Capítulo 9.

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Las propias personas que habitaban en el castillo de Neromya comparaban el palacio con un pueblo pequeño. Esta similitud no era para nada algo nuevo, es más, el palacio había sido considerado de esta manera desde la dinastía de los Nerianos en la isla.
Neromya, desde tiempos inmemorables, ha sido un foco de interés para los demás países ya que, además de ser una isla fácilmente conquistable, en su subsuelo se encuentran recursos aún más valiosos que los que posee Dràkos. La dinastía Neriana, cuyo nombre fue cedido para nombrar a la isla, fue sin lugar a dudas la dinastía más valiosa para el país. Las puertas de su hogar siempre se encontraban abiertas para los más necesitados, sobre todo en periodos de guerra. Sus gobernantes permitieron que el palacio se convirtiese en la residencia del país durante estos periodos de crisis, por lo cual llegó a tal punto de que sus ciudadanos reconociesen el palacio como "el pueblo de Neromya". Un 18 de febrero de 1243, en la sala del trono, los ciudadanos votaron para eliminar el actual nombre del país, "las colonias de Dràkos" y sustituirlo por "Neromya".
En ningún momento los reyes vieron problema alguno en acogerlos, es más, el castillo podía albergarlas a todas ellas sin llegar a colapsarse. La reina solía decir que gracias a ellas, las estancias que poseía aquel espacioso castillo se llenaron de vida y alegría.

Si en la actualidad los muros pudiesen hablar, narrarían todo tipo de relatos protagonizados por los individuos que habitaron por milenios en el lugar, narraciones que iban desde asesinatos a sangre fría hasta historias de un profundo amor, correspondido o no.
Bien era cierto que entre aquellos muros se creó vida, pero al igual que ello llegaron a su final otras muchas, o cuyo destino fue vilmente decidido por otras almas ajenas.
A los seguidores del mundo paranormal les fascinaría pasar una noche entera entre aquellos muros, para tratar de contactar con las presencias que hacía milenios pertenecían a un cuerpo que abandonó el mundo terrenal. Otros tantos sentirían respeto de recorrer aquellos enormes pasillos pasadas las doce de la noche.

La zona que más destacaba del castillo era el corredor principal. Lo más probable es que, en las cabezas de algunos de los individuos que diariamente atravesaban el lugar, pasase por casualidad una pregunta similar a "¿Qué estarían haciendo hacía una década, o hacía miles de años las personas que atravesaban este pasillo?" Todos se hacían a la idea de que en aquel lugar podría haber sido asesinada una que otra persona, declarado su amor otros tantos o incluso haber dado a luz a numerosos herederos al trono. Era una de las zonas más transitadas a diario, ya que para moverse por el interior del castillo se precisaba de ella.

Un día como otro cualquiera, no había ni una sola alma en el lugar. Lo más sorprendente de todo era que aquella zona, tan concurrida como lo era siempre, se encontrase completamente vacía y sumida en un profundo silencio.
De vez en cuando transitaba alguno que otro guardia que realizaba la vigilancia de la mañana, pero para nada lograba igualar a los días anteriores. El lugar parecía encontrarse muerto.

A lo lejos se podía escuchar los pasos apresurados de alguien dirigiéndose hacia la sombría estancia, junto con unas voz femenina que gritaba un nombre. De forma violenta, las enormes puertas fueron abiertas con torpeza, provocando que el cuerpo de una niña pequeña se precipitase hacia el suelo. Cualquier niño de su edad hubiese estallado en llanto y esperado a que algún adulto acudiese para auxiliarlo, ser ayudado a incorporarse, y luego recibir cariños mientras su piel era analizada en busca de heridas causadas por el impacto. En cambio, la actitud de la niña era inquietante, ya que ni una sola lágrima salió de sus ojos mientras se incorporaba. No perdió más tiempo y, con la misma dificultad con la que abrió las puertas, las cerró tras su espalda. En ese preciso instante, lo único audible en la estancia era la respiración entrecortada de la pequeña.

Sin permitirse siquiera en volver la vista atrás, la pequeña princesa de cabellos castaños rojizos se dirigió sin mostrar ni una sola mueca de dolor hacia las escaleras principales. Escaneó el lugar con rapidez y se tomó su tiempo en observarlo todo, con el propósito de localizar el lugar perfecto en donde esconderse. Encontró el ideal en un hueco bajo las escaleras, por lo cual se agachó y se acurrucó en la pared apoyando sus rodillas en el suelo. En el acto, aquella zona de su piel se ennegreció, pero no mostró preocupación. Lo más importante para ella era normalizar su respiración para no ser fácilmente encontrada. Cualquiera pensaría que la niña estaba jugando a las escondidas, pero nada que ver con la realidad.

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