Día 4 (Apple): Érase una vez...

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El guía continuaba su camino por el barrio antiguo de la ciudad, señalando los lugares más emblemáticos. Eran edificios abandonados, antiguos o cuyas paredes han sido testigos de algún suceso alarmante. Cada lugar había sido escogido con esmero, preparando una ruta llena de historias para no dormir y monstruos acechando en los rincones. Él mismo había hecho una minuciosa investigación para saber cual era la leyenda que se ocultaba en cada piedra, buscando en la biblioteca o hablando con los vecinos más veteranos. Desde que empezó aquella locura de negocio, una agencia de recorridos turísticos aterradores o con leyendas, se había tomado muy en serio las historias que contaba. No quería dejar ningún detalle atrás, quería contar toda la verdad.

— Este es uno de mis lugares favoritos —Indicó al detenerse frente a una puerta corrompida por el óxido y con enredaderas que se anclaban en la dura piedra de los muros.

En su interior, tras pasar un jardín lleno de maleza y una fuente medio derruida que había visto tiempos mejores, se alzaba una gran mansión del siglo XVIII. Los ventanales y la puerta habían sido tapiados con ladrillos para evitar que los intrusos entrasen, las enredaderas cubrían gran parte de la pared inferior y los cuervos habían construido sus nidos en una de las chimeneas. A pesar del deterioro y las alimañas que la habían convertido en su lugar, seguía siendo tan imponente como antaño.

— Esta era la mansión de verano de los condes de Blackthorn. Con la llegada de nuevos habitantes y el nombramiento de la ciudad, se hizo muy popular entre los poderosos que querían un lugar donde descansar —Hizo un gesto para que le acompañasen al interior, sorteando las malas hierbas y caminando por el patio con la maestría de quien ya está acostumbrado. Sabía dónde pisar y por dónde no podían adentrarse—. Los condes, que no querían ser menos que sus conocidos, mandaron construir este lugar. El gran jardín decorado con las mejores flores y los árboles más ostentosos se convirtieron en la envidia de todo el mundo. Gente de todas partes venía a contemplar las grandes fuentes de los Blackthorn y disfrutar de las exquisitas fiestas que celebraban en el salón de baile, las mejores de toda la ciudad. Traían músicos de todas partes, los sirvientes atendían cualquier petición de los invitados y la comida se servía de mano de los mejores cocineros.

Se giró hacia el edificio, cuyo color había pasado del blanco etéreo que le caracterizaba al gris oscuro gracias al paso del tiempo. Podía imaginar a los nobles bailando en el salón bajo la tenue luz de las velas que a la condesa le encantaba encender en cada fiesta, el sonido de los violines tocando las más hermosas melodías y podía verle a él, sonriendo a los invitados con el porte elegante que le caracterizaba.

— No importa las veces que oiga esta historia —Comentó uno de sus clientes habituales y uno de los amigos que había ganado con el tiempo—. Siempre hablas de ella con tanto cariño que me haces desear haber vivido ese momento.

— No todo eran bailes y banquetes, Minghao —Le dijo, volviendo a emprender su camino—. Los Blackthorn no eran la familia feliz que hacían creer a todos. Como era propio de una familia de la alta sociedad en el XVIII, las apariencias lo eran todo. Wonwoo ¿Sabrías decirme qué secreto escondían los condes? —Sonrió a otro de sus buenos amigos, otro cliente habitual que había acabado estrechando lazos con él. Habían escuchado esa historia tantas veces que podían contarla de memoria y su ayuda siempre era bien recibida.

— El hijo menor y el heredero, enfermó antes de alcanzar la mayoría de edad. Los sanadores no sabían que ocurría con él y lo único que eran capaces de decirles era que preparasen su partida. Los condes que adoraban a su pequeño y no confiaban en los maridos de sus hijas, recurrieron a la única persona capaz de ayudarles: un hombre capaz de cumplir cualquier deseo si se le pagaba el precio adecuado.

Los labios del guía se curvaron en una sonrisa y señaló una de las habitaciones de la planta superior. Las paredes continuaban tan blancas como cuando aún habitaban en ella, las ventanas mantenían la madera intacta y el balcón de piedra no se había deteriorado con el paso del tiempo. Aquella era la única zona que no había sido afectada por las enredaderas, las alimañas o el ser humano.

Historias de una ciudad (Fictober 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora