A Aziraphale nunca se le ha dado muy bien eso de ser sincero con las personas o lo de compartir su opinión sin tapujos. No es que le falte personalidad -en el caso de que ser un santurrón sea un rasgo de ésta-, pero prefiere no hacer sentir mal a la gente.
Le gusta comprobar que se sienten apreciados gracias a él, invitados a su círculo. Le emociona advertir cómo alguien se relaja a su lado. De hecho, sustenta la teoría de que en su pecho se enciende una pequeña fogata cada vez que hace sonreír a alguien.
Le encanta ayudar a las personas, en definitiva.
Sin embargo, no tolera a los holgazanes, y mucho menos a los que se hacen los remolones con una sonrisa pícara al ser aconsejados. Y Anthony cumple los tres requisitos. Es un holgazán, se hace el remolón y, desde su primer turno en Apéritif, ha esbozado una sonrisa pícara al cruzar miradas con Aziraphale todos los días.
¡Pues sí señor, a dónde vamos a ir a parar!
Por si fuera poco, cada vez que afirma que Anthony va a arruinar el negocio, Gabriel suelta una risotada tan fuerte que ha de hacerlo callar para no ser oídos por el nuevo sumiller. Porque, sí, Anthony es el nuevo sumiller de Apéritif, y Aziraphale no podría estar más en desacuerdo con la elección del chef.
Un sumiller debe ser elegante, recatado, serio... y Anthony no tiene pinta de haber escuchado la palabra "moderación" en otro sitio que no sea el slogan de una campaña contra el alcoholismo.
Para colmo, si su mente se detiene un solo segundo en él, lo lleva pegado el resto del día a sus pensamientos como un chicle en la suela del zapato. Por eso se lamenta de su suerte al entrever su silueta alargada a través del despacho del chef, vaticinando su porvenir.
Y, aún así, no esp... ¡oh, pero cómo puede ser! ¡Estaba prestándole tanta atención, que se ha quemado su merengue!
Un humo espeso invade la habitación con extremada desconsideración al abrir el horno, y revolotea hasta llegar de manera amenazadora al detector de humos. Ante la idea de una reprimenda, Aziraphale se ve obligado a agarrar la bandeja con un paño y poner los pies en polvorosa para llegar a la puerta trasera que da a la calle. No obstante, no ha contado con la dificultad de abrirla con solo una mano, por lo que se pelea contra el metal hasta que cede con facilidad.
Ya está cantando victoria por su indudable destreza cuando advierte una figura sujetando el pomo detrás suya.
-¿No te has quemado, no?
No, no se ha quemado, pero a punto ha estado al oírle.
Aziraphale se gira lentamente con el uniforme descolocado, un merengue chamuscado y una mueca nerviosa. El humo ceniciento trepa por sus brazos y le envuelve el rostro. Enfrente suya, Anthony le observa conteniendo la risa que le asoma por la garganta. Sus ojos quedan ocultos por unas gafas de sol increíblemente opacas.
¡Oh, vamos! ¿Quién utiliza gafas de sol en pleno otoño londinense?
-Estoy bien.
-Sí, ya veo. Es que he visto el humo desde la oficina de Dieu.
¡¿Y quién se refiere al chef por su nombre de pila en la primera semana de trabajo?!
-Estoy bien.
Estúpido, estúpido. Mamarracho. Que eso ya lo has dicho.
-Eh... vale, bueno.
Aziraphale contempla cómo Anthony se tapa una risita con el dorso de la mano y niega levemente con la cabeza, cerrando la puerta tras de sí.
En medio del anocheciente callejón, unos rayos sucios y amarillentos se cuelan entre las pilas de ladrillo y argamasa, reflejándose en la bandeja que Aziraphale lanza contra un basurero. Con tan mala pata, que el merengue -aún crudo en su corazón- se desperdiga hasta llegar a las bolsas de basura, la pared de cemento o los zapatos del Chef Repostero del Apéritif.
Bah, quizás sea mejor dejar de fingir.
Anthony consigue ponerlo muy nervioso.
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paspartú (good omens)
FanfictionAziraphale trabaja en el restaurante más importante del Soho. Crowley es el nuevo sommeliere.