Capítulo 3.

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Tan sólo faltaba medio día y una noche para que mis papás llegaran, lo que me ponía más inquieta era lo de la noche, ¿qué me observaba?

Aunque fuese mediodía y que el Sol está en su máximo punto, sentía todo a mi alrededor frío y tétrico, sentía totalmente aislados los sonidos de los pájaros y de los escazos carros, me sentía sola aquí, lo único que sentía era la mirada fría y penetrante sobre mí. Me encerré en la habitación en la que me había dormido la noche pasada, me había sentido segura allí, no era como las otras, allí se sentía el calor que da un hogar. Hice zapping hasta que encontré una película llamada Suicide Room, a la que no le presté mi atención por estar pensando.

El extraño cambio de hora que había sufrido me había impedido comer, siempre he sido de las que deben comer a la hora, ya el no comer estaba haciendo efecto, mi estómago comenzaba a rugir con fuerza, pero ya el cielo estaba oscureciendo y no saldría de mi zona de confort para ir a comer algo, no era por estar cómoda, me daba miedo abandonar la habitación y entrar en la penumbra en la que se había metido la casa.

Cerré los ojos, me revolví en el incómodo mueble y empecé a pensar en cosas al azar, en mi vida antes de llegar a este lugar, que se había vuelto un infierno. Mi vida era medianamente normal, y digo medianamente por las mudanzas y viajes que hacía constantemente. Un estruendo me sacó de mi ensueño, provenía de la cocina. Abrí los ojos de golpe y me giré hacia la puerta, me levanté corriendo y pusé una mesa de madera frente a ella, haciéndole a lo que sea que estuviese allí afuera más complicada la entrada, claro está, que la puerta tenía pasada la llave.

Caminé hacia atrás viendo mi trabajo de barrera, que probablemente no serviría, pero sería una distracción. Cuando comencé a escuchar los pasos acelerados en la escalera fue cuando entré en pánico. Corrí a la ventana y la abrí con un fácil movimiento mientras escuchaba nerviosa como alguien forcejeaba contra mi barrera. El viento nocturno golpeó mi cara con rudeza, el Sol ya estaba saliendo. Pusé mis manos sobre el barandal para brincar y salir, pero algo me detuvo, el sonido de la puerta y la mesa romperse tras de mí. Me volteé lentamente esperanzada de encontrarme a mis papás, aunque sabía que era obvio que no sería así. Allí estaban, penetrantes como siempre los ojos rojos, conjunto con el cabello gris que se pegaba a la frente de un chico que se me hacía conocido.

-¿Qué no entiendes del juego?- sonaba frustrado, como si yo hubiese arruinado todos sus planes- ¿Para qué viniste si no ibas a jugar?- sus palabras chocaron contra mi cara como golpes provenientes de un jugador de boxeo.

-¿Juego?- tartamudeé, quisé caminar hacia atrás, pero detrás de mí solo estaba el vacío.

-¡El juego!- golpeo la mesa donde estaba el televisor con una fuerza descomunal que hizo al televisor brincar y caer con otro estruendo estremecedor- ¡Suicidate!- ¿ese era el juego? ¿me debía suicidar? No, no lo haría, no me lanzaría al vacío por su capricho.

Aquellos dos ojos rojos eran penetrantes, sentías que te atravesaban y podían averiguar cada secreto que guardaras. Su respiración era agitada y pequeñas gotas de sudor se formaban en su cabello y caían por su rostro, que, tras analizarlo unos segundos, pude averiguar que se trataba de el chico rubio. Me estremecí al recordarlo, él era un asesino, o tal vez de eso trataba tal juego, se metía en tu cabeza hasta que te suicidaras. Me felicité por mi descubrimiento, pero luego volví a él, a su mirada fija en mí.

-No saltaré- negué con la cabeza mientras sonreía, ¡había descubierto su juego!

-Pues suerte al jugar conmigo- hizo con sus manos una pistola y se "disparó" a la cabeza, me parecio un juego de niños, pero cuando lo vi exparserse en cenizas me asusté.

Me volteé hacia la ventana, el frío aire había desaparecido y junto con él la penumbra y mis miedos, jugaría el juego.

-¡Ya llegamos!- habían llegado, pero seguía sintiéndome sola, lo único que podía sentir, era la mirada, que tenía el presentimiento de que nunca desaparecería.

(...)

Entré a la biblioteca del desolado pueblo, necesitaba averiguar más sobre él. Recorrí varios pasillos de libros gastando tiempo, no quería llegar a donde la bibliotecaria y decirle "¡Oye! ¿Sabes algo sobre demonios de un juego en el que debes suicidarte?".

-Buenos días- dije por fin poniendo los brazos sobre la mesa semicircular, tras de ella estaba una mujer de mediana edad, era morena y unos lentes de pasta gruesa caían sobre la punta de su nariz, tenía varios lunares enormes que me parecio que estaban pintados con marcador permanente.

-Buenos días- me respondió con su voz nasal aún sin mirarme, un gesto que me molesto-, cariño, aquí no tenemos ni Cazadores de Sombras ni Bajo La Misma Estrella, nada de eso- me miró-, tranquila, no te pongas nerviosa, ya eres la tercera en la semana que viene a preguntar por esos libros- puso los ojos en blanco y volvió a mirar hacia sus papeles.

-No vengo por eso- cambié el peso de mi cuerpo varias veces- ¿sabe algo sobre demonios?

-¿Demonios? Tu si que eres única, cariño- soltó una carcajada que me pareció inadecuada para una bibliotecaria- A menos que te refieras a Demondraus, pero, él solo es un mito.

-¿Demondraus?- fruncí el ceño esperando una respuesta- ¿qué hace... eso?

-Dicen las malas lenguas- ésta mujer me recordó a mi abuela-, que él se mete en la mente de las personas y los atormenta hasta que se suicidan- se le iluminaron los ojos como si le gustara contar la historia-, según los que le han visto, dicen que para él es un juego, escoge a las personas que le parecen interesantes.

-¿Y qué experimentan las personas cuando él... les ataca?-

-Solo ven sus fobias más grandes, o las cosas que les molestan- se encogió de hombros-, pero que en sus últimas horas, que son unas cuantas luego de que él ataque, se experimenta la agonía total. Pero te recomendaría no meter las narices donde no te interesa, niña- frunció el ceño y continúo con su papeleo.

¿En serio Demondraus me había escogido a mí?

Agonía.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora