» capítulo 36

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El resplandor sigue inundando la sala mientras Ruggero se cruza de brazos frente a mí y alza la barbilla. Me suelto el pie y hago una mueca de dolor cuando el dedo pequeño choca contra el suelo, también me cruzo de brazos intentando darme confianza, pero no ocurre nada increíble, sigo teniendo miedo de que se enoje aún más de lo que está.

—¿Entonces? —Pregunta impaciente.

—No quiero que los niños escuchen, Ruggero —digo en un susurro.

Vira los ojos enojado y descruza sus brazos, pasa las palmas de sus manos por los costados de su ropa interior y bufa.

—No tengo ganas de hablar, ¿Vale? Solo ve a dormir, yo haré lo mismo.

—¡Es que no puedo dormir! —Exclamo algo alterada.

—Inténtalo. —Da media vuelta para volver al sillón. Mis ojos se llenan de lágrimas sin pedir permiso.

Ruggero.—Mi voz está cargada de dolor, mis manos sudan nerviosas cuando descruzo los brazos y me abrazo a mí misma porque me siento desolada—. No me hagas esto.

Bufa nuevamente y vuelve a dar media vuelta. Su dedo índice choca contra su pecho.

¿Yo? ¿Qué te estoy haciendo a ti, Karol? Eres tú quien me hace a mí. Ya deja de creer que todo gira alrededor tuyo.

Niego lentamente con la cabeza.

—No creo que todo gire alrededor mío —digo por lo bajo.

—Pues no parece.

—Ruggero.

—No, Ruggero nada. No quiero hablar contigo. ¿No te has dado cuenta de lo dolido que estoy?

—Estás enojado, no dolido.

—¿Ahora tú sabes cómo me siento más de lo que yo sé? Genial. Ve a la cama, déjame en paz.

—No quiero ir sola a la cama.

—Tú te lo buscaste, no es mí culpa.

—¿Por qué nunca nada es tu culpa, Ruggero? —Pregunto apretando los dientes.

Mi esposo avanza dos pasos más y me hace retroceder del mío. Su mandíbula se tensa y por un momento llego a pensar que es capaz de levantarme la mano. Como si de un cachorro se tratara me tiro al suelo y abrazo mis piernas cuando mi espalda choca contra la pared helada.

—¿Qué es lo que estás haciendo?

—Déjame.

Se tira del cabello con nerviosismo y se ve con desesperadas ganas de gritarme.

—Vete a la cama entonces.

—No quiero. Ven conmigo.

—No quiero, déjame. No quiero estar contigo, ¿Puedes entenderlo?

—¿Quieres el divorcio?

Se queda en silencio haciéndome maquinar más de lo que debería a estas horas de la noche. Cierro los ojos y escondo mi rostro entre mis piernas, sé que no tardo en llorar. Su silencio solo puede significar una cosa. Lo oigo sentarse a mí lado, bufa.

—No, no lo quiero.

Suspiro de alivio, pero las lágrimas no han comprendido y comienzan a correr por mis mejillas. Sorbo mi nariz.

—Me prometí no perdonarte tan fácilmente, pero tú me lo estás poniendo difícil.

¿Por qué lo haces, Ruggero? Digo cosas estúpidas todo el tiempo, pensé que lo sabías.

Nunca me ha dolido tanto como eso, Karol.

Quito mi cara de mi escondite y observo a mi esposo. El junta su mirada con la mía, cargada de ternura, amor y calidez, pero sé que no es enojo lo que sus dientes aprietan en su boca o lo que su mente grita, sino dolor. Y lo comprendo, si él hubiera dicho algo como lo mío, habría estado peor que eso.

—Perdóname, Ruggero, por favor.

—No se trata de perdonar, Karol. Sabes que te amo, pero de un día para el otro pasé a ser algo menos importante en tu vida y lo sabía, pero que lo digas es otra cosa.

—No eres menos importante que ellos, Ruggero.

—Pero tampoco lo soy más.

—Ruggero...—murmuro.

—Cuando no tenías a nadie más en tu vida, éramos solo tú y yo. Y luego vino Matteo, pasé a un segundo plano, pero tú para mí no. Luego vinieron las mellizas y quedé por el subsuelo, las amo como a Matteo, pero tú no me amas como a ellos, Karol.

—No digas estupideces. —Con el dorso de la mano me limpio las lágrimas—. No estás en el subsuelo, yo a ti te amo de otra manera.

—¿Si? ¿Cuántas maneras de amar hay? —Niega lentamente con la cabeza a la vez que una amarga sonrisa se apodera de sus labios. —Lo entiendo.

—No, no lo entiendes. Sé que tus padres te hicieron el vacío una vez, que te castigaron de la peor manera, pero yo no te haré el vacío, Ruggero. Tienes que entender que a ellos los amo como a mis hijos y a ti como a mi esposo.

—¿Qué tiene eso de diferente, cariño?

—¿Qué tiene? Que contigo es diferente, nosotros nos demostramos el amor que nos tenemos de otra manera, lo sabes. Y ellos son mis hijos y por más que ahora sean pequeños, alguna vez crecerán y se irán de casa, pero ahí estarás tú, porque siempre has estado allí y nunca te irás.

—¿Cuándo ya no los tengas a ellos volveré a ser lo más importante para ti?

—Déjate de estupideces. Ya eres importante para mí.

—Pero no lo más importante.

Sin pensarlo dos veces me abalanzo sobre él haciendo que caiga de espaldas sobre el suelo y yo quede allí arriba de su cuerpo. Entierro mi cabeza en el hueco de su hombro mientras mis brazos se apoderan de él para abrazarlo como si no hubiera mañana.

—Olvídalo todo.

—Ya intenté, no puedo.

No eres menos importante que ellos, te lo aseguro. Te amo tanto, tanto, tanto, Ruggero. No me importa lo que pienses, en serio, porque sé que eres lo más importante que tengo y quién me salvó la vida cuando nadie más estuvo allí. A pesar de que hemos tenido nuestras peleas y todo eso.

Sus brazos rodean mi cintura. Besa mi pelo.

—También te amo, pero me estás aplastando, cariño.

Una estúpida risa se escapa de mis labios sin pedir permiso. Ruggero también se ríe.

—¿Estamos bien?

—¿Tú qué crees, nena?

Apoyo mis manos sobre el suelo para verlo a los ojos, me sonríe tiernamente. Bajo hasta juntar nuestros labios en un hermoso y cálido beso que he estado necesitando durante todo el maldito día horrible que hemos pasado ambos.

—Yo creo que sí.

—Pues estás en lo correcto.

Una tierna risa estúpida se escapa de mis labios cuando Ruggero aprieta mi cintura contra la suya y alza su rostro para besarme con pasión.

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[2] La Bella y La Bestia » Ruggarol [Adaptada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora