Capítulo 8.

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Sin empeñarse siquiera en disimular y tratar de guardar las apariencias, dejó escapar un ruidoso suspiro de sus labios y acomodó su espalda en una columna de mármol. Nunca podría haberse llegado a imaginar que aquel loco Rey le hiciese estar presente en la sala del trono a tales horas. ¡Apenas eran las malditas ocho horas de la mañana!

Para él, sin lugar a dudas, aquel horario establecido era inhumano. Llevaba bastante tiempo sin madrugar, siendo precisos desde sus 19 años, cuando recientemente se acababa de graduar y se le permitió regresar a su hogar. Como ya había aprendido todo lo necesario para poder poner en práctica en su país, se permitió a sí mismo el abandonar su cálido lecho sobre las nueve y media de la mañana. Como aún no tenía demasiadas obligaciones, se dejaba caer en el mundo de los sueños un rato mas, pero... de ahí a tener que estar listo para antes de las ocho de la mañana, encima cuando en su país eran apenas las cinco de la madrugada...
Sin lugar a dudas deseaba con todas sus fuerzas tener un mechero a mano para poder carbonizar a aquel insensato rey. 
¿Por qué razón?
Simple, por pura y mera diversión.

Él se describía como una persona sumamente inquieta, cuando estaba ansioso tenía la manía de echar una ojeada cada cierto tiempo a su reloj digital. Al hacerlo, se llevaba la non grata sorpresa de que apenas habían pasado cinco minutos desde la última vez que lo vio. Aquella situación le producía una especie de déjà vu al recordar sus clases impartidas en el país de Drákos: aburridas e inútiles, por lo cual comenzó a odiar con ganas aquella monótona y repelente voz. ¿Se suponía que aquella persona sería su suegro?

Ni en broma lograría aguantarlo.

Trató de buscar algún entretenimiemto observando el lugar en el que se encontraba, y al centenar de personas que la estaban ocupando en ese mismo momento. Todos los presentes estaban allí por una razón en común, y era para desposar a las hijas primogénitas del monarca Neromés. Mientras que los que pertenecían a clases más altas se veían decididos en ser los elegidos, y observaban con superioridad a todos los demás, en los rostros de algunos otros se revelaba el miedo que sentían con cada palabra que pronunciaba el rey. 

Reprimió una risa. El miedo es la mejor arma para someter, sin lugar a dudas. Muchos de los presentes eran personas que pertenecían a la clase privilegiada. Porque claro, las princesas "necesitaban" a toda costa pasar el resto de su vida con alguien que contase con el suficiente poder adquisitivo para poder hacerlas felices. Solo eran puras pamplinas que se inventaba aquel hombre.
Nadie mejor que él sabía que aquel molesto rey solo quería emparejarlas con alguien poderoso para poder subir su "status social", y aumentar su imperio.
Además de avaricioso, era tonto.

Qué conveniente.

La avaricia triunfaba por encima de todo. Aunque no podía quejarse, agradecía haber nacido en una cuna de oro ya que actualmente estaba formando parte de aquella multitud. De sus labios no saldría ni una sola queja. Para nada. Estaría allí llegara quien llegase.
En algún momento de la reunión, Matthew comenzó a sentirse observado por algunos de los candidatos, ligeramente mayores que él. No pudo pasar por desapercibido sus miradas que mostraban burla, y desde su posición podía ver con facilidad cómo cuchicheaban con los de sus lados, opinando cosas tales como que un mocoso como él no estaba para nada capacitado.
Tsk, nobles. Son tan inútiles como divertidos. Ya ejecutó a varios de ellos en su momento, y recuerda con gracia sus caras de auténtico terror antes de que él pusiese fin a sus miserables vidas.

Pero como quien dice: quien ríe último, ríe mejor.

Después de varias horas comenzó el proceso de selección. Ya era hora. Los candidatos eran nombrados por el Príncipe Ryuzaki y ellos se acercaban individualmente hacia el trono. Arrodillados frente al rey juraban lealtad a la corona, y a su vez prometían variados acuerdos a cambio de la mano de una de sus hijas.
Tan pronto como finalizaba la palabrería, eran despachados con un sutil gesto que el rey realizaba con su mano.

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