Capítulo 1: Tres perdedores unidos por un apellido

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Estoy en mi oscura y pequeña habitación, he pasado encerrado aquí todo el verano. Mi madre siempre intenta convencerme de que tome un poco el aire y contemple algo más que los posters colgados en la pared, un esfuerzo inútil por su parte. Solo salgo para comer, debido al irracional miedo de Lauren a las migas en la colcha, pero si fuera por mí, ni eso.

Hace calor por la falta de ventilación y huele a una mezcla de sudor y caramelos de lila. Sí, esos morados con forma de flor. Soy adicto a esas mierdas. Qué saben a detergente, qué son asquerosas, es cierto, pero te tomas una y no puedes parar. Más que nada porque si dejas de comerlos, la boca te sabe peor que mientras los estás chupando. Es un infierno, de verdad. Procuro mantenerlo en secreto, ya que la gente de mi edad es adicta a las drogas, o al tabaco, o al alcohol... yo a los malditos caramelos de lila. Aunque los arrojo en mi boca a puñados y de forma violenta, como si fueran una caja de pastillas y yo tuviera la mayor depresión del mundo, eso tiene que contar para algo.

En la mini cadena vieja que tengo sobre el escritorio desde los trece años suena un disco que gravé hace tiempo: "buena música para malos momentos". Me he pasado la mayor parte de la adolescencia gravando CDs. Todos esos sábados por la tarde en los que mis compañeros van a una fiesta en la casa de una tal Terry Collings, yo grabo CDs. Yo qué sé. Algo tendrá que hacer la gente que no tiene amigos.

Hay un sentimiento que trasmiten ciertas canciones, un escalofrío. Cuando las notas son exactamente las que tus oídos necesitan que sean y cuando la letra te llega tan dentro que sabes que no podría estar escrita para nadie más. Y puede que la canción sea una estupidez, puede que la escribiera un tío hace quince años hasta las cejas de coca que no tuviera ni idea de qué es ser un adolescente en un pequeño pueblo de Texas, pero aun así. Aun así. Los recuerdos, los sentimientos y las emociones. Conectar con algo. Sentir cada letra, cada sonido, cantar en silencio hasta las partes que no han sido hechas para cantar.

Al fin y al cabo las canciones son pequeñas historias con música sobre gente que vive de verdad. Me ayuda a recordar que más allá de este pueblecito hay todo un mundo. Yo solo soy un paleto que no ha salido jamás de casa de su madre, ¡por Dios! ni siquiera sé lo que es vivir de verdad. Pero algún día lo descubriré. Alzaré el vuelo y saldré del nido. No tengo muy claro cómo, en tren, en el viejo coche que mi padre me dejó, incluso en autoestop como Jack Keruak en El Camino... Eso es lo de menos. Lo único que quiero es alejarme de aquí y no mirar nunca atrás.

Suena la última canción, la última palabra, la última sílaba, la última letra y, al fin, la última nota. Me estiro todo lo que puedo y alcanzo un marco de fotos vacío. En mis 16 años todavía no he hecho nada que me apetezca recordar. Lo lanzo con fuerza hacia la mini cadena y el disco vuelve a reproducirse desde el principio. El arte de ser un vago.

- Zachary, ¡A cenar! – grita mi madre

- ¡Es Zach, Lauren! – protesto abriendo la puerta

- Estás muy equivocado, jovencito. Yo estaba allí en el paritorio cuando la enfermera me preguntó tu nombre y estoy absolutamente segura de haber dicho: Zachary –

Mi hermana pequeña y ella están sentadas en la mesa de madera redonda que hay en medio de la cocina. Me coloco en la silla de al lado. Hay mucha comida en la mesa, como si fuéramos una gran familia tradicional. Pero sólo somos tres fracasados sin nada más en común que el ADN. Ni siquiera nos conocemos, comemos juntos por tradición. Estamos obligados a querernos con el único motivo de ser parientes y no podemos negarnos.

El pelo marrón de Lauren está impecablemente peinado, su ropa escrupulosamente limpia y su espalda completamente recta. Me dan ganas de gritarle: "Deja de fingir. Nos cansamos de tus teatrillos donde somos la perfecta familia americana. No engañas a nadie. ¿No podemos simplemente calentar una pizza y cenar cada uno en su cuarto como si no nos conociéramos de nada?". Pero no me atrevo. Soy un cobarde.

No crezcas, es una trampaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora