1. Éna (Editado)

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Estoy soñando. Debo estar soñando porque no hay forma en la que esto podría estar pasando realmente.

No reconozco dónde me encuentro, pero si no supiera mejor, pensaría que estoy en el jardín de mi casa. Estoy rodeada por verde, un interminable mar de verde que abarca todos los tonos posibles, desde el color intenso de un fresno, hasta el más suave del pasto bajo mis pies.

Pero no es mi jardín, estoy en un lugar mucho más grande, libre de las restricciones a las que la cerca suele someterme. Sin embargo, hay algo extrañamente familiar en este lugar, como si ya hubiera estado aquí antes.

Todo comienza a dar vueltas y siento que me falla la respiración, como si el aire de mis pulmones hubiera sido succionado y cada célula de mi cuerpo luchara por aferrarse a la vida.

Entonces... solo soy capaz de ver azul. Un azul tan claro como el cielo y me lleno de tranquilidad. Soy capaz de respirar y mi piel comienza a cosquillear ante la anticipación de un toque que sé que llegara, pero antes de que suceda, un sonido intermitente a la distancia hace que todo a mi alrededor se mueva y antes de que pueda evitarlo, la figura borrosa de unas manos comienza a disiparse, hasta que todo se vuelve negro.

Me removí en la cama, cubriendo mis oídos con la almohada, esperando a que eso silenciara el espantoso ruido de la alarma y me llevara de regreso a mi sueño, pero fue inútil.

Exasperada, me senté en la cama y busqué a tientas mi celular entre las cobijas, frustrada por no poder encontrarlo. Cuando por fin lo tuve entre mis manos, abrí un ojo para que la luz de la pantalla no me quemara las córneas.

Lo primero que noté fue que marcaban las cuatro con quince de la mañana, lo segundo y peor de todo, fue que no era mi alarma la que estaba sonando.

-¡Mamá!- Grité disgustada.

No era la primera vez que sucedía. Mi madre tenía el sueño demasiado pesado, mientras que yo... no tanto, así que era recurrente que su alarma sonara por tanto tiempo que terminaba despertándome, incluso cuando su habitación se encontraba del otro lado de nuestra casa.

Con humo prácticamente saliendo de mis orejas, me levanté de la cama y caminé hasta su habitación, sin siquiera molestarme a ponerme las pantuflas.

-Mamá, despierta- Comencé a moverla suavemente, esperando que eso fuera suficiente para despertarla.

Cuando no lo hizo, me giré a su mesa de noche y apagué la alarma. Entonces reparé en el vaso de agua que siempre mantenía ahí. Sonreí maliciosa.

Si una alarma que se escuchaba hasta China no la despertaba, quizá un poco de agua fría lo haría.

Justo estaba poniendo el vaso sobre su cabeza, mientras reía internamente, cuando habló sin despegar un ojo.

-Ni se te ocurra, Kore, o este será el último cumpleaños que pases en este mundo- Escondí el vaso detrás de mí y sonreí como si no supiera de qué estaba hablando.

-No sé a qué te refieres, mami preciosa- Mi voz sonó demasiado melosa, resultaba claro que algo ocultaba.

Mi madre por fin abrió los ojos y por el brillo que tenían supe que no estaba para nada molesta, solo jugaba conmigo. Esos ojos color miel, réplicas exactas de los míos, eran una ventana abierta, podía leerlos mejor que cualquier libro.

-Lamento que mi alarma te haya despertado de nuevo, cariño- Mi madre se incorporó en su cama y pasó sus manos por su desordenado cabello.

-No importa- El enojo ya había quedado en el olvido, nunca podía mantenerme enojada con mi madre por más de cinco minutos.

El Rapto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora