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4.2

La veía pasar todos los días, saltando por el pasillo, a paso veloz o con una precaución que incluso lograba sorprenderlo a él que sobrevivía gracias a ese primitivo instinto de cautela. Algunas veces escuchaba a los que vivían dentro de la casa, escuchaba los rastros de sonido que lograban atravesar las paredes, algunas veces eran bastante melódicos, tanto que incluso se atrevía a asomar su cabeza para escuchar con mayor claridad, otras veces escuchaba los alaridos de la mujer que vivía dentro justo antes de ejecutar a algún otro miembro de su camada. La vida era bastante difícil, había días en que la luz del sol golpeaba el suelo con tanta intensidad que le impedía salir de donde estuviese, por el otro lado había noches en las que la lluvia lo empapaba completo y tenía que mantenerse despierto para no morir ahogado. La comida nunca fue abundante, su dieta se basaba en algún desperdicio encontrado por ahí y cuando no había otra opción cualquier trozo de basura humana era aceptable.

Era una niña gigante en comparación a el pequeño ratoncito, en comparación al resto de los miembros de la casa era tan pequeña como una hormiga lo seria para él. Se escondía de todos los humanos, siempre cauteloso, cualquier error podría costarle la vida. A veces tenía el pelo sujeto como si tuviera dos colas sobre la cabeza, otras más cambiaba de pies y usaba un par color amarillo que podrían aplastarlo si se distraía un segundo, pero a pesar de su enorme tamaño a él no le daba miedo su presencia, en realidad, incluso tenía curiosidad. Un día, escondido a la entrada de su madriguera, observo como alguien dejo caer un puñado de granos de maíz, esperó a que no hubiese nadie cerca y enseguida fue a por ellos; la misma rutina todos los días, no sabía si se trataba de una trampa o si alguien era tan convenientemente despistado como para equivocarse todos los días en el mismo sitio y a la misma hora. 

En algún momento la curiosidad le hizo abandonar ese instinto tan acoplado a él y decidió salir, aventurarse y descubrir quién sería tan tonto o, en algún otro caso, tan benévolo, entonces la vio, a la humana con el pelaje sujeto en forma de dos colas en la cabeza. La niña no pudo verlo a él, salió corriendo apresurada y no tuvo oportunidad de ver a su pequeño amigo a pesar de que tenía tantas ganas como miedo de que alguien la descubriera alimentando a un ratón. Alguna vez lograron verse y ella, con un poco de miedo y con otro poco más de emoción se puso en cuclillas, dejo el trozo de pan de blanco en el suelo y salió corriendo igual <<Quizá tenga miedo de mi>> pensó mientras regresaba a su madriguera. Se vieron un par de veces más, la niña le tenía cariño, era ese cariño el que le había estado alimentando durante todo este tiempo, incluso él le había perdido el miedo y ahora se aventuraba a salir un poco mas de tiempo. La confianza que la pequeña había sembrado en el le permitió, por vez primera, elevar la mirada en dirección al cielo y descubrir una color solido que cubría lo que él llamaba “arriba”, un color azul celeste que le recordaba mas bien al color de los listones que usaba su nueva amiga.

Una tarde mientras se alimentaba fuera de su madriguera, sereno y despreocupado, disfrutando de un trozo de jamón, escucho unos gritos ahogados “-No creí que fueras tan tonta. Alimentar a una rata con nuestra comida ¿Es enserio Sarah?-” sentía como el suelo vibraba con los pasos apresurados de dos personas, una que se disponía a llegar al patio y otra que la seguía detrás para impedir que siguiera avanzando “-No le hace daño a nadie mamá ¡Es solo un bebé!-” y los pasos se sentían cada vez mas cerca, no lo dudó, ni siquiera se detuvo a recoger el trozo de jamón que la niña le había llevado hace un par de minutos. 

Habían llegado, el trozo de comida en el suelo daban una pista clara del paradero del animal, el solo se escondía, aterrado, triste, desesperado. “-¿Querías alimentarlo, no es así? Entonces dejame alimentarlo una vez” la mujer dejo un pedazo de una masa blanca que olía bastante raro “-¡Mamá, por favor no lo hagas!-” a lo que la mujer respondió “-Las ratas son solo eso: Ratas. Si no las exterminamos cuando tenemos oportunidad terminaran por exterminarnos a nosotros”

El pequeño ratón no entendió nada lo que dijeron, para el era solo ruido, un sonido bastante grave y estridente que le hacia temblar y otro mucho mas cálido y agradable cuando la pequeña hablaba y, a pesar de no haber entendido nada, vio que alguien había puesto algo que parecía comida frente a él, aunque con un olor raro, lo habían dejado con su amiga cerca y eso era una buena señal para él. Asomó la cabeza y sus bigotes empezaron a temblar, su nariz olfateaba todo al rededor, la madre de la niña contuvo un grito al verlo salir. Era un ratoncito de color castaño con la nariz color rosa y unas manos tan pequeñas como ágiles que mantenía pegadas al pecho cuando se levantaba sobre sus dos patas.

La tarde en que el ratón murió envenenado no ocurrió mucho en realidad, solo levanto la mirada y observo a su amiga llorando y a una amorfa masa de carne y grasa junto a ella, la observo, de verdad confiaba en ella, se levanto sobre sus dos patas en dirección hacia la pequeña como mandando un saludo o, quizá fuese un adiós. Camino hasta el trozo de queso color blanco bañado en brometalina y lo llevo a su madriguera. Al siguiente día por la tarde, la niña fue a dejar la tapa de una botella de refresco de cereza llena de agua que se coloreo con el pigmento que aun quedaba en ella, un trozo de pan de cebada que había en la mesa del comedor y la esperanza de que el pequeño ratón de pelaje marrón saliera pero pasaron los días y nadie comió de ese pan ni bebió de esa agua.

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