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Tema: Lluvia y café.

La mujer que vivía en mi casa estaba preparando café, tal como hacía todas las noches antes de que su marido llegara, para que lo bebiera antes de cenar.

Habían sido unos días bastante agitados al parecer. Cada mañana cuando el hombre salía de casa, ella también lo hacía y regresaba solo un par de horas antes que él para alcanzar a tenerle la cena lista.

Hoy fue diferente, no al principio, pero diferente; como hacía ya algunas semanas, la mujer salió de la casa tras su marido solo algunos minutos después de que este saliera del lugar, yo por supuesto estaba en la casa, vagando por allí y por allá, tal como suelo hacer todos los días cuando ella no está, pero solo unas horas luego de haber salido, la mujer regresó con algunas bolsas de la compra que había hecho y con la misma sonrisa que pone siempre que prepara su café especial.

Se me hizo raro que llegara temprano, pero al ver esa sonrisa lo entendí. Ya extrañaba esa sonrisa, hacía ya algunos años que no la veía, ella estaba tan feliz que parecía que nunca más la podría volver a apreciar, pero hoy ha aparecido en su rostro y eso me hace feliz.

El hombre llegó, a la misma hora que lo hacía siempre, empapado por la lluvia que caía en esta noche de verano; dejó su chaqueta mojada en el recibidor de la casa y entró a la cocina para darle a su esposa el mismo beso que le daba todas las noches, subió a su habitación para ponerse ropa seca y luego bajar a cenar, no sin antes tomar su habitual café.

—Toma cariño, tal como te gusta —dijo la mujer con esa radiante sonrisa que tanto amo, y él recibió la taza sin percatarse siquiera en ese sutil cambio.

—La cena huele delicioso —dijo mientras saboreaba su café y observaba el único plato de comida encima del comedor— pero me temo que has preparado muy poco.

—No te preocupes, he preparado lo suficiente —dijo ella al momento de sentarse a comer bajo la mirada desconcertante de su marido, entretanto, su sonrisa solo aumentaba con el pasar de los segundo al escuchar el dulce sonido del enorme cuerpo golpear el suelo.

—Bienvenido a mi hogar —le dije nada más aparecer a mi lado, al mismo tiempo que el espanto aparecía en su rostro, de la misma forma que los demás hombres que bebían el café especial que preparaba la mujer que vive en mi casa.

Calabazas de medianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora