Dekapénde

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Mi espalda chocó contra el piso por lo que parecía ser la milésima vez en la última hora.

-Sigues siendo muy lenta- Me reprendió Atenea mientras me apuntaba con una lanza directo al cuello -Si no aprovechas tus ventajas, terminar tirada en el suelo será la última de tus preocupaciones- Se alejó de mí tranquilamente.

Llevaba el último par de horas entrenando, mis músculos comenzaban a arder y cada vez que intentaba tomar un poco de aire era como aspirar fuego. Definitivamente no estaba hecha para la actividad física, no creía que entrenar por un par de semanas iba a lograr que eso cambiara. Creo que ni entrenando por el resto de mi vida iba a poder acercarme remotamente a la condición que Atenea tenía.

Limpié el sudor de mi frente con el dorso de mi mano y me levanté. No estaba lista para darme por vencida, no aún.

Con las pocas fuerzas que me quedaban corrí detrás de Atenea, en un intento por sorprenderla desprevenida. Antes de que me diera cuenta, dio media vuelta y se agachó, de modo que mi cuerpo se abalanzó por encima del de ella. Me tomó de las piernas y me alzó por sobre su hombro. ¿De dónde salía esa fuerza descomunal y en dónde podía obtener un poco?

Soltó la lanza y comenzó a darme vueltas hasta tirarme al piso y caer sobre mí. Sus piernas se encontraban a ambos lados de mi cintura, con una mano me sujetaba del cuello y con la otra mis brazos por encima de la cabeza. Era una posición bastante incómoda, pero muy efectiva para mantener a tu oponente inmovilizado, no hacía ni dos días que me la habían enseñado. Intenté hacer memoria de las palabras de Atenea sobre cómo librarme de esta situación, algo tenía que ver con usar mis piernas.

-Vamos Kore, ya repasamos esto cientos de veces- Su voz sonaba aburrida, ¿yo era la única sin aliento?- Tienes que hacer uso de todo tu cuerpo y enfocarte en las debilidades de tu oponente. Encuentra una salida- Su rostro se pegaba cada vez más al mío, hasta quedar a un par de centímetros de tocarme.

Aproveché su cercanía para impulsar mi cabeza con todas mis fuerzas y darle justo en la frente. Ignoré el dolor punzante que el movimiento me había causado y zafé una de mis manos del agarre para poder darme soporte y levantar el resto de mi cuerpo. Mientras ella se recuperaba, la empuje lejos de mí y volví a quedar de pie en posición de defensa.

-Bien, siempre debes encontrar la manera- La felicitación de Atenea no se sintió tan satisfactoria debido a su expresión amarga. ¿Acaso nunca sonreía? ¿No podía por lo menos darme una sonrisa incómoda?

-Veamos qué haces ahora- Dicho lo cual corrió nuevamente en mi dirección, pero fue a atacar directamente a mis piernas, haciendo que terminara en el suelo, nuevamente.

-¡Esto es una miérda!- Grité en cuanto el peso de Atenea se levantaba y quedé yo sola tumbada en el piso.

Me levanté y me sacudí la tierra de la ropa. Estaba exhausta, el sol estaba en su punto más alto y mi piel quemaba. Quería regresar a la casa, darme una larga ducha refrescante y tirarme en el sillón a comer lo que sea que Dita haya preparado y ver películas hasta quedarme dormida.

Rogaba porque Atenea me dejara ir, no podía creer que después de tantas horas entrenando aún no estuviera satisfecha. Si me lo preguntaban, estaba haciendo un trabajo bastante decente en esto de la lucha cuerpo a cuerpo, claro que las armas no se me daban bien, pero tenían que tomar en cuenta que yo jamás en mi vida pensé que tendría que aprender a usar una lanza, un arco o una espada, y ellos me llevaban cientos de años de ventaja. No era para nada justo.

-¿Lo dejamos aquí?- Pregunté a Atenea, pero salió más como una súplica que como una verdadera pregunta.

-Solo han pasado tres horas- Atenea parecía disgustada, incluso irritada por mi pregunta, ¿pero acaso no entendía que necesitaba un descanso? A este paso necesitaría una semana entera para recomponerme.

El Rapto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora