11. Absolución

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26 de junio de 1164

Estaba todo oscuro. Completamente negro. En mitad de la negrura, una pequeña habitación completamente blanca. En ella, la sombra y el chico se miraban en silencio fijamente. La mirada de la sombra inspiraba maldad, despotismo, prepotencia. La del chico inseguridad, nerviosismo, terror. Ninguno de los dos se movía lo más mínimo. A pesar de todo, parecían estar peleando ferozmente. Xhorn contra Xhorn. De repente ambos se relajaron.

— Hacía mucho que no teníamos la oportunidad de hablar —dijo la sombra.

— No tengo nada que hablar contigo —respondió el chico cortante.

— ¿No tienes nada que opinar?¿No tienes queja de lo que pasa en el exterior?

— ¿Serviría de algo que me quejara? Sé por qué haces todo esto. Sé que lo haces para hacerme sufrir, hacerme sentir impotente, como aquel día...

— Todo lo contrario, mi querido yo: lo hago para vengar todo lo que nos han hecho sufrir, las injusticias que nos han hecho vivir. Lo que nos han hecho perder... todo esto es por nuestro bien.

— ¿Escuchas lo que dices? Un vano intento de justificar lo que haces por mera diversión. No hay venganza que efectuar. La venganza te ancla inevitablemente al pasado, te hace su esclavo. Yo busco redención, justicia, que dirige la mirada al futuro, te hace libre.

— ¿Hablas de justicia? Somos Dios, Xhorn. Somos la justicia. Todo lo que hacemos es legítimo.

— ¡Yo no soy ningún Dios! —gritó el chico molesto.

— Por eso he tomado las riendas. No estás preparado para asumir tu papel en este mundo.

—No tengo ningún papel que asumir. Sabes que ya tienen las cuatro llaves. Pronto detendrán esta locura. Te queda poco tiempo.

— Dudo que lo hagan. He aprendido de los errores pasados. Y aunque lo consiguieran — sonrió—, volveré.

Mientras en la Ciudad de Cristal, las tropas de elfos y hadas se preparaban para partir junto a los cuatro portadores de llaves: Greia, Enfir, Sarkos y Jasper. Todos se pusieron armaduras ajustadas para tener algún tipo de protección contra la sombra. Feis y Nora les acompañaban.

— Recordad todos —dijo Sarkos, quien tomó el rol de líder del batallón—, en un principio solo actuarán las mellizas, nosotros debemos ocultar nuestra presencia de la sombra, tenemos que acallar nuestras mentes o él las escuchará. El plan cuando estemos allí es el siguiente: aguardaremos a que las mellizas nos den la señal, al salir, los soldados os encargaréis de contener a las contrabestias. Los portadores debemos permanecer ocultos, o Xhorn vendrá directamente a por nosotros. Saldremos y usaremos las llaves cuando la sombra se descuide. ¡Vamos a hacerlo! —todos respondieron con un grito y los puños en alto.

Acto seguido todos entraron en un círculo mágico hecho por Greia, que instantáneamente los transportó a todos a las afueras de Edenfield. Al llegar allí, el paisaje era deprimente: el cielo, nublado y tormentoso, mantenía una oscuridad casi nocturna en el ambiente a pesar de ser un poco más tarde del mediodía. La única luz que podía verse provenía de las casas y edificios en llamas de la ciudad. El portón de la muralla había sido destruido. Podían escucharse a lo lejos los rugidos de las contrabestias. La escena infundió el miedo en el cuerpo del grupo, excepto en las mellizas y los cuatro líderes, que parecían muy determinados, sin apartar la vista del frente.

— Es el momento —anunció Sarkos—. Cubrid a las chicas hasta llegar a la iglesia. Xhorn debe estar en la parte más alta. Os deseo mucha suerte a todos. La necesitaremos.

Las mellizas partieron con todo el ejército a paso firme y ligero hacia la iglesia de Edenfield, andando en línea recta, sin desviarse. Antes de que pudieran darse cuenta, ya estaban rodeados por cientos de contrabestias.

Hijos del Amanecer [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora