. Creí que ellos nunca se hablaron...

-Entonces... ¿Cómo se llamaba tu orientador?Preguntó Ian.

-Carlos. Respondí.

Espinas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora