31 de diciembre de 1144
La noche se presentaba fría en el pueblo de Hemeritz, era la más oscura de los últimos tiempos. La incesantemente estruendosa lluvia chocaba contra las ventanas de cristal de las casas con intención de romperlas para pasar. Truenos rugían como trompetas tocadas con tesón por los ángeles y rayos descendían de los cielos con fulgor y violencia.
La luna había sido tapada por las nubes negras de tormenta que asolaban una villa comúnmente atacada por la sequía. Las campanas de un pequeño monasterio en el centro del pueblo resonaban con arritmia debido al cruel bamboleo del viento, más propio de un huracán que de una tormenta. Los residentes apuntalaban las ventanas de sus viviendas y corrían despavoridos mientras sus rostros dibujaban pánico, mientras los niños yacían en sus camas agazapados por el estupor de la incertidumbre.
Sin embargo, mientras todo el mundo hacía de su casa un refugio, un hombre joven de cabello oscuro, que se apreciaba muy desesperado, abrió de par en par la puerta de su casa y salió corriendo entre la tempestad.
— ¡Ayuda por favor!¡Que alguien me ayude! — exclamó desorientado entre la lluvia y sin encontrar respuesta alguna — ¡Mi mujer ha roto aguas!¡Está a punto de dar a luz!¡Ayuda!
Se abalanzaba bruscamente hacia las puertas, golpeándolas casi como si quisiera derribarlas y gritando hasta quedarse sin voz. Pero nadie respondía.
De repente, cuando el hombre estaba a punto de caer rendido, una puerta se abrió a sus espaldas tímidamente y de ella salió una anciana visiblemente encorvada, con pelo canoso y un pañuelo gris atado a la cabeza, cargada con paños limpios y un cubo con agua caliente.
— Aprisa señor Oswald, no hay tiempo que perder — exclamó enérgicamente la anciana, asegurándose los enseres entre sus huesudos brazos y encaminándose hacia el frente sin vacilar.
— Señora Grimder... — exhaló Oswald aliviado a la vez que su rostro se iluminaba de esperanza.
Raudamente se levantó y siguió a paso ligero a la mujer. Ambos entraron a la casa del señor y cerraron con sumo trabajo la puerta que era agarrada por el viento.
Ya dentro, el fuego de la lumbre iluminaba parcialmente una estancia hermosa: una casa grande, diáfana, llena de muebles de roble oscuro con finos ornamentos y cuadros entallados en marcos de bronce; en el fondo del salón la oscuridad dejaba entrever una alacena repleta de vajilla de porcelana fina y cubertería de plata, ambas cuidadosamente colocadas y ordenadas. Al lado, ya casi a oscuras, se encontraba una escalera que llevaba al piso superior de la vivienda; por ella se podía ver vagamente la silueta de la señora Grimder subiendo dificultosamente y con prisa, la cual frenó en seco en el quinto peldaño, y con la vista apuntando al suelo, advirtió:
— Señor Oswald, sé que no es el momento idóneo para recordatorios, pero en nuestra tierra siempre se ha dicho que los nacidos entre la tormenta auguran calamidad. Me he ofrecido a ayudarle solo para asegurar el bienestar de su esposa y, perdone mi osadía, debo avisarle que para mí el nacimiento de esta criatura no es algo grato —dijo la anciana algo triste y molesta—. Está en sus manos como líder de Hemeritz elegir si impera su amor como padre o el futuro de su pueblo. Ciertamente no quiero presionarle, pero en caso de que elija ponerse del lado del pueblo, yo misma me encargaré de acabar con el niño sin necesidad de que sus padres se manchen las manos. Le prometo por lo mas sagrado que no sufrirá.
La mujer siguió subiendo con torpeza la escalera, mientras el señor Oswald se encontraba congelado en la entrada de la casa con la mirada perdida y un semblante de abatimiento que oscurecía su cabizbajo rostro.
Tras aclararse, sacudió su cabeza y se dirigió decidido al piso superior.
Ya arriba, se encontraba la señora Grimder frente a una mujer tumbada en una amplia cama que gritaba angustiosamente de dolor. Solo el resplandor de los rayos que lanzaba la tormenta iluminaba la blanca tez de esta bella mujer rubia.
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Hijos del Amanecer [COMPLETA]
FantasyEsta historia narra las aventuras de las mellizas Feis y Nora, rechazadas por la sociedad por sufrir una maldición que hace que toda persona a la que tocan muera en un plazo de una semana. Un día, tras ser atacadas por un monstruo, son salvadas por...