Culpa Compartida

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Black surcó los cielos por un largo rato, sin interesarle hacia dónde iba. No podía parar de darle vueltas al asunto, ¿por qué Zamas no podía actuar como él quería, qué se lo evitaba? ¿Por qué no le decía que no quería, que no estaba cómodo o lo que fuera, si ese era el caso? Black no pedía mucho, sólo una pequeña devolución de todo el afecto que daba. "¡Todo esto es una estupidez!" pensó, apretando los dientes. Mientras seguía su vuelo, logró divisar una pequeña ciudad humana, a la que evidentemente nunca se había acercado ya que se encontraba inmaculada. Black estaba tan enfadado que no le importó planificar sus movimientos: reunió energía en una esfera de poder de color rojo sobre su dedo índice y la lanzó hacia abajo, barriendo con una gran extensión del terreno, formando un gran cráter en la tierra pero eso no le importó, en ese momento sólo quería desahogarse. Bajó hacia la parte de la ciudad que había quedado intacta, donde los transeúntes corrían y gritaban horrorizados por la repentina destrucción. Paso seguido empezó a lanzar ráfagas de ki a diestra y siniestra, destruyendo todo lo que estaba a la vista, aunque en este momento no le importaba el Plan Cero Humanos ni su utopía, sólo sentía deseos de destruir, de sacarse de adentro toda esa rabia que lo cegaba.
Zamas, en cambio, había permanecido un largo rato hecho un ovillo en la cama. Ya no podría conciliar el sueño a esa hora del día, así que se levantó y se propuso hacer algo a pesar de las circunstancias. Se sirvió un refrigerio y se acomodó en el comedor a leer unos libros, pero no podía concentrarse en la lectura de ninguno; al igual que Black, su mente seguía rumiando la misma idea, ¿por qué Black quería obligarlo a mantener contacto físico, si sabía que él no era nada familiar con ello? ¿Por qué dejaba que su nueva condición humana lo distanciara de su naturaleza divina, dejándose llevar por esos ridículos impulsos biológicos? Al percatarse de que estaba leyendo el mismo renglón por octava vez, Zamas chasqueó la lengua, lanzó el libro hacia la otra punta del sofá y salió de la cabaña. Sentía que no podía hacer nada productivo con ese malhumor instaurado en su persona.

Un par de horas transcurrieron. Black ya se había tranquilizado y se encontraba caminando por un bosque, sin rumbo fijo. Asimismo, Zamas también había salido al exterior, deambulando por el bosque que rodeaba la cabaña. El encuentro con la naturaleza siempre lograba pacificar sus corazones y permitirles apreciar las cosas desde otra perspectiva: era difícil guardar rencor cuando se encontraba rodeado por las delicias de la naturaleza. Black suspiró profundamente, Zamas alzó su vista a las copas de los árboles meciéndose suavemente. No, aún no estaban en paz, a pesar de que hubieran recuperado la compostura. ¿Por qué era tan difícil comprender la posición ajena si eran la misma alma? ¿De verdad se habrían convertido ya en personas diferentes? ¿Podría esto significar su separación? La idea surcó la mente de ambos y los afligió por un momento pero lo negaron enseguida. No, eso era indiscutible. La discusión anterior había sido una desavenencia, un simple tropiezo que no tenía por qué apartarlos el uno del otro. ¿O sí? Un puntazo de angustia atravesó a ambos por igual ante la posibilidad de que una pelea pudiera separarlos de esa forma. "¿Qué pasaría si él nunca vuelve?" pensó Zamas. "¿Qué pasaría si vuelvo y él no está ahí?" pensó Black. La posibilidad de ese escenario era temible. "No, eso no pasará. Él me dará la razón y todo volverá a ser como antes" pensaron los dos, aislándose en su terquedad y continuando con su paseo.

"Pero... ¿Y si él tenía algo de razón...?"

La tarde avanzó lentamente. El crepúsculo coloreó los cielos de un fuerte tinte rosado antes de que el sol se ocultara por completo, dando paso a una noche de luna menguante. Una noche negra y desoladora, cuya oscuridad parecía llenar las almas de Black y Zamas con consternación. El rencor ya se había disuelto, la ira ya había encontrado sosiego. El reproche ahora se convertía en autorreproche, y el resentimiento, en culpa. Los dos se habían lanzado palabras hirientes y cedido a la irracionalidad por un simple desacuerdo, acciones impropias de dioses como ellos.
El deambular por el globo le hizo recordar a Black por qué se había aliado con Zamas: para lograr un mundo perfecto con alguien que lo apreciara igual que él, que compartiera sus ideales y sus sueños. ¿En qué momento empezó a pedir más de él, como corresponder a esos extraños impulsos de contacto físico que venía sintiendo últimamente? Si siempre le había bastado su apoyo y compañía. Black se avergonzó de haberse dejado llevar tan fácilmente por los deseos de su nueva carne. Quería volver a la cabaña, pero sentía demasiada vergüenza para encarar a su otro yo en ese momento. Decidió dormir en el bosque, recostado contra un árbol. Extrañaría el calor del cuerpo de Zamas esa noche, pensó mientras cerraba los ojos.
En la cabaña, la luz permanecía prendida hasta altas horas de la noche; Zamas aguardaba por el regreso de Black, aunque temía no recibir su perdón. No paraba de pensar en lo mal que se había comportado al hacer que Black se sintiera rechazado, ¿cómo osó insinuar que podrían ser personas diferentes? Si compartían prácticamente todo. Black sentía cosas distintas por él, pero Zamas era muy consciente de que la fisiología y estatutos de la raza humana tenían preceptos diferentes sobre el contacto físico y el espacio personal. Además, Zamas también disfrutaba de las atenciones de Black, así que el único capricho ahí era el suyo por no esforzarse en corresponderle. Zamas aceptó su falta y finalmente se fue a dormir, en esa cama que hoy le pareció más grande que nunca.

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