Trou Normand

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A través de las gafas de sol el mundo se torna una función de teatro. El telón, un velo oscuro y escurridizo ondea volátil delante de él, permitiéndole observar al público subrepticiamente sin que ellos le perciban. Lo oculta. Vuelve las más simples tareas domésticas -como comprar frutas en el mercado- en una misión clandestina.

Por ejemplo: con tanta oscuridad es complicado adivinar si está sujetando un tomate o una granada.

Y la realidad en color sepia también es un plus, claro. Todo parece más frívolo y escenificado al aplicarle un filtro marrón como el de sus gafas. Casi se siente sacado de un spaghetti western de Sergio Leone, con la capa raída y un puro en la boca incluidos.

Un puesto en especial llama su atención mientras tiene la mente puesta en pistoleros y bandidos del viejo oeste, y es uno que está repletos de dulces, churros y tartitas en sus respectivos envoltorios. Una señora sentada cerca del puesto asiente, observando a la encargada repartir los dulces a los clientes.

Anthony se aproxima con curiosidad, pues se siente atraído por la cálida sonrisa de la anciana. Más cercano puede entrever los hojaldres y las pastas expuestas detrás del mostrador de cristal, cremosas e incitantes.

-¿Cuánto por un bizcocho de ángel?

Para cuando ha salido del mercado y está caminando a paso rápido por una de las calles anexas, la idea de que acaba de comprarle comida a Aziraphale le estalla en el cráneo como un globo repleto de agua.

Veréis, Anthony no está acostumbrado a sentir cariño por las cosas no-artificiales. Siente cariño por su coche; siente cariño por el vino y... poco más. Y Aziraphale es la antítesis de lo artificial, porque está repleto de vida y profundidad, está henchido de ellas. Es complejísimo, y Anthony más simple que un guijarro.

Apremia el paso al Apéritif y se recoloca las gafas para disimular el amago de sonrisa que se le aparece en los labios, pues pensar en Aziraphale le turba. De hecho, ha descubierto que uno de sus pasatiempos favoritos es rememorar las últimas dos noches y lo que ha pasado entre ellos. En el salón de Aziraphale. En su coche...

Los cocineros se encuentran fumando en su descanso para cuando arriba Anthony con el bizcocho escondido detrás de la espalda, tratando de pasar desapercibido en el callejón. No obstante, le es difícil con las pintas que lleva.

-¡Ey, Anthony! -le llama una joven que cree recordar que se llama Uriel.

-Buenas.

El resto de los cocineros, y en especial Gabriel, han adoptado un rostro distante o de burla, quizás porque éste se ha dedicado a difundir su opinión sobre Anthony a diestro y siniestro después de que él discutiera con Belcebú. Bah, qué más dará. En cuanto consiga la pasta no les va a ver el pelo nunca más.

-Estábamos discutiendo... -comienza Uriel, pero enseguida es interrumpida por Gabriel.

-¿Qué tal ayer con Aziraphale? ¿A gusto? -dice descortés, lo suficientemente alto para que lo escuchen el resto de cocineros.

-Muy bien, gracias -contesta sin perder un solo segundo-. ¿Decías, Uriel...?

-Me alegro -continúa Gabriel-. No, es que tiene gracia... te lo decía porque hoy ha venido de muy mal humor y me preguntaba si habías tenido algo que ver.

El resto de los cocineros se revuelven en sus sitios, toman una calada de su cigarrillo o se meten las manos en los bolsillos al mirar a otro lado. La cara de Anthony se vuelve de un tono púrpura.

-¿Y no se te ha ocurrido preguntarte que a lo mejor han sido tus pésimos modales?

Después de que un par de cocineros hayan abierto la boca de incredulidad, Gabriel sonríe gratamente.

paspartú (good omens)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora