El dios maldito

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La maldición la seguía, la maldita ruleta la había seleccionado entre sus tres hermanos. Su mente se hacía débil cada día, y en su sangre corría el deseo que en sus sádicos y grises ojos como las nubes en la tormenta reflejaban.

Sus pupilas se dilataban y brillaban tanto como las pequeñas luces que el cielo decoran en la noche; y ella seguía frente al espejo, intentando no ser arrastrada por la oscura criatura que en su mente habitaba. Era un juego siniestro entre ella y el ser que la eligió para enjaularla, tomar posesión de su cuerpo, un claro y divertido juego de territorio.

Sin mover algún dedo seguía mirando sus ojos, e intentando ganar la batalla. De sus ojos brotaron rojas lágrimas ardientes que por dentro le hacía arder su corazón; observaba sus iris que constantemente alumbraban como un rayo que escapa de la nube, y en el patio de la casa, la esperaban ansiosos sus familiares para iniciar la tradición anual de reunirse.

Ahora todos la veían acercarse a lentos pasos, miraban su rostro que inexpresivo se dejaba acariciar por el hermoso líquido que corría por sus venas y que ahora sus ojos lo expulsaban como lágrimas.

—Tía ¡VEN, COMENCEMOS A COMER!—habló entusiasmada una niña de verdes ojos y seis años de edad acercándose a ella. —¿Qué tienes en la cara tía?—preguntó curiosa.

—¡Alé... —intentó completar el abuelo de la niña, pero antes de poder terminar la frase, los ojos de la mujer lo miraban directo al pecho, y en menos de un segundo, el corazón del anciano se fue haciendo cenizas en un instante, e inmediatamente todos corrieron hacia él.

—¡TÍA! ¡SUÉLTAME! ¡DUELE!—escucharon a la niña quejarse de dolor.

—Mucho gusto; mi nombre es «R», el Dios Maldito, hijo de Imfa, Dios de la Muerte y la Muerte misma—se escuchó tres voces distintas hablante y gruesas a la vez provenir de la mujer.

Ahora todos veía a la mujer; ser que no dejaba de sonreír y que con fuerza sujetaba el cabello del infante de ojos verdes.

La risa de la mujer se hacía cada vez más intensa, y en los oídos de los presentes retumbaba cada vez más fuerte, haciéndolos caer al suelo por el fastidioso zumbido que en sus oídos quedaba.

—¡TÍA!—exclamó con lágrimas la niña.

De una patada lanzó la niña al suelo, y colocando la pierna sobre ella, la piel de la niña fue por sí misma pulverizándose, desde el ombligo hasta la garganta, provocando en ella inmensos gritos a causa del dolor que le hacía retorcer sujetando el pie de su amada tía intentado liberarse. Sus costillas fueron quebrándose como cristal caído de un doceavo piso, y finalmente, su corazón fue hecho nada al ser aplastado por el pie de la mujer que colocó todo su peso en el órgano al dar un paso adelante, desinflando el corazón como a un globo, y duplicando la velocidad de la sangre que en tan espantoso momento corría por las venas de la inocente; aquella niña que después de gritar con todo su aliento y mares de lágrimas recorriendo sus mejillas, falleció en ese instante.

Con pasos firmes se acercó a su madre, quien seguía aturdida por el zumbido en sus oídos al igual que los tres hermanos.

Tomándola por el castaño y corto cabello, arrastró a su figura materna hasta la puerta rodadiza del patio, y colocándola con la cabeza en el marco, sonrió oscuramente observando los grises ojos de su madre, cerrando así con fuerza la puerta, dividiendo la cabeza de la mujer que ahora se encontraba sin alma en el suelo.

—Hermana—habló casi sin voz la mayor levantándose del suelo.

—¿No lo entiendes? ¡YO SOY R!

—Devuélveme a mi hermana.

—¿Por qué haría eso?—indagó.

—Porque la amamos—se levantó el tercero en el orden de nacimiento.

—Por favor—habló débil el último desde el suelo.

—¿La aman?

—Con toda el alma—respondió la mayor.

—Entonces no les molestaría lanzarse al vacío por amor—habló tomando un cuchillo de la mesa.

—El amor todo lo puede—se habló a sí misma.

Terminada la frase, la castaña comenzó a correr en dirección al oscuro ser que invadía el cuerpo de su hermana.

—Al igual que el Dios Maldito—sonrío.

De inmediato, la castaña sintió un inmenso peso en su espalda, haciéndola caer con la garganta en el cuchillo que segundos antes caía con la punta en dirección a ella: arrebatando así la vida de la mayor, deslizándose rápidamente por el interior del cuello de la mujer, haciéndola caer sin vida mientras la sangre salía como cascada en dirección al suelo.

Lleno de ira, el tercero corrió sin pensar directo a «R», y antes de dar un sexto paso, el cuerpo de su hermana cayó al suelo, y en menos de un segundo, una oscura sombra con una «R» azul como el cielo del amanecer en la frente mostró sus blancos dientes en una sonrisa, asesinando así al castaño al deslizar un cuchillo en su cuello, dibujando una delgada línea a la vez que su cerebro se hacía agua, al igual que sus ojos y lengua. Agua caliente como el sol que en segundos salió por sus oídos con compañía del humo.

Por último, el cuarto siguió en el suelo sin decir alguna palabra, sólo veía a la asombrosa forma de jugar del oscuro ser, y luego de segundos pudo observar al antropomorfo «R», el gran Dios Maldito acercarse a él.

—¿Por qué no te revelas en mi contra?—preguntó R al sentarse frente a él.

—¿Por qué debería?—se sentó el castaño de quince años.

—He asesinado a todos tus parientes, a excepción de tu hermana segunda.

—Lo sé—respondió tranquilo.

—¿Por qué no lloras o sientes temor?

—Yo los amo, pero no puedo estar derribado por verlos ahí muertos, la muerte es natural y monótona en la vida.

—No había visto un humano reaccionar de tal manera.

—No debería sorprenderte, cada quién tiene su visión del mundo.

—El mundo de los muertos te espera—sonrió dándole un beso en la frente, beso que sin algún dolor lo asesinó.

CREEPYPASTAS.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora