"La Triste Vida de un Chico con Suerte"

"Christ Rodríguez" re editado

Estaba quedándome en el East Village, Manhattan, en casa de Rogelio, ya que estaba de vacaciones en LA, cuando vi por primera vez a Christ Rodríguez en su propio apartamento en la calle 56 de Hell's Kitchen al pasar  a recoger a mi amigo Daniel, (un Venezolano con todo el cuerpo tatuado, muy delgado y con siempre medias deportivas hasta las rodillas) y es ahí cuando coincido con ese que parecía desinteresado,  y supuesto "director de arte y productor de eventos"  que había nacido en Puerto Rico 35 años atrás y de orígenes libaneses por su madre y por su padre puertorriqueño presentándose en pocos segundos, como simplemente "Christ"

Luego me fui con Daniel a su casa a unas pocas calles y pasar la noche. Por cierto, fue quien me regaló mi cadena con el dije en forma de "M" y el anillo Gucci al otro día, antes de irme a mi casa.

Un día cuando iba de camino a donde Irina, mi psicóloga temprano en una mañana fría de otoño del 2017; Noviembre, para ser exactos, recibí un mensaje de texto de un número desconocido en donde alguien me saluda con un frío "hola" y me envía una foto; era ese muchacho que conocí en la calle 56 junto a Daniel algunas dos semanas atrás y me invita a juntarnos.

Juro que era imposible no irle a ver de nuevo. Pensé que era una broma de Daniel y la curiosidad me motivó a ir (aunque perdiera la cita con la doctora) no podría perdonarme no ir a comprobar de qué se trataba y al menos, confirmar lo que estaba pasando. 

Me envió su locación con la intención de que me junte con el  mientras terminaba de compartir en una lujosa suit de un hotel en el centro de la ciudad, con su amigo que visitaba desde california. Lo esperé que terminara y nos fuimos juntos a su apartamento en Hell's Kitchen.

Christ, era la definición perfecta de lo hermoso: alto, de unos 6'2" piel virgen y tostada, pómulos cincelados, barbilla cuadrada, cejas obscuras y gruesas, ojos con enormes pestañas y cabellos castaños, barba crecida, músculos suaves, dos remolinos de pelo en el pecho, cintura muy estrecha y hombros perfilados, más una personalidad encantadora que te daba curiosidad por saber más de el y confirmar si tenías en frente a ese que parecía tenerlo todo.

Cuando llegamos a su apartamento me doy cuenta de que Christopher, como es realmente su nombre, era otro que iluminaba la vida al sonreír, desde la primera vez hicimos el amor como si fuera el último día o nos conociéramos de toda la vida, lento, suave, sin prisa, y cuando digo "hacer el amor" no es evitando términos vulgares.

Cuando digo hacer el amor es cuando dos personas se unen para quererse y embriagarse de placer puro, de esos que sonríes en pleno acto. De esos que te llenan el alma con caricias curiosas y atrevidas que no respetan rincones desconocidos.

Cuando lo hacíamos puedo garantizar que como él y nada más él sabía hacerlo así, me besaba todo el cuello mientras sujetaba mi cabeza por la nuca o acariciaba mi barba con sus manos. Me besaba mordiéndome los labios o me hablaba al oído mientras me apretaba apasionadamente la boca con una mano y con la otra el pecho o me halaba hacía el por la espalda baja y hacerme abrazarlo como si quisiéramos volvernos uno.

Sentir  y probar su lengua dulce enredarse con la mía era un manjar. Nuestros cuerpos y la forma de movernos eran la danza exacta sincronizada y perfecta. Tenía todo definido, pecho precioso en el que colgaba una pequeña cadena de oro, glúteos exactos, piernas de bailarín y espalda que parecía un mapa geográfico 3D.

Me repetía una y otra vez lo perfecto que era; me hacía desearlo todo para dárselo y tener su corazón.

Compartíamos en calzoncillos o completamente desnudos todo el resto del día hablando de arte, de moda y de videos musicales. De sus supuestas fiestas rave multitudinarias que organizaba.  También de lo bello que sería tener una relación vendiéndome la idea en la que según el deseaba fuera monógama. Que fuéramos el y yo y por mucho tiempo.