Capítulo 9.

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Un escalofrío recorrió mi espalda. Me estoy convirtiendo en un demonio y no me doy cuenta. Siempre tuve una gran imaginación y como toda niña, siempre quise una aventura, pero, ¿convertirme en un demonio? No, gracias, eso no estaba en mi lista inexistente de cosas que no quiero.

-Deberías entrar y tomarte un chocolate caliente- me dijo mi mamá desde la puerta que daba al patio, yo seguía ahí, donde siempre, en el árbol de la agonía.

-Más tarde- respondí sin siquiera darle la cara, escuché un suspiro de su parte y luego de unos segundos la puerta cerrarse.

Bajé del árbol con toda la lentitud que podía, como si me hubiesen salido raíces que se pegaron a él y no me podía separar.

-Es imposible que te pegues a un árbol.

-¡Mira a quién le provoca aparecer luego de decirme que soy un demonio!- me giré hacia él con una sonrisa en mi cara, una sonrisa de todo menos felicidad.

-Corrección- se aclaró la garganta-, te estás convirtiendo, más no lo eres.

-Da igual- me di la vuelta y comencé a caminar de vuelta a la casa.

Escuché sus pasos tras de mí, abrí la puerta y la deje abierta unos segundos más para que él pasara. El calor del calefactor me envolvió en sus brazos y casi de inmediato sentí el olor del chocolate llegar a mí. Lo seguí a ciegas hasta la cocina donde mi mamá puso la taza frente a mí. La envolví en mis manos y me di el lujo de sentir el sabor envolverme de pies a cabeza.

-No me gusta que pases tanto tiempo afuera-me reprimió mi mamá-, te dará un resfriado, es un invierno fuerte- me encogí de hombros-. Tu hermano…

-No me importa él-respondí cortante y Draus me pegó con su rodilla bajo la mesa-, ¿cómo está papá?

-Le va bien- respondió y se encogió de hombros, en sus ojos se veía una tristeza.

-¿Estás bien?- levantó la vista y me vio con ojos llorosos.

-Es que- se acercó a mi y se sentó en la silla en la que estaba Alex, él se paró de inmediato y se sentó en otra-, no me gusta que odies a tu hermano...- lágrimas caían por sus mejillas- Queríamos a alguien que te diera compañ...- su discurso fue interrumpido por el llanto de un bebé, me levante de golpe y fui a mi habitación dejándola con la palabra en la boca.

Me acosté en la cama y puse una almohada sobre mi cara, la apreté con fuerza hasta que empecé a sentir dolor en mis pulmones por la falta de aire, la lancé al otro lado de la habitación y me senté, viendo a Draus mirándome enojado.

-Deberías...

-Deberías irte si piensas que te haré caso- me volví a acostar, ¿qué me estaba pasando? tenía tantas cosas que decirle y aún así lo despedí.

Me senté de nuevo esperando verlo frente a mí, pero no estaba, solo las características cenizas. Y así fue, horas y horas hasta que la luna volvió a caer y el viento se llevo las cenizas. Me levanté y lo miré a él, en el árbol de la agonía mirando todo lo que podía, menos a mí. Me deslicé hasta la puerta y la abrí con cautela, la oscuridad me envolvió pero aún así caminé hasta la habitación continua, la del ser despreciable llamado hermano.

Envuelto en sábanas blancas estaba él, con los brazos abrazados a un peluche de un perrito y la cabeza recostada en una pequeña almohada. Que dulce. Que adorable. Que frágil sobre todo. Podría matarlo con una sola mano. Romperle el cuello. Apuñalarlo. Ahogarlo. Lanzarlo por la ventana. Pobre pequeño, que su vida ha quedado reducida a mis cuidados en este momento. Con sumo cuidado envolví lentamente mis manos alrededor de su pequeño cuello, él abrió los ojos lentamente y soltó un pequeño gemido, pero apreté mas la mano, callándolo por completo. El bebé se empezó a mover con fuerza, intentando soltarse, pero no se podía, yo era más grande, por lo tanto, más superior. Escuché gritos a mi alrededor, y de un momento a otro yo estaba en el suelo, el bebé lloraba de nuevo y un hilillo de sangre se deslizaba lentamente por mi cabeza.

-No podemos seguir con la mentira de que estás asistiendo al psicólogo para que yo te ayude- y allí estaba yo frente a Arthur, el psicólogo, por tercera vez en esta seguna semana luego del "incidente".

-Yo vengo y usted no me ayuda...- respondí sin mirarlo.

-Si no me contestas nada, ¿cómo quieres que te ayude?

-¿Qué quieres saber?- me recosté en el mueble negro mirándolo fijamente esta vez.

-¿Por qué intentaste matar a tu hermano?

-Lo odio- respondí sin pestañear.

-Quiero una respuesta mas coherente- me rodé hasta el frente de la silla y puse mis codos sobre mis rodillas, acercando mi cara a él.

-Esa es la única respuesta- me volví a recostar y un pitido sonó, era el fin de la sesión de cuarenta y cinco minutos que estaba teniendo tres veces a la semana. Me levanté de la silla y caminé hasta la puerta-, nos vemos la semana que viene, doc.

-Saludos a tus papás.

-No planeo ir al hospital de ningún modo, doc- le hice una seña militar y salí de la oficina.

Esto de empezar a ser un demonio se me daba bien.

Agonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora