El mundo está en mis manos. Yo muevo todo el mundo a mi favor. La mecedora sonaba con cada movimiento que hacía, pero no me importaba, solo me dedicaba a mirar fijamente el cadáver del bebé en frente de mí. Una sonrisa de oreja a oreja adornaba mi rostro, me sentía feliz, él ya no estaba.
-Jamás quise esto...- escuché un susurró en mi oído, mi sonrisa desapareció apenas lo escuché. Me recorrió de pies a cabezas y un escalofrío recorrió mi espalda con rapidez.
-Yo tampoco- levanté la vista y vi como Draus miraba a mi hermano.
¡Maté a mi hermano! Me levanté con brusquedad de la mecedora y pasee por el pequeño cuarto. Mi cuerpo temblaba. Estaba asustada, y no exactamente por haber matado a mi hermano, estaba asustada por lo que pasaría ahora. Draus desapareció como si el viento se hubiese ido con él cuando la puerta se abrió con un estruendo. Escuche una exclamación y gritos, pero mi cuerpo no me permitía parar de caminar por el cuarto. Unos brazos me rodearon y batieron en un intento por sacarme de mi trance, lo lograron, mis ojos se abrieron lo más que pudieron y grité.
Un dolor quebró mi garganta como si se tratase de un lápiz. Caí al suelo rendida, me pesaba mi cuerpo y me impresionaba no estar desmayada. Vi a mi derecha a mi madre rodeando el cadáver del bebé con ojos llorosos, mientras que mi papá pasaba su mano por mi espalda y hablaba por teléfono con alguien. No sé cuánto tiempo estuve en el suelo, era como una escena que se había quedado congelada en el tiempo.
La tensión y el silencio fueron cortados por el lejano sonido de las sirenas de policía, intente moverme para escapar de lo que me esperaba, pero mi papá lo evito sosteniendo mi cuerpo. Los policías entraron a la casa quitando la puerta de un golpe, y luego subieron las escaleras encaminándose al cuarto donde todos nos encontrábamos. Un policía tomó a mi mamá y la alejó, ella llevaba el bebé en brazos creyendo que podía volverlo a la vida, aunque en el fondo ella sabía que era imposible. Dos policías se pusieron a mis lados, quitando a mi papá antes, y me sostuvieron por los brazos creyendo que opondría resistencia, pero yo no tenía fuerzas para ello.
Me arrastraron por las escaleras hasta el piso de abajo, logré ver un espejo. Mi cabello caía como un manto gris sobre mi espalda, unas grandes ojeras estaban bajo mis ojos dándome un aspecto escalofriante. Mi piel estaba en el tono más claro posible, mis ropas estaban rasgadas y arrugadas, tenía el aspecto de una vagabunda, o incluso de alguien en peor estado. Echaron mi cuerpo en un carro de policía y luego el carro comenzó a moverse, no pregunte nada, solo miré el paisaje a través de la ventana. Supuse que iría a un manicomio, no me extrañaría que así fuese, pero cuando el auto de policía estacionó en las emergencias del hospital supe que algo más estaba mal.
Me colocaron en una camilla y me movieron por los pasillos, la gente estaba alterada a mí alrededor y yo no comprendía que estaba pasando, solo sabía que no era algo bueno. Una aguja atravesó mi delgado brazo con el simple movimiento de una enfermera. Mis ropas fueron arrancadas con rudeza y casi al segundo sentí el frío cubrirme como una manta. Me desvanecí del momento y volví a un lugar blanco. Estaba en el suelo, solo llevaba ropa interior y había un espejo de cuerpo completo frente a mí. Me levanté con fuerza y me vi en el espejo. Los huesos se veían como el color en una pulsera para niños. En mis caderas, clavícula y piernas notaba los huesos sobresalir, una escena digna de película deprimente sobre anorexia.
-Eso es lo que está pasando- me dijo Alex, no lo veía, pero lo sentía detrás de mí.
-Respóndeme con sinceridad...- le dije bajo- Cuando me acosté a dormir por última vez, ¿cuánto tiempo pasó?
-Varios días, creo...- respondió- No lo sé, nadie nota nada, tu cuerpo es solo una sombra y es el alma el que "vive".
-Hace mucho que deje de "vivir"- dije con nostalgia, ¿qué si extrañaba ser feliz? Sí, lo extrañaba, extrañaba largos viajes en carro y nuevas casas, ahora si lo extrañaba.
-Qué triste- lo vi aparecer frente al espejo, él era como niebla-, siempre te vi ganándome el juego, y ahora tu cuerpo está entre vivir y morir. Una completa pérdida, ¿qué crees qué pasará?
-Me quiero rendir...
-No lo harás- Draus me dirigió una última mirada y sentí un millón de sensaciones, como cuando retrocedes una película.
Mi cuerpo se levantó como si alguien hubiese tirado de él con fuerza. Habitación blanca. Estaba en un tedioso hospital de nuevo. Mis brazos estaban atados a la cama en un esfuerzo para que yo no me hiciera daño. Cerré los ojos con fuerza y me dejé caer en la cama obviando el dolor que mi cuerpo sentía. No me pregunté por días ni horas, solo me pregunté por el paradero de alguien, o de lo que sea que fuese él.
¿Qué creo que pasará? No lo sé, un disparo en la cabeza y el fin de la agonía.
Una música de ascensor llenaba el lugar. Me sentía en un ascensor, solo subidas y bajadas. La puerta se abrió con un rechinido rápido y una mujer bajita entró al lugar. Su moño estaba en perfecto estado y su uniforme blanco no lucía ni una sola mancha. Se mantuvo en silencio frente a mí durante unos instantes antes de acercarse y sentarse a mi lado.
-Buenos días, señorita- dijo con un tono de voz agudo, recordándome a una niña que conocí una vez, una niña de nombre Mariangela-, soy la psicóloga ayudante del hospital.
-Sin rodeos- murmuré sin que me escuchara-, aquí vamos...
-¿Por qué lo hizo, señorita?- dijo rápidamente.
-Puede llamarme...
-Responda, señorita- interrumpió la mujer -, ¿por qué?
-¿Por qué no?
-Esa no es una respuesta coherente.
-¿Y qué es coherente en la vida?- le dije con una pequeña sonrisa adornando mi rostro- ¿Cree usted que con cabello se puede hacer una esponja para lavar?- sí, eso haría, diría las incoherencias de un loco- No, no se puede, se llenarían de grasa los platos.
-¿Te parece si suelto las ataduras de tus brazos?
-Me parece una fabulosa idea- respondí mientras ella me soltaba de mis ataduras-, ¿qué me cuenta, señora?
-Por favor señorita, responda a mi pregunta.
-¿Ha sentido odio por alguien alguna vez?- ella asintió con desconfianza- Imagine sentir odio hacia todos, y luego imagine la muerte de cada uno de ellos, ¿cómo moriría el peor?
-¿Puede ir al punto?- dijo cortante como si algo de la conversación la afectara.
-El punto es que, ¿por qué no?
La mujer se levantó y salió de la habitación inhalando grandes bocanadas de aire. Sonreí ante mi logro, me catalogarían como loca y no iría a una cárcel, a no ser que más tarde ocurriera lo que pasó.