Ese beso había catapultado la ansiedad de Black por las nubes, abriéndole un nuevo mundo de posibilidades. Jamás habría imaginado que sus labios podían brindarle tanto placer en un acto tan simple. Obviamente Zamas también lo disfrutaba, y con el correr de los días esos besos fueron evolucionando, aunque lentamente: Black ya se animaba a probar los labios de su compañero con la lengua, a mordisquearlos suavemente, o plantarle besos sobre diversas partes de su anatomía. Besar había hecho que su rutina se volviera mucho más interesante.
Pero el problema aún seguía presente. Aunque Zamas evidenciaba disfrutar de las caricias, los besos y el cariño, nunca lo devolvía en la misma forma o magnitud: su tacto era fugaz, tenue, tímido; respondía a los besos aceptándolos pero apenas llevando el ritmo, y jamás de los jamases era quien iniciaba el contacto. Black había hecho llevadero este malestar gracias al propio goce que sentía simplemente de tenerlo entre sus brazos, pero con el tiempo esto hizo mella en su actitud para con su otro yo. Él también quería sentir las manos de Zamas sobre su cuerpo, y la espera por que él tomara la iniciativa se hacía intolerable. Una y otra vez lo instaba sutilmente a acompañar sus movimientos y Zamas lo aceptaba pero sólo por unos momentos, como si no supiera qué hacer a pesar de que tenía ahí adelante a Black quien se lo enseñaba todo. Black no podía evitar sentirse rechazado, ¿estaba haciendo algo mal? ¿Por qué no podía lograr que Zamas respondiera a sus atenciones, mucho menos que ofreciera algo similar?Ese día, luego de desayunar, los dioses se tomaron la mañana para descansar, luego de varios días de intensa destrucción; se quedaron en la cama para disfrutar del ocio y de su mutua compañía. Por supuesto, ese escenario era el favorito de Black para acercarse a Zamas, para mimarlo y devorarlo gentilmente con sus labios y sus manos. Abrió su camisa y acarició sus pectorales y su torso, donde depositó algunos suaves besos, siempre volviendo constantemente hacia él para besar su boca y poder verlo a los ojos, y perderse en esas orbes grises por unos segundos. Pero, aunque no lo demostrara, hoy Black se encontraba particularmente ansioso. Ya no soportaba que Zamas permaneciera impasible ante su contacto y estaba decidido a hacerlo cambiar de actitud, aunque tuviera que rogarle a hacerlo.
—Tócame tu también —pidió Black, sin dejar de darle besos cortos y secos en el cuello.
Zamas hizo caso, revolvió los cabellos de Black con una mano y acarició su brazo con la otra. Pero, como siempre, sus caricias murieron luego de varios segundos, enlenteciendo sus movimientos hasta que sus dedos sólo permanecieron sobre el otro. Black lo notó enseguida, pero intentó no dejarse llevar por la desazón.
—No dejes de hacerlo —le reclamó, antes de atrapar los labios de Zamas con los suyos, mientras acariciaba su cabello.
Zamas volvió a acariciar su pelo y su cuerpo por un rato pero a la larga se detuvo, como perdido en el beso, al que tampoco respondía con demasiada pasión. Esta situación ya estaba acabando con la paciencia de Black, que por momentos sentía estar tocando a un muñeco, ¿por qué Zamas no podía mantener el contacto? ¿Era falta de interés, desagrado por su cuerpo, simple egoísmo? ¿Realmente Black debía pedirle a su amante que lo tocara en cada ocasión? No quería forzarlo, pero algo no estaba funcionando bien ahí y no podría solucionarlo si los dos no eran sinceros al respecto.
—¿Tanto te cuesta mantener las caricias? —reclamó Black, con un tono inevitablemente cínico, separándose de los labios de Zamas y viéndolo a los ojos, con una expresión insatisfecha.
—Lo lamento —Zamas respondió frunciendo un poco el ceño con preocupación—, no tengo noción de cuando dejo de hacerlo. No me acostumbro a mantener ese movimiento.
—No es algo tan difícil, te estoy tocando todo el tiempo pero yo apenas puedo sentirte —continuó, en tomo de reclamo.
—En un principio no te importaba el que yo participara, ¿por qué ahora es tan importante el que te toque o no? —Zamas respondió, algo confundido.
—¡Porque sí! —Black extendió sus brazos, levantando su cuerpo sobre el de Zamas; la terquedad de su compañero ya lo había fastidiado—. ¿Por qué no puedes mostrarme tu aprecio de la forma en que te lo pido?
—Ya te lo dije, no me nace —explicó Zamas, esta vez con expresión seria, percibiendo la mala actitud de su contraparte—. No puedes culparme por eso. Tú fuiste yo, sabes cómo es.
—¡No fui tú, yo soy tú! —Black bramó con rabia: Zamas había tocado un punto muy delicado ahí—. ¿Por qué me estás tratando como si fuera otra persona?
—Porque a veces siento que lo eres —contestó Zamas en voz alta, en lo que empujó el pecho de Black con suavidad para sacárselo de encima y poder levantarse un poco sobre la cama.
Black permaneció sentado a su lado, ardiendo en frustración y esperando por una explicación.
—No me es fácil hacerme a la idea de que mi otro yo espere este tipo de cosas de mí –continuó Zamas, con tono muy serio—. Habitaste este cuerpo, sabes cómo siente. No puedes exigirle más de lo que puede hacer. Debes saberlo bien, fue por eso mismo que buscaste otro, ¿no? —acotó, con una mirada mordaz.
—No pido que tu cuerpo reaccione, se lo pido a tu mente —respondió Black, intentando mantener la compostura—. Estoy pidiendo un poco de reciprocidad, algo que me haga sentir conectado.
—¿Por qué de repente necesitas del contacto físico para sentirte conectado? ¿No te basta con que seamos almas gemelas?
—¡Ya no!
Black perdió los estribos, ya no pudo controlar su irritación; que Zamas no hiciera ningún esfuerzo para comprender sus nuevos sentimientos era demasiado frustrante. Se dio vuelta, se puso las botas y se levantó de la cama.
—Ahora habito un cuerpo mortal, hago lo mejor que puedo para controlar estas nuevas necesidades que tengo pero tú no me ayudas nada —Black explicaba eufórico, mientras hacía ademanes—. ¿Ves? Me haces sentir que ya no somos el mismo, que somos dos personas diferentes, ¿cómo no voy a necesitar algo para sentirme conectado si ni siquiera puedes devolverme una caricia, como si fuera un extraño?
—¿Y crees que es fácil para mí? —Zamas contestó, con la misma molestia y volumen de voz—. Nunca en mi vida toqué a nadie de esa forma y menos pensaría que yo mismo lo necesitaría, ¿cómo voy a entender lo que necesita un cuerpo que nunca conocí?
—No debería importante en qué cuerpo estoy —replicó Black, poniéndose su gi—, si ambos sentimos lo mismo por el otro este tipo de reacciones deberían ser mutuas.
—Pues tal vez sí tenías razón y ya no sentimos lo mismo el uno por el otro.
Black se detuvo ante esa declaración, observando fijamente a Zamas. Tragó saliva. Ya lo había contemplado antes, pero era una cuestión que había preferido ignorar todo ese tiempo: probablemente Zamas no lo deseaba de la misma forma que él lo hacía. Quizás habían llegado a un punto de quiebre donde ambos ya habían dejado de ser la misma persona y cada uno poseía sentimientos diferentes, compartiendo sólo una afinidad básica hacia su persona y sus ideales. O tal vez solamente Zamas era incapaz de devolver un gesto positivo, tomando sus caricias y muestras de cariño como una ofrenda hacia su carácter divino. En cualquier caso, el resultado no le beneficiaba y no podía pensar en una forma de resolverlo ahora, que estaba sumido en el disgusto y la frustración.
Black suspiró con pesadez.—Quizá esperaba demasiado de ti, esperando que supieras corresponder a mis atenciones —acotó Black con tono condescendiente, sin dirigirle la vista, mientras ataba su faja roja en su cintura.
—Quizá no debiste esperar que yo entendiera tus nuevos caprichos de humano –retrucó Zamas, levantando una ceja con cinismo.
—¿Caprichos? —masculló en voz baja, lleno de ira, deteniéndose bajo el portal de la puerta—. Eso era mi afecto —concluyó, subiendo el volumen de su voz hacia las últimas palabras, antes de salir de la habitación.
Los pasos de Black se oyeron pesados y bruscos sobre el piso de madera de la cabaña, antes de que abriera violentamente el ventanal del balcón y saliera volando de ahí sin destino, sólo con intención de poner distancia entre él y su otro yo. Zamas permaneció en la cama, se cerró la camisa de un manotazo y se envolvió entre las sábanas haciendo un puchero; ya había perdido toda motivación de empezar su día. Un gusto amargo quedó en la boca de ambos luego de haber derramado tanto resentimiento.
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Más Allá de tu Piel
Hayran KurguEl nuevo cuerpo de Black comienza a apremiarlo con sentimientos que no comprende, que lo incitan a acercarse cada vez más a Zamas de forma física. Pero Zamas no parece sentir igual. ¿Qué pasará cuando los sentimientos de dos personas que son la mism...