2

1.9K 219 20
                                    

Hay una casa diferente a las demás en un vecindario muy normal, en un vecindario donde casi nunca pasan cosas fuera de lo común. En esa casa hay un niño que nunca creció, pero a nadie parece importarle, además ¿Como verían que no creció si hace años que no sale en realidad? Los gritos que hace años salían por las paredes habían sido reducidos a un silencio ensordecedor. Cualquiera diría que esa casa está abandonada si no estuviera tan misteriosamente cuidada, aquella casa estaba viva en cierta manera, y en un modo inquietante ¿Que fue de aquel niño? ¿Que fue de sus padres? ¿Por que tanta gente extraña entra y sale de su casa? A nadie le interesa de todas maneras.

La realidad era que la casa solo era habitada una persona, no era un niño, mucho menos un humano. Por un túnel que conducía hacia las profundidades de la tierra se encontraba una estructura descomunal. Mientras las casas normales tenían sótanos, esta casa tenía una base alienígena de alta tecnología, todo estro propiedad de el único ser vivo en la residencia, el invasor Zim, enviado hace seis años por sus líderes, los más altos, en una misión secreta para dominar el planeta tierra (al menos eso era lo que Zim quería creer), tarea en la que falló una y otra vez de manera desastrosa por culpa de una persona, el niño Dib.

¿Que había sido de Dib? Se preguntaba constantemente en el pasar de los días, de los meses, de los años. El último recuerdo de su archienemigo fue de su enfrentamiento final cuando Zim casi destruye el planeta tierra dentro del agujero florpus, desde que tomó ese payaso de cerámica de la casa de Dib, después de eso y sin avisar, su enemigo no regresó a la skuela, Zim no tuvo más visitas indeseadas, era como si el niño nunca hubiera existido.

Hace cinco años, el invasor Zim había sentido que tenía la lotería ganada, aunque era algo inquietante que su peor enemigo desapareciera de la nada, era como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, si existía un Dios Irken, se había compadecido de el pobre extraterrestre y le había ayudado a desintegrar al estorbo humano ¿Pero a qué costó? El extraterrestre ya tenía las todas de ganar, no había nada que se interpusiera en su camino ¿Y si en realidad ese era el problema? Estaba tan acostumbrado a sentir la adrenalina de la persecución, la diversión del escondite, su juego de gato y ratón no tardó en convertirse en rutina, el convivir con alguien tan inteligente como Dib hasta llegaba a ser agradable aunque Zim no se atrevía a admitirlo, pero si que era agradable, más de lo que creía.

Al desaparecer, la felicidad del invasor fue disminuyendo, no solo era la soledad que vivía día a día en su diminuta casa, también se debía a la destrucción de la armada militar de su planeta y de sus líderes, todos victimas de él, asesinados por el agujero florpus que había abierto por la irresponsable teletransportación de un planeta entero. Zim se engañaba cada día creyendo que era parte indispensable de una operación que beneficiaría a su gente, pero después de cinco años sin tener contacto con otro Irken perdió la fé. Tanto tiempo en absoluta soledad le dio oportunidad de analizar toda la farsa en la que se permitió vivir, fue tan estúpido ponerse la venda en los ojos por su propio egocentrismo, sin embargo ya había aceptado su exilio, viviéndolo cada día en soledad, se podía decir que parecía hibernando en estado inmóvil mientras las cuatro paredes de su casa presenciaban su miseria eterna. Su última esperanza era oír la puerta de entrada ser aporreada mientras una voz de pre-adolescente gritara con fuerza su nombre, el hecho de que tampoco se hiciera presente era como si se le hubiese despojado de su pak, parte indispensable para la vida de un Irken.

Para colocar la cereza sobre el pastel de desesperación y tristeza de nuestro invasor, el había perdido una parte de si en estos años. Gir, un robot de servicio que se le había proporcionado al alienígena en el comienzo de su aventura, un robot de investigación que le ayudaría a saber más sobre el enemigo además de ayudar a dominarlo había desaparecido, ni él pudo recordar la última vez que aquella máquina con disfraz de perrito salió por la puerta de entrada para jamás volver. Honestamente, Zim se sentía demasiado vacío como para buscarlo de nuevo, sabía que volvería de alguna manera aunque ya había tardado unos años. Gir no era lo suficientemente inteligente para vivir sin él, Zim asumía que se había descompuesto o roto, la computadora no lo podía localizar.

Mini-alce, uno de sus otros robóticos sirvientes era lo único que mantenía a Zim vivo, aquel que le recordaba alimentarse, atender sus necesidades, su única compañía además de su computadora y los padres robot. En este caso, mini-alce era especial, tan humorístico y positivo, además de que mostraba aprecio por su amo. Gracias a este robot fue motivado a salir de vez en cuando en busca de Gir, además de alimentar su conocimiento por el planeta tierra y meditarla en su esplendor, o al menos lograr reconocer la urbe en la que había establecido su vivienda.

Por el momento nuestro invasor se encontraba echado en el sillón, descansando y siendo miserable en su capullo acolchonado de miseria, esperando por cualquier cosa, la que sea, cualquier señal.

— Quiero... — Forzó con su particular voz chillona y ahogada. — Quiero... —

Humano ErrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora