Me moví intentando librarme del agarre de la camisa, pero era imposible, la camisa debía cumplir su deber, que era mantenerme atada. Me di cuenta que estaba en una habitación completamente blanca, tan solo en el centro se podía apreciar la cama-blanca también- en la que yo estaba sentada. Miré hacia los lados, buscando vida, algo que se moviera, y la vi, en el extremo superior de la sala, una cámara negra que se movía frenéticamente hacia todos lados.
-¡No estoy loca!- grité con fuerza, mi voz salió ronca y en mi garganta sentí como si miles de espinas se clavaran. Al decirlo, la cámara se giró bruscamente hacia mí, yo solo suspiré y me volví a batir, intentando quitarme de encima a mi secuestrador, llamado camisa de fuerza.
Me mordí el labio y me levanté de la cama. Era difícil caminar estando tan atada. Caminé hacia la cámara-que seguía mis pasos- y me planté frente a ella.
-Exijo que vengan y me quiten esto- fruncí el ceño molesta-, me pica la nariz y no me la puedo rascar.
Nada se movió, se me hacía molesto todo. El estar encerrada aún más. Me giré hacia la puerta y camine hacia ella, pero antes de llegar, ésta se abrió con brusquedad dejando pasar a dos hombres con trajes blancos.
-¡Hola!- saludé con una sonrisa y ellos me llevaron a la cama, sin sonreir- Este...- me mordí el labio buscando las palabras- ¿qué hago aquí?- ambos me miraron extrañados.
-¿No sabes?- negué con la cabeza.
-Solo fui a la casa de Isabel- recordé que estaba muerta y un escalofrío me recorrió-, estaba muerta... No vi nada luego.
-Comenzaste a gritar...
-Cosas como "déjame en paz", "álejate de mi...- negué con la cabeza varias veces ¡vaya que era molesto Draus!
-No recuerdo nada de eso...- me volví a mover intentando lograr la libertad- ¿Me podrían quitar esto?- ambos negaron.
-Casi matas a un policía.
-¡¿Qué?!
-Cuando se te acercó para ver como te encontrabas- tragó con fuerza-, mordiste su cuello, arrancando su piel, está en cirugía.
-Yo...- seguí negando- Yo no soy una asesina, no, no, no estoy loca...
-Te internaremos- me dijo el otro, abrí los ojos como platos, sabía lo que era que me internaran, me aislarían, me volvería loca realmente-, por un año- y estallé.
No se específicamente que grite, solo se que decía cosas como que no estaba loca, que un demonio me estaba atormentando y cosas así, pero eso solo me hizo quedar peor, me cedaron y me dejaron sola en la habitación.
***
Un año. Un año que se hizo mejor al tercer mes, cuando empecé a pensar en todo. El hospital psiquiátrico era un lugar donde frecuentemente escucharías los gritos en la habitación continua, pero al tercer mes, también, fue cuando me di cuenta de algo, el hospital era como tierra santa, Demondraus no podía entrar aquí, algo se lo impedía, la suerte estuvo de mi lado.
El primer mes fue un tanto traumante, simplemente me sentaba en la cama viendo la pared, aún tenía la camisa de fuerza, y tres veces al día entraba alguien a darme comida, y dos veces a la semana para bañarme. Nadie me hablaba, y lo único que veía era blanco en cada esquina, además, me vigilaban mientras dormía.
El segundo mes fue casi igual, hasta la mitad, a mitad de mes me quitaron la camisa de fuerza. Tenía mas libertad, podía caminar por la habitación, comer yo sola y bañarme cuando quisiera, quitaron la cámara para mi comodidad.
El tercer mes me volvieron a poner la camisa por mi propia estupidez, malditos ataques de ansiedad. En ese mes pensé, me di cuenta de muchas cosas sin mucha importancia, y volvió la cámara.
Para el cuarto, quinto y sexto ya no tenía la camisa, conocí a las y los enfermeros que me cuidaban, tenía "amigos", además, me contaron que mis papás se habían quedado en éste pueblo. Desde el cuarto, la cámara desapareció por siempre.
En el séptimo me dejaron abandonar la habitación una vez por semana para visitar el jardín.
En el octavo me regalaron libros, específicamente todos los de Harry Potter, me los leí y releí todas las veces que pude, eran los únicos que tenía. En el hospital me empezaban a tomar cariño, me dejaban salir más seguido, conocí en persona a mi psicólogo- antes solo lo conocía por el parlante instalado en la habitación- y además, conocí a otros pacientes.
El noveno fue genial, me cambiaron de la habitación blanca a otra, blanca también, pero ésta tenía una ventana, tenía un televisor, mi propia estantería y una pizarra-donde anotaba los días que faltaban para salir de aquí-.
El décimo fue normal, veía las mismas series, los mismos capítulos, todo una y otra vez, volví a leerme los libros, todo normal. Me contaron que mis papás estaban ansiosos por verme, me dijeron que seguían sin salir del pueblo, que me tenían una sorpresa y que se habían mudado de casa, gracias a Dios.
En el onceavo fue mi cumpleaños, me trajeron un pastel, el primer dulce que comía después de tantos meses. Además de el pastel me dieron un regalo, un libro también, se llamaba Las Ventajas de ser Invisible, lo leí al menos cinco veces ese mes.
Y pues, ahora estoy en el doceavo, fue normal, leerme otra vez la saga de Harry Potter completa, leerme el mismo libro de nuevo, y ver por quinta vez la primera temporada de The Walking Dead, pero ya todo termina, voy a volver a casa, justo el día de hoy, y aunque no quiera, se que los extrañaré a todos aquí, además, perderé la seguridad de este lugar, saldré al mundo en el que se encuentra el demonio que me hizo llegar aquí.
Recogí todas mis cosas, libros, ropa y mi pizarra, y después de abrazos, lágrimas y besos, puse un pie fuera del hospital.
El viento y el calor repentino azotaron mi cara con fuerza, parpadee varias veces para acostumbrarme a la luz, cuando lo logré vi a mis papás, una sonrisa tonta apareció en mi cara, los extrañaba, pero la sonrisa desapareció cuando vi un bebé en los brazos de mi mamá.
-¿Qué es esa maldita cosa?- dije señalando al bebé.
-Es tu hermanito, cariño- negué con la cabeza y di un paso atrás.
-¿Me intentaban reemplazar? ¿Creían que nunca saldría de aquí?- escupí las palabras y subí los brazos al aire- ¡Suficiente para mí!- vi el auto a unos metros y caminé hacia él.
Cuando abrí la puerta y me iba a sentar en MI puesto, vi que estaba ocupado por un asiento de bebé. Lo lancé hasta el otro lado del carro y subí molesta. A los minutos mi papá subió mi maleta y emprendimos el silencioso camino a casa.
Supuse que la sorpresa sería el niño que lloraba descontroladamente junto a mí. Pedí a Dios que Draus volviera a internarme en el hospital, no quería volver a ver a esa cosa llamada Tobias. La nueva casa era más grande, casi una mansión, pero seguía sin perder el típico look viejo de este pueblo.
Cuando el carro estacionó y me bajé, entre de inmediato a la casa. Subí las escaleras corriendo, sin prestar atención a la casa, y entré en la habitación que tenía un tapete que decía "Welcome", y supuse que sería la mía, supuse bien. Me eché en la cama hasta que sentí una mirada sobre mí, me levanté de golpe y vi frente a mí a el demonio, tenía que volver.
-¡Te extrañe tanto! Que bien que te mudaste, me has puesto en mejores condiciones, estando en mi hogar de cuando morí- y una sonrisa cruel cruzó su rostro.