Amuse-Bouche

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En una pared impolutamente blanca de la cocina de un restaurante llamado Apèritif localizado en el Soho, hay una serie interminable de trofeos y condecoraciones que asombrarían hasta al más indiferente. Los diplomas ocupan la zona sud-oeste, e incluso en una de las baldas de madera se puede adivinar una retahíla de medallas para galardonar solo Dios sabe qué.

Aziraphale se permite examinarlas un par de minutos cada mañana, antes de que los distribuidores de alimentos lleguen siquiera.

En un marco gigantesco, del cual tres cuartas partes son paspartú, existe una diminuta placa con el nombre del chef Dieu inscrito en ella. Con ojos vidriosos, contempla con mayor fijación la figura que reposa justo encima, en la balda más alta: una estatuilla esculpida en forma de ángel.

Mirándolos desde tan arriba, su piel dorada centellea bajo los fríos leds.

Aziraphale reprime un suspiro y se vuelve al escuchar la puerta abrirse, decidido a ayudar a reponer las neveras con provisiones frescas. Sin embargo, Gabriel debe haber apagado la alarma, porque Anthony traspasa el umbral murmurando un "buenos días...".

-Muy buenas -le contesta escuetamente Aziraphale.

Anthony se levanta las gafas de sol y se restriega los ojos, unas líneas de expresión se le marcan en las comisuras de la boca. Ah, no debe haber dormido bien.

Está de resaca, se dice el chef repostero.

-¿Qué estabas observando? -inquiere Anthony colocándose el delantal negro.

-¿Q-Qué? Oh, nada, no era nada... me gusta mirar las estatuillas.

Anthony frunce el ceño detrás de sus anteojos opacos.

-¿En serio?

Aziraphale sube las cejas bien alto y esboza una mueca cohibida.

-Pues sí, ¿por qué?

-Tienen... tienen un je ne sais quoi, me resultan lúgubres. Ahí, tan arriba...

-Tan solas... -le sigue el juego Aziraphale-, pues a mí me gustan.

-Cada cual, lo suyo -se encoge de hombros.

Y después de este breve diálogo, Aziraphale no piensa intercambiar muchas más palabras con Anthony a lo largo del día, sobre todo porque los camiones llegan al momento y ha de preparar los suministros junto con la ayuda de los otros cocineros.

Y ¿qué si a mitad mañana, cuando Anthony ha entrado a la cocina para preguntar al chef acerca de un nuevo vino alemán, se ha quedado mirándolo más de la cuenta? Para empezar, eso no es una conversación y, además, lo considera tan curioso y llamativo como a los rábanos que hay en la cesta de la encimera.

Bueno, como a los rábanos no, porque son su verdura favorita...

Pero no hay de qué preocuparse porque, una vez ha empezado a servirse el menú, Aziraphale no le ve ni el pelo a Anthony. Y es mejor así, pues puede llegar a ser un cargante de mucho cuidado.

Por poner un ejemplo, últimamente le ha dado por rascarse la nariz cada vez que entra en la cocina, y Aziraphale no sabría deducir si se debe a que echa en falta sus gafas perpetuamente encoladas a su cara o a si se ha propuesto irritarle con todo el arsenal.

paspartú (good omens)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora