Capítulo 11.

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-Fuera de mi habitación- repetí y me acerqué a la puerta para abrirla, él se acercó por detrás y me acorraló contra la puerta.

-Querida...- susurró a mi oído.

-Aléjese de mí. No tengo ningún problema con matarlo a usted tal y como hice con el policía- él soltó una risa que se volvió en carcajada y luego se alejó de mí.

Abrí la puerta y señalé el pasillo, él solo me dirigió otra mirada y salió. Cerré la puerta con una patada y me deslicé por ella hasta quedar sentada en el suelo. Enredé mis dedos entre mi cabello y tire de él con fuerza.

-Un peligro para ti y para todo el mundo- repitió Alex soltando una carcajada.

-¿Crees que sea verdad?- pregunté levantando la vista.

-¡Obviamente!- soltó otra carcajada y me extendió la mano para que me levantara- Eres un demonio.

-No lo soy- me tomó de la mano y me llevó hasta el espejo que tenía en la habitación.

-Mírate- señaló el espejo, mi cabello se volvía más gris con cada segundo que pasaba, no pasaría mucho tiempo para que estuviese por completo gris.

-¡No lo soy!- grité y golpeé el espejo intentando que él desapareciera.

Escuché pasos apresurados en la escalera percatándome de que todo a mi alrededor estaba lleno de partes del espejo y de que tenía algunas heridas en mis pies y manos. La puerta se abrió con un estruendoso golpe y me volteé hacia ella, viendo a mi madre y a mi padre parados allí con miradas preocupadas.

-Uh...- miré el suelo- Algo explotó...- sonreí volviendo a mirarlos, ¿tan poco convincente había sonado? Mamá soltó un suspiro de frustración y entró a la habitación examinando mi reciente desastre.

-¿Estás bien, cariño?- asentí con lentitud y salí del círculo de vidrios que rodeaban mis pies- Voy a buscar algo para... Limpiar- volví a asentir y ella salió de la habitación.

-¿Qué sucede?- preguntó papá entrando y sentándose en la cama con cuidado, como si estuviese hecha de bombas que explotarían en cualquier momento.

-Había un mosquito- mentí-, use mas fuerza de la que requería.

Él soltó otro suspiro de frustración y se levantó para apoyarse en el marco de la puerta. Vi aparecer a Draus junto a él con una sonrisa ladeada, pero al ver el desorden la quitó tan rápido como había aparecido, él me había tomado cariño, por decirlo así, no quería que me creyeran por loca, aunque de algún modo él contribuía  a mi locura. Mamá llegó a la habitación con una escoba y una bolsa, la deje pasar y ella, con bastante lentitud, limpió mi desorden.

-Vamos a llamar al psicólogo- anunció mi papá saliendo de la habitación y cerrando la puerta.

Corrí hacia la puerta intentando gritar "'¡El psicólogo está mas loco que yo!", pero me contuve a medio camino, inhale, relaje los músculos y esperé lo que venía, lo sabía perfectamente.

-Estás demente- y allí estaba, Draus reprendiéndome.

-Adivina quién me ha hecho estarlo- respondí cortante y caminé hacia la cama derrotada, ¡otra vez al psicólogo!

Me acosté en la cama de un brinco e intenté relajarme, en vano, estaba tensa. Solté un suspiro sobre la cama y esperé unos segundos más, empezando a sentir como mi pecho ardía reclamando aire. Me apoye en mi barbilla y miré al frente soltando un bostezo.

-No me gusta estar loca...

-Bienvenida a mi mundo- escuché una risa amarga de su parte y sentí su peso junto a mi-, todos aquí están locos.

-Deja de leer Alicia en el País de las Maravillas- respondí y me senté junto a él mirando la pared frente a la cama como si fuese lo más interesante, pero en realidad, en cada lugar al que veía podía ver como mi vida se derretía como si se tratara de un helado.

Me sentía en una montaña de nieve en verano, sentía como se derretía y yo caía con ella quedando enterrada entre sus escombros, muriendo poco a poco, agonizando a cada segundo. El tiempo pasaba rápido, veía los días a través de las ventanas, pero simplemente no sentía nada pasar, sentía como si todos los días fuesen uno solo, la misma tortura constante, me quería suicidar, quería acabar con todo de una vez.

-Todo menos eso...- me reprimió Draus sonriendo con lástima, lo mire de reojo, en la ventana tras él veía como la luna se ponía en su máximo punto- No llegues a lo mismo que yo.

-¿Por qué? ¿Eso no era lo que querías en un principio?- respondí levantándome y acercándome a la ventana, viendo como se reproducía una y otra vez el suicidio de Alex frente a mis ojos.

-Deja de verlo.

-No puedo- me giré hacia él-, es como un vídeo que se reproduce solo.

Volví a verlo, una y otra vez, siempre sucedía, siempre lo veía, era inevitable no verlo caer desde la ventana y desplomarse en el suelo muerto. ¿Qué pasaría si yo también lo hiciera? ¿Alguien lloraría mi pérdida? No lo creo, aunque eso es lo que supongo que piensa un suicida, ¿en serio voy por ese camino? Esperaba no ir por allí, no quiero terminar muerta, o quizá sí, es una gran confusión.

-Deberías ir a dormir- me dijo Alex desde la cama, había una expresión triste en su rostro, o quizás triste no, solo nostálgico, ¿él extrañará la vida?-. Sí, si se extraña la vida luego de morir- asentí y me acerqué a la cama con cuidado, caminando con sigilo.

Puse mi cabeza sobre la almohada y cerré los ojos con lentitud. Sentía mi cuerpo arder por el frío, pero no tomé la cobija, me gustaba la sensación, me gustaba el ardor. ¿Cuál sería la mejor manera de morir? Solía preguntármelo muchas veces, buscando la ideal, quería morir de manera digna, aunque dicen que el suicidio es digno, casi nadie se atreve a hacerlo. Abrí los ojos con fuerza, me encontraba en la habitación de mi hermano.

-¿Cómo?- pregunté al aire, sabiendo que Draus se aparecería y me diría.

-Eres un demonio, puedes ir a donde quieras- solté un bufido y me acerqué a la cuna frente a mi.

El niño descansaba envuelto en gruesas mantas, me parecía estúpido ese bebé. Siempre pensaba eso. Toqué con mis dedos el borde de la cuna, sintiendo como me invadía el frío en segundos.

-Todo tu en mis manos...- susurré cerca del bebé- Nadie más, solo tu y yo, tu vida colgando de mis manos.

Tome el bebé en brazos y caminé con lentitud hacia la puerta, cerrándola con seguro. Lo acuné en mis brazos mientras lo movía de un lado a otro, lo sentía tan débil. Arrastré los pies hasta la mecedora en la habitación, sentándome en ella y viendo al bebé.

-Esto termina aquí- susurré de nuevo tomando con ligereza el cuello del bebé.

Sonó un pequeño track y el bebé dejo de respirar, sonreí con grandeza soltando el cuerpo, que cayó por el suelo y rodó un poco. Arqueé mi espalda llenándome de... ¿Satisfacción? Quizá. Comencé a mecerme en la mecedora, como cuando una madre arrulla a su hijo, solo que esta vez me sentía como en un columpio, jugando con la vida de la gente. Solté una carcajada. Me gustaba este juego.

Agonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora