Día 5 (Crescent): Vidas pasadas

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Desde pequeño había nacido con una habilidad excepcional, pero que le convertía en el blanco de todas las burlas. Su hermano mayor podía escribir los poemas más bonitos y las historias más aterradoras hasta el punto de ser enseñado en clase junto a los más grandes escritores. El pequeño era capaz de tocar cualquier melodía con los ojos cerrados, sus manos se deslizan sobre las teclas del piano con la misma maestría que usa el arco en un violín. Su hermana era el orgullo de sus padres, había aprendido a pintar los más bellos cuadros y sus obras se exponían en las casas más adineradas de la ciudad. Por desgracia, su talento estaba lejos de ser artístico y sus padres habían dejado de sentir orgullo por él. Cuando le miraban, no había sonrisas ni alegría en su expresión. La decepción que sentían no necesitaba ser expresada en palabras, sus actos demostraban todo lo que no podían decir por miedo a las represalias de su abuela, la única mujer que le apreciaba a pesar de su extraño talento.

Los profesores solían ignorarle, fingir que no estaba allí o que su mirada no se posaba en zonas vacías de la clase. Se habían casado de castigarle por hablar solo cuando creía que nadie le veía y por escribir nombres sin sentido en una hoja donde marcaba las fechas en las que conocía a alguien nuevo. Había escuchado como hablaban con sus padres, pidiéndole que lo llevasen a un centro mental para que se encargasen de él, y sabía que, de no ser por su abuela, lo habrían hecho. No les importaba lo que pudiese ocurrirle o los tratamientos abusivos que emplearían en él. Nadie comprendía que no estaba enfermo, solo era un pobre chico capaz de ver lo que otros no podían.

Con el tiempo, sintiendo que la soledad empeoraba, les dio la espalda a quienes necesitaban su ayuda. Comenzó a fingir que no escuchaba como pedían ayuda, que no los veía tratar de alcanzarles o que no reconocía alguno de sus rostros. Aprendió a tocar el violín, a esculpir en arcilla y a componer. Sus padres dejaron de verle como el secreto oscuro de su familia y comenzaron a darle el cariño que siempre había deseado. Lo cambiaron de colegio, hizo amigos y se convirtió en el primero de clase. Los profesores no tenían necesidad de castigarle, solo tenían elogios para hablar sobre él. Incluso sus hermanos comenzaron a incluirle en sus planes. Logró continuar sus estudios a diferencia del resto de su familia y con ayuda de sus profesores más cercanos pudo permitirse un trabajo al mismo tiempo que se pagaba los costes de la universidad. Se graduó en medicina con honores y ejerció en el pequeño hospital de su ciudad natal.

Sin embargo, aunque fingió que era tan normal como el resto de la sociedad, seguía viéndolos a todos. Cuando estalló la guerra y tuvo que acudir a la batalla, librándose de combatir en los campos gracias a su experiencia en la medicina, la realidad le golpeó una vez más. No era como los demás y cada alma que se presentaba ante él sufría más que las demás. Trataba de ignorarlas mientras operaba, centrándose en el horror que la guerra estaba causando, pero seguían allí.

Un día, desesperado, abandonó la seguridad de la unidad médica para respirar un poco de aire. Pidiendo un poco de paz en silencio a los fantasmas que le perseguían, figuras translúcidas y atormentadas que seguían acudiendo a él sin darle tregua. Se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda en una caseta y cerró los ojos tratando de tranquilizar el sonido ensordecedor de su corazón.

— ¿Un mal día? —Preguntó una voz interrumpiendo su ansiada paz. Levantó la cabeza para mirarle y, por un segundo, pensaba que no era una persona real. Entre todo el caos de la guerra y la destrucción, su sonrisa brillaba con la misma fuerza que el sol. Sorprendido, asintió, incapaz de impedirle que se sentase a su lado—. Para mi también lo ha sido.

— No lo parece —Masculló, sin querer mirarle, centrando su vista en algún punto del suelo.

— La guerra siempre estará conmigo, pero me gusta pensar que acabará de una forma u otra. No voy a dejar que me quite lo único que mantiene mi alma a salvo —Admitió como si fuesen amigos y no dos desconocidos atrapados en una circunstancia similar—. ¿Sabes? Hoy he perdido a mi cuñado —Cuando alzó el rostro se encontró con sus brillantes ojos—. Cuando vuelva, si lo hago, tendré que decirle a mi hermana que su marido no volverá. Y por eso, aunque sea por unos segundos, me gustaría fingir que no estamos aquí y que somos dos hombres reuniéndonos para un café a la salida del trabajo ¿Fingirías conmigo?

Historias de una ciudad (Fictober 2019)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora