Alex- aún no me acostumbro mucho a llamarlo así- se dedicó a no dirigirme palabra, y debo admitir que su ley del hielo me dolía un poco, en los últimos días ya se había vuelto una de las personas más importantes para mí, él había dejado su afán de quererme ver muerta, mientras que yo lo veía como algo próximo, como una meta a largo plazo. Odiaba la ley del hielo, él era la única persona con la que hablaba, me había limitado a saludar y despedir a mis papás nada más. Lo peor de mi ahora solitaria vida era que ya se aproximaba mi regreso a ser una persona más normal, debería ir al colegio ahora.
No sé cómo pase de odiar a Alex a amarlo, o casi hacerlo, era un dilema que tenía ahora. Del odio al amor. Lo peor del caso, es que ahora que me cae bien, él se dedica a cumplir una injusta ley que me evita hablarle y verlo. Aunque fuese muy poco, sentía que lo extrañaba.
La mañana de mi primer día de clases fue horrible. Desperté demasiado temprano por culpa del llanto del bebé-cada vez mi odio hacia él aumentaba-, no desayune porque a mi mamá se le había olvidado hacer las compras, me tuve que duchar con agua fría porque el calentador se había dañado, en este momento de camino al colegio, podía maldecir todo lo que se cruzara en mi camino.
El colegio no era como aquellos de las películas, todo el mundo le era indiferente al resto, y aquello me parecía bien. Las personas no se dividían por clases sociales, por popularidad, o por inteligencia, todos estaban mezclados, aunque sin dirigirse palabra, todos estaban mezclados. Todos eran iguales, y todos se trataban igual.
Con los profesores era igual. Todos indiferentes a lo que el resto hacía, eran como robots. Fue divertido incluso ver a algunas personas que vi en el hospital psiquiátrico. ¡Todos estaban locos! O al menos la mayoría de ellos.
En casa la situación con mis papás cada vez se distanciaba más. Draus no volvía. Sentía su falta hasta en sueños. Sentía que caía de edificios, que él no me podía salvar aunque quisiera. Él ya no quería mi muerte, todo había cambiado ligeramente, ya no lo veía, como si él creyera que alejándose de mí evitaría que me lanzara de la ventana de su habitación.
Sentía algo distinto, como si algo creciera en mí. Todo empezó cierto día que mamá se cortó el dedo cocinando. Sonreí sin querer, y algo brotó de mí, como si sintiera que ella se mereciera el dolor. Las noticias de muerte me alegraban, se sentía bien. Empezaba a pensar que podía matar a mi familia, de igual manera morirían luego. Empezaba a pensar que mi cordura moría dentro de mí. Dejaba de sentirme viva de vez en cuando, como si todo se alejara de mí. Sentía lo que sentía cuando Draus-o Alex- me atormentaba. Agonía constante. La ansiedad también comenzaba a afectarme. Me golpeaba contra las paredes y llegué a clavar un lapicero en mi brazo por culpa de ella.
La locura se apoderaba de mí, aunque ya dudaba sobre si era la locura o la falta de él. Lo que sentía por él no era amor, era como un cariño. Al estar con él sentía dolor y agonía, y aquello-aunque lo quisiera negar- me gustaba. Llegué a atentar contra la vida de mi familia, pero un segundo antes de hacer algo de lo que me arrepentiría, retrocedía.
Me levantaba en las noches a ver por la ventana rota esperando a ver a Draus bajo ella, pero nunca estaba. Me levantaba a ver al bebé, pensando que era más grande, más superior, que podría matarlo con solo una mano. Empecé a hacer más silencio. Me sentaba en un árbol del jardín a ver como todo se movía a mí alrededor mientras que yo me quedaba quieta.
Los días pasaban y dejaba de sentirme humana, sentía que de repente, mientras miraba el infinito desde el árbol, mi corazón dejaba de latir y todo paraba a mí alrededor. Aunque Draus no estuviese cerca de mí, pude seguir viendo su pasado. Terminé viendo sus largas charlas a la luna sobre éste árbol, como se fue convirtiendo cada vez menos humano mientras se acercaba su suicidio. Empecé a ver lo que él veía. Aunque no lo viese, él siempre estaba ahí, era como Aiden para Jodie en Beyond Two Souls.
El invierno comenzó a llegar, y yo seguía en el árbol mientras que veía como a mí alrededor todo se teñía de blanco. El árbol tenía marcas de mis uñas, en cada ataque de ansiedad lo rasguñaba, mis dedos estaban demacrados y no me había preocupado en limpiar la sangre.
Llegó el día en que lo vi, dos ramas más arriba de la que yo siempre me sentaba, estaba él, pero no como un demonio, si no como un rubio. No nos dirigimos palabra, tan solo miramos como la Luna salía y luego como se ocultaba para dar paso al Sol.
Después, cuando él se fue y comencé a sentirme horrible, fue que sentí como se sentía la agonía. Agonía se había vuelto que él no me atormentara.
-Podrías venir más seguido- dije aunque él no estuviese allí, al menos no como algo físico, sabía que estaba pero yo no lo podía ver, pero en el momento en que hablé apareció de la nada, frente a mí y con una mirada fría.
-¿Para qué?- se acercó al árbol y subió, se sentó en la rama donde había estado hacía horas.
-Me haces falta- dije con desinterés-, que te alejes no evitará que me lancé de una ventana-sonrío con aquella sonrisa arrogante y malvada que extrañaba.
-Me impresionas- levanté una ceja y él continuó-, no te das cuenta de nada.
-¿Hay algo importante de lo que debería darme cuenta?- él asintió.
-Cariño, te estás convirtiendo en un demonio y no te das cuenta.
Maratón 3/3 (¡Llegamos al 1k de leídas!)