1

857 71 11
                                    

—InuYasha, necesito que me firmes esto. La compañía ya está de acuerdo en que tomes esa posición y el 15 de agosto tienes una conferencia —dijo Kagome, entregándole unos documentos.

—Gracias, Kagome —respondió InuYasha, mientras firmaba los papeles con sus lentes puestos.

—Hola, Kagome —se escuchó la dulce voz de un niño de seis años.

—Hola, cariño, ¿cómo estás? ¿Ya hiciste tu tarea? ¿Ya comiste? —preguntó Kagome con un tono suave, casi maternal.

—Estoy bien, sí, y no —respondió Akito a todas sus preguntas.

—Está bien. Iré por comida mientras tú sigues con tu juego, ¿de acuerdo?

—Sí, Kagome.

—Ok, no tardo —Kagome le dio un beso en la frente y se despidió. InuYasha observó la escena, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Kagome se acercó para recoger los papeles que le había entregado y luego salió. Al cerrar la puerta, Akito habló mientras jugaba con sus muñecos de acción.

—Me gustaría que Kagome fuera mi mamá —dijo Akito, dejando a InuYasha con una mezcla de tristeza y reflexión. Su esposa nunca tenía tiempo para Akito, pero era su madre y tenía una responsabilidad. InuYasha no tenía problemas en llevarse a su hijo al trabajo; después de todo, era el jefe.

—Sí, yo también —murmuró InuYasha. Llevaba ocho años enamorado de Kagome desde que la contrató, pero al nacer su hijo, tomó la responsabilidad de cuidar a su familia. Intentó borrar esos sentimientos, pero cada día se hacía más difícil ignorarlos.

---

—Akito tiene hambre. ¿Podrías traerme un club sándwich? Muchas gracias, Haru —dijo Aome al teléfono, colgando con un suspiro pesado. Amaba a InuYasha desde que comenzó a trabajar con él hace ocho años, pero tenía que ser profesional. ¡Por Dios, él tenía un hijo y una esposa! No quería ser esa clase de mujer que se entromete en una familia, aunque amaba a Akito como si fuera suyo.

—Será mejor borrar todo esto —pensó, intentando apartar esos sentimientos. Por más que había tenido citas, siempre pensaba en su jefe.

Suspiró, tenía que volver al trabajo antes de que esos pensamientos regresaran a su mente. Estaba en su lugar redactando algunos mensajes cuando la puerta de su despacho se abrió.

—Kagome, querida, ¿cómo estás? —La señora Taisho se acercó alegremente.

—Señora Taisho, qué alegría verla aquí —dijo Kagome con una sonrisa al verla.

—Por favor, querida, llámame Izayoi —Se abrazaron con fuerza, como si no se hubieran visto en años—. ¿Cómo está tu mamá?

—Ya está un poco mejor, solo tiene gripe.

—Qué bueno que tu madre esté mejor. Por cierto, querida, ¿está InuYasha aquí? No vi su coche.

—Sí, sí, aquí está. Llevó su coche a lavar.

—Oh, ya entiendo. Bueno, me alegro mucho de verte y saber que tu madre está bien. Iré a ver a InuYasha.

—Está bien, Izayoi, pase.

—Muchas gracias, querida.

Tocó la puerta.

—Adelante —InuYasha estaba tan concentrado en los papeles que no se dio cuenta de que su madre estaba frente a él.

—Hijo, tendrás que poner más atención cuando dejes entrar a alguien —le dijo Izayoi con dulzura.

InuYasha prestó atención al escuchar a su madre—. Lo siento, madre. Estaba tan ocupado que no me di cuenta.

Amor MioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora