Capítulo 2: Avistamiento.

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Todo hubiese sido más sencillo si hubiese resultado omega. Porque así hubiese podido estudiar para ser maestro de guardería sin que fuera mal visto, pasaría desapercibido por la sociedad porque no era importante ni necesario, compraría una casa de dos pisos que adornaría con flores —especialmente amarillas—, tomaría té con Enma en las tardes en la cafetería que éste iba a inaugurar, y viviría en paz rechazando a todo alfa imbécil que quisiera frecuentarlo. Tal vez sería mucho más que eso, porque se olvidaría siquiera de conocer a su estúpido destinado que tal vez viviría en el continente americano.

Ah, pero la vida lo odiaba.

Si bien se convirtió en un profesor de preescolar, donde podía cuidar de todas esas caritas regordetas y felices, además de que podía disfrutar de un té con pastel en la cafetería de su mejor amigo —quien halló a su alma gemela en una beta con porte de alfa, llamada Adelheid Suzuki—, y pudo comprar su amada casita en el borde de la ciudad que armonizó con cuadros y macetas pequeñas...; seguía siendo un condenado.

—Deja de denominarte "condenado" —Enma siempre reía al escucharlo.

—Lo creerías si experimentaras lo que yo —se recostó en la mesa y fingió llorar, aunque sí quería hacerlo de verdad.

—¿Qué fue esta vez? —el pelirrojo se prestó a escuchar, después de todo tenía a su empleado atendiendo la caja y no había muchos clientes.

—El padre de uno de mis alumnos —Tsuna se masajeó la sien derecha—, el estúpido alfa de... —apretó los puños y respiró para calmarse—. ¿Sabes? No quiero hablar de eso.

—Tal vez debamos decirle a Gokudera-kun —Enma se burló—, para que espante a tu nuevo pretendiente alfa.

—No, no —suspiró antes de sentarse correctamente y mirar a su amigo—. No lo quiero metido en este lío..., porque no quiero pagar las cuentas del hospital del pobre hombre. Además —sonrió ya que en parte era gracioso—, es el padre de uno de mis alumnos. Se divorció y solo quiere una figura maternal para el pequeño.

—Entonces ¿qué harás?

—Lo de siempre —se recostó en la mesa otra vez, tratando de resignarse a su realidad—, fingir que no vi nada y comentarle sutilmente que soy un alfa al igual que él. Después se espantará y se irá.

Tsuna creía que en alguna vida pasada hizo algo horrible y por eso ahora estaba pagando una fea condena. Porque era un alfa patético que ni siquiera se atrevía a usar su voz de mando por miedo a volverse como todos los demás idiotas dominantes, tampoco buscaba compañías nocturnas o cosas así, y por sobre todo, porque era confundido con un omega casi siempre.

Era horrible.

No era porque en sí toda su anatomía no fuese lo suficientemente atlética comparada a todos los alfas, no, eso ni le molestaba, porque no necesitaba ser una escultura llena de músculos por todos lados; le gustaba como se veía. Lo que odiaba era su..., sus curvas que no deberían estar ahí pero que su madre amablemente le heredó, su rostro perfilado en suaves facciones, su carácter paternal instintivo —bueno no odiaba eso, le gustaban los niños—, y su olor a dulce de leche.

—¿Sigues virgen?

—¡Adel! —era la expresión de ambos.

—Sólo quería saber —sonreía de lado mientras se sentaba con ellos y dejaba de ser la "oficial de policía", para simplemente ser la esposa del dueño de la cafetería.

—No es divertido —murmuró Tsuna intentando retomar su pastel.

—Lo es si te atoras con el café o el té —Adelheid era azabache, alta, de curvas marcadas, y unos bonitos ojos carmesís—, pero no tuve suerte hoy.

Altivo, recurrente, y caótico.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora