No era como si un manicomio fuese el lugar en el que más me gustara estar, pero tampoco era muy agradable. Sí, me gustaba estar alejada de mis padres y los problemas, pero no me gustaba tener como mejores amigos a la locura y a la soledad.
El manicomio no era un lugar por completo agradable, tenía sus pros y sus contras. Sus pros eran que estábamos aislados de los problemas, que Draus podía estar junto a mí, que la comida no era tan mala después de todo y que sí había gente a la que le importabas. Sus contras eran la soledad, la locura, las medicinas, los doctores, el no poder cambiar el canal en el televisor, los gritos todas las noches, el insomnio. Vale, sí, son mas contras que pros, pero me gustaba estar aquí.
-¡Bingo!- gritó la mujer frente a mí. Era una mujer vieja y no estaba muy segura acerca de que sufría la mujer, pero ella me agradaba.
-No, señora Pines, no estamos jugando Bingo- le respondí como por décima vez-, estamos jugando ajedrez.
La señora asintió repetidas veces y siguió moviendo las piezas. Era estresante a veces, porque era como ser la oveja negra en un rebaño de ovejas blancas, ya que posiblemente yo era la única persona medianamente cuerda en este lugar.
Draus no venía, jamás venía, y eso hacía que la soledad me cubriera por completo como un manto. Sabía que él estaba molesto, él hacía rabietas siempre, lo que me recordaba a niños pequeños, y eso me recordaba a uno de los por qué estaba aquí. El asesinato de mi hermano.
En algunas de mis sesiones con el psicólogo del manicomio él suele preguntarme el por qué lo mate, jamás me he dedicado a responder bien aquella pregunta, y la mayoría de las veces respondo algo como "el narcisismo es el por qué del asesinato", pero él jamás entiende, porque en este lugar nadie entiende, todos estás confundidos e intentan recuperar la cordura, algo que ahora resulta imposible. Todos son como marionetas, y todos están siendo controlados por las medicinas. Las noches aquí son más oscuras, todo aquí resulta más oscuro.
Dormimos en un lugar con muchas camas y pocas ventanas, ventanas cerradas por gruesos barrotes. Anhelo la libertad como si se tratara del aire, pero suelo recordar que fui yo misma la que se metió aquí. Es una cárcel, pero somos nosotros mismos los que nos encerramos, nadie está aquí para encerrarnos, nosotros mismos jugamos con nuestra cordura y la metemos en la licuadora para luego quejarnos y llorar porque estamos en el infierno.
La felicidad parece dispersarse siempre, menos en las salidas al jardín. Extraño la luz del Sol, que aunque no me abrigara todos los días siempre la veía a través de una ventana. Aquí las ventanas están sucias y no dejan entrar mucha luz, todo estaría a oscuras de no ser por las bombillas que logran iluminar un poco.
Hay horarios para todo, pero nadie parece estar en contra, o bueno, es simple, si ni siquiera saben donde están cómo podrían levantarse contra un horario. Duermo en una cama dura que se ubica cerca de la entrada de la sala donde dormimos. A mi lado duerme una mujer de unos treinta años que debe de sufrir esquizofrenia, ya que suele pasar las noches hablando con "Jerry", algunas personas me han dicho que Jerry es su difunto esposo. A mi otro lado duerme una chica de unos veinte años que asegura ser la enviada de Satán para alimentar a los demonios del infierno, si ella supiera que no solo son fantasías y que los demonios ya habitan la tierra.
-¿Qué opinas sobre la nueva enfermera, querida?- preguntó la señora Pines mientras veía fijamente el tablero- Yo opino que está mal.
-¿Mal en qué sentido?
-¡Le falta un tornillo!- suelto una carcajada y me vuelvo a centrar en el juego, es gracioso escuchar a locos hablar sobre locos.
-¿Y por qué usted piensa eso, señora Pines?
-Ha dicho que deberían quitar los cigarros de la sala- la señora frunció el ceño-, y luego tuvo una pelea con Sara, la mujer que duerme a tu lado, porque Sara dice que los cigarros son la cosa favorita de Jerry, su esposo- asiento con una sonrisa ladeada.
-Pues, ¿qué le parece si dejamos la partida hasta aquí?- me levanto de mi silla con cuidado y observo la habitación en búsqueda de Sara- Debo ir a hablar con alguien.
-Vale, vale- la señora también se levanta y pasa sus manos por su ropa-, mis saludos a Jerry, si es que lo ves.
Vuelvo a reír y me alejo de ella. Aquí todos comparten su locura de alguna manera. Todos concuerdan con que Jerry está aquí con Sara, todos concuerdan en que la otra chica que duerme a mi lado se queme con cigarros para alimentar a los demonios, y por supuesto, todos concuerdan en que su realidad es la correcta y que aquí nadie esta demente.
El timbre que anuncia que es la hora de la reunión de hoy suena y no puedo continuar con mi búsqueda. Todos los días hay reuniones con el psicólogo asignado al edificio, que en nuestro caso es el señor William, y en las reuniones hablamos sobre temas actuales, es como una manera de alejarnos de la locura que nos rodea. Entro a la sala de reunión y tomo asiento en una silla cerca de la ventana.
-Buenas noches a todos- dice el señor William al entrar. Si tuviese que describir al señor William con una palabra esa posiblemente sería drogas. Él siempre está en ese estado entre el sueño y la vigilia que me recuerda al efecto que causan algunas drogas en las personas.
El señor comienza a hablar acerca de política, pero como es un tema que no me interesa solo me dedico a observar a mi alrededor, a observar a la extraña locura que me rodea.
La observo con tranquilidad, a Rosa, una mujer que parece ser la que está más próxima a la cordura. Rosa es sociópata, mató a su marido y a sus hijos con la excusa de que nos le había gustado la cena, y en vez de ser enviada a la cárcel vino al manicomio, y a mi parecer sólo actúa como demente para no caer en el agujero que debe de ser la cárcel.
-No lo hagas...- escucho a Draus tras de mí- Sí, se lo que quieres hacer. No lo hagas.
-Ya tu lo has hecho muchas veces- respondo con una sonrisa-, ¿por qué yo no puedo?
-¿Tienes algo que aportar a la conversación?- me pregunta el señor William con una sonrisa.
-No- digo quitando la sonrisa-, solo estoy discutiendo algunos asuntos con Alex- el hombre asiente y anota algo en su libreta.
-Aumentaran tu dosis diaria- dijo Draus en mi oído, yo solo me encojo de hombros y sigo viendo fijamente a Rosa-. ¿En serio lo harás? ¿La atormentarás hasta que se suicide?
Asiento con lentitud. Sabía muy bien lo que estaba haciendo. Era un demonio, él lo había dicho, yo solo quería probar mis habilidades. Sabía muy bien que Rosa estaba viendo la muerte de cada uno de sus familiares. Ella veía la sangre y el dolor que causaba saber que era el último respiro, y yo observaba la desesperación en los ojos de Rosa. Sabía que en el fondo le afectaba, y por supuesto, sabía que no iba a poder aguantar mas.
Vi como se levantaba de su puesto, y haciendo caso omiso a los gritos tras de ella impactaba su cabeza contra la puerta con toda la fuerza que podía, y como, tras varios golpes, caía inmóvil al suelo soltando un último respiro.