Parte 11

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"¡corre, corre, corre!" es lo que pensé al ver a la anciana ahora a solo unos metros a mi espalda bajando de la misma forma que había subido al rellano. La desesperación se apodero de mi y moví el brazo lastimado. Aprete los labios y continúe bajando de manera apresurada. Los ruidos me confirmaron que "eso" bajaba a toda prisa hacia mi mientras gritaba algo ininteligible. Fue la carrera mas lenta de la que tengo memoria. Allí estaba intentando, con los pocos medios que tenía, un brazo lastimado y un espectro persiguiéndome, bajar la infinita colina. Me sostenía como podía de algunos arboles y ahora no media mis pasos simplemente me dejaba caer sentado rameando los pies, como si se tratara de una suerte de esquié sobre tierra, rocas y arbustos. No mire en ningún momento hacia atrás. El sonido era lo único que me ayudaba a medir la cercanía de esa mujer.

Abre caído unas 5 veces mas antes de estrellar mi cara con el borde de la cerca negra y alambrada que me ubicaba ya en la base del cerro. Tal vez, la idea de estar tan cerca del final era lo que había evitado que perdiera la conciencia en cada golpe que recibí en la cabeza, tanto de ramas como de rocas.

Una vez ahí me percate del problema, estaba lejos de la salida. La maldita alambrada rodeaba toda la elevación y solo dejaba libre las únicas dos maneras de subir, por las escalinatas del sendero y por la ruta que llevaba al estacionamiento de la cumbre. Me encontraba tirado con los dedos atravesando los gruesos metales formados en rombos. Estaba tan fatigado que ver a la mujer bajando lentamente a gatas no me inmuto en lo absoluto, lo único que buscaba eran las fuerzas para levantarme y empezar a trepar el cercado en forma de red.

Lo bueno, es que el miedo ya había desparecido o había formado parte de mí tantas horas que ya me resultaba indetectable. Ahora lo que sentía, además de fatiga era furia, furia contra esa maldita y podrida anciana. Arto de su persecución arto de sus gemidos. _Te odio, te odio_ le gritaba creyendo que siquiera pudiera entenderme. Mi odio me dio la fuerza que necesitaba. Me sentía como en una maratón corriendo contra profesionales. No le daría el gusto de verme caer, de verme consumido por el terror. Me quite la férula que había echo con la mochila del brazo y empecé a trepar la alambrada. Me dolía tanto el hombro dislocado que lloraba. Cada trepada que hacía, era una puntada directa al omoplato derecho. Trataba de utilizar solo el brazo izquierdo, pero obligadamente debía utilizar ambos, pues, si mis flacos brazos apenas podían soportar mi cuerpo de lagartija, imagínense uno solo.

Comopude llegue hasta lo mas alto de la alambrada. En ese preciso momento, sentíque unos dedos huesudos y flacos se cerraban en mi tobillo. Lo que me hizotrastabillar y dejarme medio cuerpo suspendido, sostenido solo por mi brazoizquierdo y mi remera que se habría atorado en uno de los picos de la reja.Patalee como si fuera un niño tratando de pelear con alguien más grande que él.Al tiempo que lograba desprenderme de su casi esquelética mano, terminabaaterrizando de espalda al otro lado de la verja.   

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