7. Eptá (Editado)

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Di una última vuelta a la liga de plástico para asegurar una de las pequeñas trenzas con las que había peinado mi cabello. Había dos enmarcando mi rostro, mientras las demás estaban esparcidas al azar, camufladas entre los mechones que había rizado en delicadas ondas.

Había puesto broches con forma de flores, de tal manera que parecieran brotar de mi cabello de forma natural, como si yo misma les diera vida. Mi maquillaje era sencillo, un poco de sombra natural, rímel y labial, lo necesario para tapar mis imperfecciones.

Me miré en el espejo, alisando la falta de mi vestido con manos temblorosas. El vestido que había conseguido en la tienda de disfraces era de un hermoso lila con detalles dorados. Dos pequeños nudos sostenían la tela sobre mis hombros, dejando mis brazos descubiertos.

El cuello caía en v y generaba pliegues, dando un volumen necesario a mi pecho. Un delicado cinturón dorado se ceñía a mi cintura, haciendo que la tela se pegara a mis caderas y cayera hasta mis tobillos. Era lo más parecido que había encontrado a una toga griega.

Por último, me había puesto unas sandalias color crema, que dejaban al descubierto mis dedos y con correas que había envuelto alrededor de mis piernas, hasta por debajo de mis rodillas.

No sabía qué era lo que me había poseído para comprar ese disfraz, era bastante genérico y si alguien preguntaba, podía simplemente decir que estaba disfrazada de griega, como si eso fuera realmente algo de lo que la gente se disfrazaba.

La verdad era que tenía una idea clara de quién quería ser para la fiesta. En cuanto vi la tela colgada entre los demás disfraces, recuerdos del trabajo de historia vinieron a mi mente, y no tuve que pensarlo más.

Puse mis manos en mi estómago, sintiendo un nudo formarse. No entendía por qué estaba nerviosa, todos los años asistía a la fiesta de cumpleaños de Sam y jamás me había sentido de esa manera.

Una parte de mí sabía que tenía que ver con cierto compañero de clases, pero alejé esa idea tan rápido como llegó a mi mente. Había decidido tomar mi distancia de Clímeno, sobre todo después de descubrir que tenía novia.

Quería olvidar la calidez que sentía cuando estaba junto a él, la forma en la que parecía iluminar el mundo a su alrededor y la inexplicable forma en que mi cuerpo reaccionaba cuando posaba esos deslumbrantes ojos azules en mí.

Había logrado exitosamente evitarlo la última semana, dando media vuelta cuando lo veía por los pasillos, pasando la hora del almuerzo en la biblioteca, incluso me aseguré de sentarme lo más alejado de él en la clase de historia. Las cosas se complicaban cuando recordaba que aún teníamos un trabajo juntos por terminar, pero esperaba que para cuando la fecha de entrega se acercara, su presencia ya no tuviera el mismo efecto en mí.

Además, Daniel también formaba parte del equipo y podía usarlo como un mediador, de esa manera, jamás tendría que estar nuevamente a solas con Clímeno.

Tres delicados golpes me regresaron a la realidad. Mi madre abrió la puerta de la habitación antes de entrar y mirar con atención mi atuendo.

-¿Y bien? ¿Qué te parece?- Un brillo nostálgico pasó por sus ojos y los vi brillar, como si estuviera conteniendo las lágrimas.

-Te vez hermosa, mi pequeña flor- Rodee los ojos por el apodo, pero no pude evitar la sonrisa que formaron mis labios.

-¿Quieres que te diga de qué es mi disfraz?-

Estaba emocionada por decirlo, había hecho un buen trabajo y estaba orgullosa de eso. Pasé días buscando imágenes de referencia, contemplando fotografías de cuadros y esculturas, intentando encontrar las similitudes entre ellas para que mi disfraz fuera lo más realista posible.

El Rapto de PerséfoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora