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El suelo de la sala de estar estaba repleto de juguetes de muchos colores y formas, juguetes que poseían cada cual su propia textura y esencia misma, todos esos trozos de plástico le hicieron recordar que sus hijos estaban en esa misma casa, aunque pensándolo mejor, le hacían recordar que era padre y que tenia dos hijos. Las luces del dormitorio principal estaban encendidas, las luces de la cocina, de la sala, toda la casa estaba febrilmente iluminada, como si alguien tuviese miedo de todos esos demonios que se esconden en la oscuridad y en un intento poco efectivo de librarse de ellos hubiera encendido cada bombilla que tenia a su alcance. Su esposa había puesto en la estufa un recipiente con sopa antes de que él llegara, odiaba esperar a que la comida estuviese lista cuando llegaba de la oficina y su mujer lo sabía. El refrigerador estaba entre abierto y el grifo goteaba.

Dio un recorrido a toda la casa y después volvió al vestíbulo, estuvo largo rato de pie, esperando en el mismo lugar, levantando la vista y volteando hacia sus costados cada par de segundos, como esperando a que alguien lo llamase desde alguna de las habitaciones, como si e incluso algún momento alguien le pidiera que se aproximar a a alguna de las habitaciones. Su teléfono móvil recibió un mensaje y el tono tan característico de aquella empresa fundada en el setenta y uno hizo eco en toda la casa, pero ni siquiera eso lograba regresarlo a la realidad.

Sus manos le dolían, dedos y muñecas; los nudillos le sangraban, tenia las palmas húmedas y debajo de las uñas había fibras de algodón, sus mangas empezaban a teñirse de un color que le resultaba reconfortante y tranquilizador, un color que le hacia sentir mas hambre de la que en realidad tenia, era mas como si ese tono específico y esa textura tan orgánica le provocaran cierta necesidad de llevarse un trozo de lo que fuese a la boca.

Empezó a caminar, no pensaba en nada en particular, tan solo andaba mecánicamente, atravesando los pasillos y siguiendo la misma ruta que había estado siguiendo los últimos nueve años hasta llegar a la puerta trasera. Salió al patio y fue directo al asador, subió la tapa de ese viejo cacharro, abrió la válvula del diminuto tanque de propano que utilizaban los fines de semana y en alguna fecha importante, usó un par de fósforos que guardaba en uno de los cajones del artilugio ese para darle fuego, bajó la tapa del y dejó que el metal se calentara, giró sobre sus talones y emprendió su camino a la planta alta de la casa. Subió las escaleras con lentitud, con las yemas de los dedos repaso el barandal y con ellos arrastro una pequeña y apenas perceptible capa de polvo que se habría acumulado desde la ultima vez que alguien limpio la baranda; una sonrisa se dibujo en su rostro, recordó la vez que hizo el amor a su esposa en esos escalones, los gritos y las gotas del sudor cayendo por acción de la gravedad. Llevó el polvo que habían recolectado sus dedos a sus labios y lo saboreo, tenia una consistencia terrea y granulada con un leve sabor a recuerdos y erotismo que no se desvaneció aun con el paso de los años. Subió de uno en uno los escalones, fue al dormitorio de los niños, las camas estaban ocupadas, la mano de uno de los ellos colgaba desnuda sobre el colchón, caminó hacia él y acomodo su brazo, arropo a ambos y salio después de apagar la luz.

En la cocina la sopa empezaba a evaporarse, se consumía por el calor al que estaba siendo sometida pero ni siquiera pensó en apagarla, la dejo hervir “En algún momento se habrá consumido por completo y no importará si hay fuego o no” pensó. Fue al refrigerador, dentro había un paquete con hamburguesas congeladas y una botella de ketchup, tomo ambas y lo hizo cerrar, lo observo detenidamente, no quería que se quedara entre abierto como hace un par de minutos cuando su esposa y él estaban discutiendo sobre las notas de alguno de los dos chicos y su reciente despido. Abrió una de las gavetas y extrajo un plato y cubiertos.

Regresó al patio, quito la tapa al asador y este estaba apagado, el tanque de propano se había consumido por completo pero la parrilla seguía caliente, acerco la mano para tener una idea de cuanto calor conservaba y una vez se hubo cerciorado de la temperatura a puro pulso puso la hamburguesa encima. La carne empezaba a cubrirse de agua y sangre a medida que se descongelaba, el olor empezaba a brotar de ella y el característico sonido de cocción se hizo presente, el sonido le hacia pensar en los gritos de una persona, quizá en los gritos ahogados de una mujer siendo asesinada, este pensamiento le resultaba tanto repulsivo como satisfactorio pero en su cara no se mostraba señal alguna de cualquiera de estas dos emociones. Una vez preparada su cena la quitó del asador y la puso sobre el plato de porcelana, la carne seguía cruda pero sabia que el asador no podría cocinarla mas y solo la haría secarse, puso un poco de salsa de tomate encima y se llevó su platillo al comedor. El suelo estaba empapado, alguien debería encargarse de eso, alguien debería limpiar antes de que otro alguien pasara por ahí y resbalara en un aparatoso y quizá trágico accidente.
Usó el par de cubiertos para partir en trozos la hamburguesa que aun conservaba la sangre que escurría al cortarla, tomó un trozo considerable y lo llevo a su boca, sintió los sabores de los condimentos, de las fibras musculares de lo que fuera que fuese el animal, la etiqueta decía que era carne de ternera pero con esos tipos uno nunca puede estar del todo seguro. Saboreaba todo lo que podía y trataba de identificar cada aroma y cada tinte diferente, sentía la presencia de la pimienta negra, cebollas y ajos, una dosis pre añadida de sal y la sangre que empezaba a escapar por los bordes de su boca, el sabor que mas le llamaba la atención era precisamente el sabor de aquella sangre, la saboreaba, la sentía exquisita, incluso cortó otro trozo de carne y lo puso en su boca sin masticar mientras la presionaba con el paladar y la lengua en un intento de extraer toda ese líquido rojo quee resultaba tan exquisito.

El piso estaba hecho de mármol blanco con tonos moteados de gris, el piso era hermoso por si solo, pero el color rojo carmesí del gran charco de sangre le hacia resaltar muchísimo. Mientras terminaba su cena y saboreaba la sangre que caía en sus papilas gustativas se imaginaba por momentos que era la sangre de su esposa, otras veces era la sangre de alguno de sus hijos, a veces incluso le gustaba creer que era su propia sangre.

Después del episodio de esa noche alguien habría que lavar el piso de la cocina y cambiar las cobijas y sabanas del par de camas donde reposaban los cuerpos sin vida de sus hijos.
Fue a la cocina, volvió a abrir la nevera y extrajo una botella de vodka, la destapo y la roció sobre si mismo mientras giraba sobre sus talones y se aseguraba que cada parte de su cuerpo estuviera cubierta de licor. La estufa seguía encendida y, como había anunciado una hora antes, la sopa se había consumido por completo; puso una de sus mangas sobre el fuego color azul que emergía de los quemadores y mientras las llamas lo envolvían se preguntaba a si mismo cuanto tiempo tardarían en encontrar su cuerpo.

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